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El Chaves Nogales de Carlos Alsina

El Chaves Nogales de Carlos Alsina

Hace apenas unos días, el primero del año que comienza entre los destrozos del anterior, el periodista y presentador Carlos Alsina emitió en Onda Cero una adaptación radiofónica de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, el libro que reúne una serie de relatos o novelas cortas dedicadas a la Guerra Civil española que Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897- Londres, 1944) escribió entre 1936 y 1937.

Los textos incluidos en aquel volumen -publicado, para más señas, el mismo año en que un país se desangraba- han sido considerados por muchos como lo mejor que se ha escrito en España sobre la Guerra Civil. Todo cuanto Chaves Nogales relata en esas páginas lo conoció de primera mano. Como director del periódico Ahora, había permanecido en Madrid desde el inicio de la guerra hasta finales de 1936, cuando el gobierno de la República se trasladó a Valencia. Consciente de que cualquiera que resultara vencedor en la contienda no instauraría la democracia, ni traería jamás la paz o la justicia, Chaves Nogales abandonó España. Más nunca regresó. Vivió primero en Francia. Luego en Inglaterra, donde murió en 1944. Su cuerpo permanece enterrado en Londres, en el North Sheen Cemetery de Richmond.

"Chaves Nogales era un hombre sin bandos, picado por ese profundo apetito de entendimiento que advirtió en él María Zambrano en su libro Los intelectuales en el drama de España. "

Como ya lo había hecho en La vuelta a Europa en avión. Un pequeñoburgués en la Rusia roja (1929) o Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931), en A sangre y fuego Chaves Nogales reunió el mejor periodismo y la mejor literatura. Las fundió en un hueso que jamás debimos romper. En su libro dedicado al matador de toros Juan Belmonte, mezcló la biografía y la entrevista, la novela y la historia de vida. Supo entender el periodismo como aquello que responde a la verdad, sin despojarlo del atributo de lo novelesco, de la semilla de la narración. Afeitados de tremendismo y truculencia, los hombres y mujeres que retrata Chaves Nogales en A sangre y fuego aparecen en el puro pellejo de los sentimientos, en la mejor y peor versión de sí mismos. No es un libro contra otro, sino desde el otro. “Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeñoburgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”, como dice él. Y desde ahí miró.

Chaves Nogales era un hombre sin bandos, picado por ese «profundo apetito de entendimiento» que advirtió en él María Zambrano en su libro Los intelectuales en el drama de España. Desmontó, como dice Andrés Trapiello, ese tópico según el cual del lado de la República sólo había demócratas, y con los rebeldes, sólo fascistas. Advirtió la teoría de las tres Españas, “gente que no quería formar parte ni ser cómplices de los disparates de ninguna de las otras dos”. Lo pagó caro Chaves Nogales. Porque las otras dos Españas se lo cobraron con el exilio primero y el olvido después.

Como el sonido rotundo que producen juntos sus dos apellidos, Chaves Nogales tiene algo de acontecimiento. Algo sólido, como la naturaleza de sus libros y la mirada de alguien que habitó el centro de su tiempo. Un periodista, un repórter —“andar y contar es mi oficio”, dijo el sevillano—, también un narrador con el cuerpo entero metido en la literatura, en la urdimbre de la narración como esa acción que ordena la realidad, dotándola del sentido que le arrebatan la fragmentación y la inmediatez.

Chaves Nogales visitó la URSS, descubrió que la aviación había empequeñecido el mundo a la vez que lo había ensanchado, entrevistó a Goebbels, vio los disturbios de la Segunda República, conoció los fascismos y se anticipó a su ardid de propaganda. Su instinto del tiempo y de los hombres que habitan y distinguen ese tiempo, lo condujeron a Juan Belmonte, el Pasmo de Triana, símbolo de una época y una tauromaquia, y en cuyas páginas llegó incluso a retratar la Venezuela del caudillo pecuario Juan Vicente Gómez. Chaves Nogales era un ser excepcional al que se dio la espalda durante años. Había permanecido ignorado por completo hasta que María Isabel Cintas publicó, en 1993, su Obra narrativa completa y Andrés Trapiello le dedicó páginas encendidas en Las armas y las letras (1994). No era un desconocido Chaves Nogales, pero sí un ignorado.

"Lo primero que un periodista ha de tener pegado a la vocación es justo eso: esa habilidad de dar cuenta con veracidad, pero sin arrebatar lucidez y belleza al retrato del mundo."

