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Un tipo de la tele

Lo apunta un fulano en la tele. Un investigador del CSIC, alguien probado en su ciencia, que conoce el oficio y sabe lo que dice, exactamente igual que los tertulianos. Habla de su rama, la medicina, para más señas, y se atiene a eso. No me quedo con el nombre, pero es un tipo con solera, que peina canas y que acompaña sus comentarios con una media sonrisa. Un científico con bagaje, vamos, con la retranca que dan las décadas y la distancia en la conversación de los que han visto ya mucho y han aprendido que no sirve de nada escandalizarse ni acicalar la verborrea con un deje de gravedad ante el abanico de realidades que suelen traernos los hechos. Al ver las imágenes de una peña que se pasa por Sodoma y Gomorra las recomendaciones sanitarias y que tienen el cuajo de soltar delante de la cámara, con desparpajo y sin morderse la lengua, que esto de la pandemia es un invento, una mentira o un asunto mental (hay que tenerlos bien cuadrados y estar hecho de una pasta especial), el menda se arrellana en el sofá, con esa tranquilidad que solo gastan los que ya no se asustan ni con el cañón de un revólver, y en vez de apelar a la responsabilidad, indignarse, que es lo sencillo, o pontificar con un sermón sobre lo que hay que hacer y dejar de hacer, suelta, muy francés él, que eso, más que cualquier otro asunto, es un fracaso social. Y se queda tan pancho. A lo suyo, sin inmutarse ni pestañear. Con una sonrisa que ni pintada. El que le entrevista lo deja pasar (o no se entera) y no ahonda en la respuesta, que, todo sea mentado, tiene pólvora y hasta mecha.

"No queda otra que rendirse a ese, quien sea, y admitir que a su comentario no le falta un punto de razón"

A uno el comentario le pilla después de la cena, desprevenido y dispuesto a meterse una peli que merezca la pena. Pero antes de enchufar el clásico de turno, no queda otra que rendirse a ese, quien sea, y admitir que a su comentario no le falta un punto de razón. Por estos lares, la libertad se ha entendido siempre como un conjunto de derechos, pero se ha obviado, olvidado o dejado de lado, quizá a propósito (nunca hay que desestimarlo), ese débito que son las obligaciones y que, en el fondo o sin él, es lo que se construye por lo general una sociedad, que no es otra cosa que una ciudadanía. Esto, se concluye apenado, da para meditar durante un buen rato sobre lo que somos, de dónde venimos, las herencias culturales, las tradiciones de raigambre, el folclore, la charanga, la pandereta, los logros, los fracasos y la suerte buena, mala o regular que nos ha traído la historia, los dioses, el sino o como puñetas se quiera calificar o llamar. La impresión que queda al final es que en estos años nos hemos olvidado en algún alero de inculcar algunas razones y buenas costumbres que ahora nos vendría bien y que echamos de menos,

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