Inicio > Libros > No ficción > Una interpretación cultural
Una interpretación cultural

Expiación. Cierro A propósito de Ferlosio, de Carlos Femenías, y pienso en la hamartia de los griegos, sobre la que Aristóteles habló fugazmente en su Poética, y que algunos se resignan a traducir como “culpa trágica”. No importa que Edipo matase a su padre y yaciese con su madre sin conciencia ni intención. Será igualmente culpable, y se arrancará los ojos. Del mismo modo, no importa que Rafael Sánchez Ferlosio no escogiese ser el hijo de Rafael Sánchez Mazas, miembro fundador de Falange Española, ministro de Franco y autor de una obra de la que apenas se recuerda la consigna “¡Arriba España!”. Porque él también se sentirá culpable, pues creía, tal y como señala Femenías, que “el individuo debe su lugar a quienes lo precedieron”. Y que eso lo carga con multitud de “deberes y obligaciones con el presente y con el pasado”. Pero, a diferencia de Edipo, Sánchez Ferlosio no se arrancará los ojos, sino que tratará de sanarlos mediante un largo proceso de expiación literario e ideológico. Lo cual se hallaba irónicamente anunciado desde el mismo momento de su bautismo, puesto que su nombre significa en hebreo “Él ha sanado”. Sólo que en este caso no le habría sanado Yahvé, con su omnipotencia, sino él mismo, mediante una dolorosa ascesis, que incluyó el abandono de la narrativa y muchos años de silencio. De ese proceso de expiación trata magistralmente este libro.

*

"Como si se hubiese dejado poseer por el espíritu de su padre, para arrojarse después por las escaleras"

“¿Has visto lo que ha hecho el guarro de tu hijo?Pienso asimismo que la historia de Sánchez Ferlosio no es sólo una tragedia individual, sino también colectiva. De ahí que la lectura de este libro tenga mucho de catarsis. La vida de Sánchez Ferlosio parece el símbolo de una sociedad hipocondríaca empeñada en curarse cortándose por la mitad. De un lado, está el bando reaccionario, en cuyo seno nació Sánchez Ferlosio, que lleva siglos sometiendo al país a una serie de exorcismos dignos de una película de terror. “¿En qué momento se jodió el Perú?”, se preguntaba Mario Vargas Llosa, en Conversación en La Catedral. “¿En qué momento se jodió España?”, retomaba Fernando Iwasaki, en rePublicanos. Su respuesta, que comparto, es que se jodió, a mediados del siglo XVI, cuando la Contrarreforma persiguió y expulsó a los erasmistas. Y añado que se jodió no una, sino mil veces, pues también expulsó a los ilustrados, a los afrancesados, a los liberales, a los republicanos, a los anarquistas, etc. Del otro lado, el bando progresista ha intentado revertir una y otra vez la idea que el bando reaccionario trataba de imponerle, muchas veces en su propia infancia, a otra serie de exorcismos, ideológicos, filosóficos o literarios, como los que el propio Rafael Sánchez Ferlosio se infligió. Pues, como indica el propio Femenías, “su obra trabaja recurrentemente sobre la transmisión, la secuencia, la subrogación y la fuga, y está, en parte, determinada por la figura de Sánchez Mazas”. Como si se hubiese dejado poseer por el espíritu de su padre, para arrojarse después por las escaleras.

*

“¡Abajo España! Pienso también en la “literatura antipatriótica” o Antiheimatsliteratur, un término que, en un principio, designaría a aquellos autores austríacos, como Thomas Bernhard, Elfriede Jelinek o W. B. Sebald, cuya obra lidiaría con la culpa colectiva del nazismo, pero que podemos utilizar para referirnos a todos aquellos autores que se oponen a cualquier otro tipo de patriotismo. Lo cierto es que la prosa de Rafael Sánchez Ferlosio tiene un aire de familia, no sólo con la de Bernhard o Jelinek, sino también con la de Kurt Vonnegut, Horacio Castellanos Moya, Juan Goytisolo, Roberto Bolaño o Rodolfo Fogwill. Pues todos ellos, desde diferentes contextos, abominan del imperativo paterno de la elevar de la patria por encima de todas las cosas, que bebe claramente de una actitud idealista, dispuesta a sacrificar una realidad, cambiante y mezclada, en aras de una idealidad, inmutable y pura. Le oponen el deseo de bajarla, no de rebajarla, hasta la realidad, para verla como un proceso inmanente, dinámico y proliferante. Como señala Femenías, Ferlosio “se afanó en exorcizar el patriotismo”. No es extraño que a veces hablase raro, se mostrase agresivo y vomitase bilis verde.