No saber lastra. Empuja a la estulticia. Aúpa el negocio de la obcecación del que hoy viven unos cuantos pájaros. Y aunque es cierto que la peor de todas las impuntualidades es llegar tarde al propio pasado, también encierra una redención, porque devuelve a los ignorados el poder revelador que ya poseían en su tiempo. Y es justamente ahí donde radica la belleza y la vigencia de la obra de Chaves Nogales, pero también del gesto de Carlos Alsina de recuperarlo para la radio en el primer día de un año para el que no bastan los propósitos de enmienda.

La adaptación radiofónica de Carlos Alsina tuvo ese aire excepcional que encierra toda recuperación, que en este caso era doble: la de una obra que, aunque ahora estudiada, padeció durante años el olvido o lo que es peor, el olvido deliberado; y una segunda —todavía más necesaria—, que pasa por la restitución de la literatura en el relato de la realidad. Por mucho que esa palabra —relato— padezca hoy el manoseo de quienes usándola la vacían de sentido, recobra en este tipo de acciones su más elemental e importante significado: el papel que ocupa la narración en nuestra forma de entender y ordenar el mundo. Lo primero que un periodista ha de tener pegado a la vocación es justo eso: esa habilidad de dar cuenta con veracidad, pero sin arrebatar lucidez y  belleza al retrato del mundo.

Chaves Nogales

No es la primera vez que Carlos Alsina dirige y produce un serial radiofónico. Una semana antes, el día de Navidad, emitió su adaptación —libérrima, dijo él— del clásico El maravilloso mago de Oz (1900), de Baum. En 2016, él y su equipo —integrado por María Jesús Moreno, Carlos Zúmer y Fran Montes— hicieron Andante. El Quijote de Cervantes según Trapiello, una adaptación de la versión actualizada del clásico de Cervantes que Andrés Trapiello publicó con el sello Destino. Ese mismo año, en ocasión del Día Mundial de la Radio, emitió Descenderéis, por supuesto, adaptación de la obra de Norman Corwin, el mayor creador de radio durante la edad de oro de este medio en los Estados Unidos, y de quien este próximo 6 de enero hará también Parece que la radio ha venido para quedarse. Eso sin contar su Soledad del barrio, también un cuento de Navidad, e incluso piezas como aquella reconstrucción que hizo en Ermua este verano, cuando se cumplió el aniversario del secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA.

"El programa duró dos horas. Lo que comenzó con el prólogo de A sangre y fuego, ese pórtico de lucidez, terminó con una entrevista de Carlos Alsina a Arturo Pérez-Reverte y a Andrés Trapiello."

A las ocho de la tarde del desangelado primero de enero, escuchar el prólogo de Manuel Chaves Nogales sacude.  «Para librarme de esta congoja de la expatriación y ganar mi vida, me he puesto otra vez a escribir». Así, leído, interpretado, insuflado de otra vida que no se parece a la del cine ni a la mera recitación, Chaves Nogales resuena. Para quien escucha, retumban en el interior muchas cosas. Algunas que no son mías y otras que siento como propias. Sentada, ante mi ordenador, me di cuenta de cómo literatura y radio bailan, tan juntas, tan bien.

El programa duró dos horas. Lo que comenzó con el prólogo de A sangre y fuego, ese pórtico de lucidez, terminó con una entrevista de Carlos Alsina a Arturo Pérez-Reverte y a Andrés Trapiello, dos voces importantes en la recuperación de la obra de Chaves Nogales. De la narración a la reflexión sobre lo que ella significa todavía hoy. Todo junto, los tres capítulos elegidos de A sangre y fuego – El refugio, Masacre y Viva la muerte- y el análisis de las razones sobre la excepcionalidad de ese libro, detuvo el tiempo acuoso y terrible de los festivos, en este caso el peor de todos: el del primero de enero, esa fecha en la que nos encomendamos a las buenas intenciones, cuando lo que más necesitamos ya lo había encontrado alguien más en el pasado, ese lugar al que siempre llegamos tarde.

Bastan las guerras domésticas para saber que en el mundo real las cosas sangran, se estropean, arrasan. Por eso la literatura —y el periodismo que la entiende como parte esencial de su sustancia—, es la primera y más importante gragea de esta farmacopea ciudadana que supone habitar una ciudad, un país, un lugar, un tiempo. Por eso, lector, justo por la necesidad de la lucidez que concede la literatura, va por Chaves Nogales y por el periodista Carlos Alsina este barbitúrico ciudadano, el primero del año 2018.

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