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Un “József” muy seco

Un “József” muy seco

En la coctelería de altura, es arriesgado salirse de los Dry Martinis de cualquier Cipriani, de los Gin Fizzes de nuestro renovado Hotel Palace o de los Daiquirís de la Piña de Plata, luego Floridita. Por eso, es más que una sorpresa encontrarte con esta nueva bebida que nos ha regalado Luis Enríquez: el “József”, una pócima de origen magiar, ideal para que entren en calor los personajes de Béla Tarr.

¿En qué consiste el brebaje?

No es fácil definirlo. Aun así, voy a tratar de difundir su receta. Pero antes quería decir que bastantes de los párrafos de József recuerdan el ron que presidía las copas en el Hotel Ambos Mundos de aquella Habana perdida al que tanto le gustaba ir a Papa Hemingway, y es que, curiosamente, algunos renglones del József se parecen a los del autor de Los asesinos, tan precisos que parecen notas a pie de página, comparables a esas últimas gotas que resbalan por la coctelera, aunque el “József” se prepara en vaso mezclador, que, como sabemos, es el más indicado para apurar las palabras finales que caen sobre la copa, esas que no tienen que ser batidas ni agitadas, sino susurradas, como hace Sinatra al cantar “My Way”.

"Luis Enríquez sabe muy bien que la literatura y el alcohol son países, además de hermanos, con una variedad infinita de sabores"

Luis Enríquez sabe muy bien que la literatura y el alcohol son países, además de hermanos, con una variedad infinita de sabores. La base del cóctel, como la base de cualquier novela, y desde hace millones de tragos y páginas, oscila entre lo dulce y lo amargo. Este József, su prosa, su combinación, está hecho, a partes iguales, de innovación y entusiasmo, una de las mejores mezclas que se conocen, heredera en buena parte de la complicidad que desparrama Elmore Leonard en sus personajes, nada menos. Esa, digamos, camaradería nos acerca al sabor y a la sensación de aquellos “Manhattans” que se paladeaban en el Waldorf Astoria del irrepetible Nueva York de la Era del Jazz y de la Edad de la Inocencia. Su mismo aroma. Además, el József atesora similar experiencia personal que el Dry Martini, ese cuchillo disuelto, como lo definió mi hermano Manolo Alcántara. Y por si fuera poco, el cóctel de Enríquez es tan cercano como el bourbon de garrafa acaramelado que bebían los detectives privados en los films noir de los cuarenta, aquellas creaciones de Chandler, Hammett y Cain. ¿Os acordáis? Un bourbon que guardaban en una petaca plateada, segundo cajón del escritorio, y que les proporcionaba a aquellos huele braguetas consuelo del bueno en las madrugadas solitarias.

Al József tienes que echarle un buen chorro de amenidad, al que hay que unirle una onza larga de diálogos tan duros y brillantes como aquel diamante de Fitzgerald que tenía el tamaño del Ritz. También conviene añadir al bebedizo un toque ligero, más de alma que de muñeca, con la curiosidad que siempre despiertan los tipos de Talese. Y no olvidar una pizca de melancolía, el Amer Picón es ideal; ya sabéis, chez Pierre Mac Orlan, la mirada de Jean Gabin en los barracones de la Legión Extranjera Francesa observando cada noche el billete del Metro de París. Por último, una corteza, un twist, que dicen los profesionales, en espiral, de Limónov. Y en vez de hielo, Enríquez sugiere mejor una medida con nieve del Kilimanjaro.

"El resultado lo sentirás al momento, porque el József hace efecto nada más mojarte los labios, a la primera página"

Lo ideal sería que, tras agitarlo lo justo con la cucharilla larga, vaciara el vaso mezclador en tu copa, y con una sonrisa, el Tom Hardy de La entrega, y, ojalá, te lo pudiera servir Hovik Keuchkerian, el actor ideal para las películas, o cualquiera de los muchachos de Reservoir Dogs. Ya es cosa tuya buscar una luz cautiva para leerlo, digo para beberlo, a solas, muy seco, tan seco como el Valle de la Muerte donde agonizaba el codicioso dentista de San Francisco McTeague. El resultado lo sentirás al momento, porque el József hace efecto nada más mojarte los labios, a la primera página. Verás qué aluvión de vitalidad, inteligencia, simpatía y familiaridad te sube por el pecho. Al József, todo un elixir de altura, yo también le llamaría, entre paréntesis, Beau Geste.

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Por cierto, Luis, la próxima vez que sueñes con nuestro inolvidado Gistau, invítale a un József y a ver qué te dice, si lo alternaría con sus Negronis.

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Autor: Luis Enríquez. TítuloJózsef El HúngaroEditorial: La Esfera de los Libros. VentaTodostuslibros.

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