*

¿No oyes ladrar los perros? Y pienso también en Nietzsche, que nos aconseja que escojamos bien a nuestros enemigos, porque acabaremos pareciéndonos a ellos. Pero, como no podemos escoger a nuestro primer enemigo, que siempre será nuestro padre (real o simbólico), no es extraño que acabemos pareciéndonos a él (y que nos duela tanto que nos lo recuerden). ¿Por qué escribía Nietzsche como si ladrase? Porque su padre era un pastor alemán. Y lo mismo, ¿por qué Ferlosio escribía a golpes? Porque su padre era Sánchez Mazas. Como señala Femenías, hay continuidad en la ruptura. Una continuidad que seguramente le disgustaría, y que quizás podría haber evitado convirtiéndose en su propio enemigo, porque entonces se habría acabado pareciendo a sí mismo. Podría, quizás, haber moderado su sarcasmo con humor, su sátira con autoironía, su rabia con celebración, su desesperanza con imaginación, su perspectivismo con dialogismo, y entonces sí que se hubiese distanciado de su padre. Me parece que podemos buscar en este intríngulis, casi psicoanalítico, la razón por la que tantos pensadores progresistas han envejecido tan mal, y la causa por la que la rebeldía libertaria ha sido secuestrada por la derecha. Como en “Axolotl”, de Cortázar, nos hemos convertido en los peces del acuario.

*

"Para Femenías, el modelo expresivo falangista, que tuvo como referente en parte a Ortega y Gasset, impregnó el discurso público de la sociedad española de forma semejante a como el discurso nazi impregnó la sociedad alemana"

Lingua Tertii Imperii. En el prólogo de A propósito de Ferlosio, Carlos Femenías se desmarca del teleologismo de la historiografía literaria, que suele concebir el momento presente como el efecto necesario de un telos pasado, para lo cual no duda en aplicar a discreción todo tipo de mecanismos de selección y énfasis. Dicha concepción arrastra, como si fuese una larga cadena de latas atada a su cola, implicaciones deterministas, esencialistas y maniqueas. Para Femenías, resulta más interesante pensar las continuidades, inconscientes o involuntarias, que nos ligan a aquel pasado del que tratamos de huir. Y eso es precisamente lo que estudia en un primer capítulo ejemplar, en el que se evidencia de qué modo, más allá del ámbito ideológico, donde las afinidades con el Régimen son nulas, la retórica empleada por el primer Sánchez Ferlosio, en los cuentos que publicará durante los años 50 en Revista Española, no se desmarca totalmente de la que usaban los falangistas. Pues sus “modos estilísticos, rápidos, agresivos, llevan el sello inconfundible de la prosa de los años veinte y treinta”, que fueron “rápidamente captados por la Falange”. Una retórica que, además de sus afinidades vanguardistas, que fascinaron al Roberto Bolaño de La literatura nazi en América y Estrella distante, concibe el mundo de forma maniquea y esencialista. Lo cual se traduce, tal y como indican Mónica y Pablo Carbajosa en La corte literaria de José Antonio, en el abuso de la antítesis y la reiteración. Para Femenías, el modelo expresivo falangista, que tuvo como referente en parte a Ortega y Gasset, impregnó el discurso público de la sociedad española de forma semejante a como el discurso nazi impregnó la sociedad alemana. La referencia al Lingua Tertii Imperii de Victor Klemperer resulta obligada: “Observaba cada vez con mayor precisión cómo charlaban los trabajadores en la fábrica y cómo hablaban las bestias de la Gestapo y cómo nos expresábamos en nuestro jardín zoológico lleno de jaulas de judíos. No se notaban grandes diferencias. De hecho, no había ninguna. Todos, partidarios y detractores, beneficiarios y víctimas, estaban indudablemente guiados por el mismo modelo”. De ahí, prosigue Femenías, que José Ángel Valente hablase de la necesidad de “limpiarse la mirada”, que Aldecoa insistiese en mostrar el desfase que existía entre la ampulosidad retórica y la miseria de las chabolas, y que Ferlosio se esforzase por hallar un nuevo tipo de escritura, que como la raposa de los bestiarios, borrase con la cola sus huellas.

*

Yo he venido a hablar de su libro. En el capítulo “Un alfabeto raro”, se presenta la novela Alfanhui como un primer ensayo de ruptura. El niño que la protagoniza es expulsado de la ecuela por dar “mal ejemplo”, al obstinarse en escribir en un “alfabeto raro que nadie le entendía”. Según Femenías, esta fantasía reiniciática no sólo revelaría un cierto adanismo cultural y político, sino también el sueño de una nueva generación que fantaseaba con tomar el poder. Lo cual se le aparece como el síntoma de que, con ellos, “irrumpe una sociedad dentro de la sociedad, que va viendo cómo se infiltran cuerpos ajenos en su trama, achicando o repeliendo su soberanía”.

"No iba a resultar fácil descolonizar cultural y literariamente un lenguaje que llevaba tres décadas bajo una verdadera dictadura retórica"

En el capítulo titulado “En las afueras del Estado”, se analizan los artículos que Sánchez Ferlosio publicó, en los años 50, en la Revista española, fundada por el republicano represaliado Antonio Rodríguez-Moñino, y la complicidad de Ignacio Aldecoa, Alfonso Sastre y Carmen Martín Gaite. La lectura de varios de aquellos relatos, reseñas o cartas revela una cierta “descongestión de los tonos épicos”, si bien, no total, porque el deseo de renovar totalmente el mundo les llevará a incurrir en afinidades involuntarias: “invocaciones a la totalidad, la antigüedad, la violencia y el linaje que menudean en los textos.”

En “Alrededores y entresijos del Jarama”, se presenta El Jarama, “no como el recuento de un día”, sino de “un día en la larga resaca de la posguerra.” Una novela en la que, aunque se desea prescindir de la psicología para ceñirse a las superficies, “la poética del entresí no puede evitar que aflore un interior elusivo donde abundan la desazón y la culpa”. Quizás las raíces del nenúfar conductista no lleguen al limo, pero igual se empapan de partículas en suspensión.

En el capítulo “El grotesco papelón del literato”, Femenías estudia la evolución de Sánchez Ferlosio tras la publicación de El Jarama. Una evolución que iba a concretarse en tres rasgos que acabarían definiendo su futura obra: “el cultivo de una sintaxis pautada sobre modelos altamente tecnificados, su inscripción en una genealogía premoderna, y el estudio y canto de la infancia como enclave para la liquidación del orden establecido”. Su desvío hacia el ensayo podría deberse al auge de este género en los años sesenta, que se debería, a su vez, “a la búsqueda de complicidades con una clase media instruida, ávida de nombres extranjeros e interesada por los cruces entre marxismo y psicoanálisis, y por el amplio abanico de experiencias de la contracultura.” Si bien no iba a resultar fácil descolonizar cultural y literariamente un lenguaje que llevaba tres décadas bajo una verdadera dictadura retórica.

"Carlos Femenías habla de todo ello con un estilo poderoso, lleno de armónicos y líneas de fuga, que parece empeñado en no darle tregua al lápiz"

En “Ferlosio y sus isótopos”, se describe el universo referencial de Sánchez Ferlosio mediante la metáfora del isótopo, que él mismo habría visitado en su obra póstuma Guapo y sus isótopos (2009). La isotopía sería un parentesco general, cuyo vínculo no se puede reducir a la oposición ni a la semejanza, sino a un núcleo de afinidades que no abole la mutua extrañeza de sus integrantes. Los integrantes de la isotopía “se acogerían a un mismo espacio, pero no consentirían coordinarse”, “no construirían su identidad opiniéndose entre sí”, pues “se diferencian las unas a las otras pero no se niegan las unas a las otras”. Digamos que mantienen el antagonismo sin ceder a la hostilidad. La isotopía, en fin, sería como una mesa, que une tanto como separa.

En el capítulo “Niños y esquemas”, Femenías habla sobre la postumidad de Sánchez Ferlosio, que se verá brevemente interrumpida por la aparición de Las semanas del jardín, en 1974, donde “coqueteó con la idea de que la infantil pudiera constituir una comunidad inmemorial prácticamente sustraída a la Historia”, tal y como probaría la longevidad de las canciones, juegos, lenguajes y tradiciones infantiles, más allá del transcurrir de los tiempos.

Y en los capítulos finales, titulados “Veedores y fiscales” y “Batines de lana y zapatillas de deporte”, se presenta la última obra, sobre todo ensayística y periodística, de Ferlosio, quien, como otro Valéry, habría regresado a la arena pública para llevar a cabo esas solitarias embestidas de jabalí sobre las que también ha reflexionado Jordi Gracia. Ferlosio se despachará contra el “engendro de despacho” de las autonomías, renegará de las diversas teocracias nacionalistas, y abominará de la tortura, el pensamiento abstracto, la función decorativa de los intelectuales o la omnipotencia del mercado.

*

Res et verba. Carlos Femenías habla de todo ello con un estilo poderoso, lleno de armónicos y líneas de fuga, que parece empeñado en no darle tregua al lápiz. En el siglo XVI, ahora no recuerdo quién afirmó que Lutero era res sine verba, esto es, contenido sin forma; Erasmo, verba sine res, esto es, forma sin contenido; y Melanchton, res et verba, esto es, contenido y forma. Se equivocaba, sin duda, respecto a Erasmo. No creo equivocarme yo a propósito de Carlos Femenías Ferrà.

—————————————

Autor: Carlos Femenías Ferrà. Título: A propósito de Ferlosio. Ensayo de interpretación cultural. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

4.2/5 (10 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios