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Una mujer de mundo, de Vernon Lee

Una mujer de mundo, de Vernon Lee

La escritora británica Violet Paget usó el seudónimo de Vernon Lee para publicar sus trabajos sobre estética, sus cuentos de fantasmas y, en general, esos libros que tanto interés despertaron en autores como Oscar Wilde y Henry James. La editorial El Paseo recupera ahora una novela corta, Una mujer de mundo, que, además de tener tintes autobiográficos, reflexiona sobre el desclasamiento y la rebeldía social.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de Una mujer de mundo (El Paseo), de Vernon Lee.

***

I

—Pero, mientras sus vasijas sean hermosas, ¿por qué debería importarle quién las compre? —preguntó la muchacha.

—Porque tal como son hoy las cosas, el arte solo engrandece el lujo de las clases ricas e indolentes. El pueblo, el pueblo que trabaja y que necesita de distracción y de algo que le hable de asuntos más alegres, no saca ningún beneficio del arte. La gente es demasiado pobre para poseer objetos hermosos, y está demasiado embrutecida para que les importen; la única diversión que se pueden permitir es emborracharse. Y estoy cansado de limitarme a añadir mi grano de arena a la desigualdad y a la injusticia de las condiciones sociales existentes… ¿no lo entiende, señorita Flodden?

Leonard Greenleaf enmudeció bruscamente. Su falta de aliento se mezclaba con la molestia de haberse dejado llevar por sus ideas, produciéndole un vago sentimiento de cálida impotencia.

—Por supuesto —continuó, tomando un gran jarrón de loza dorada hispanoárabe, al que quitó el polvo mecánicamente con un plumero—, es absurdo hablar así de un tema como los jarrones, y hablarle de esta forma a usted.

Y levantando la cabeza, dirigió una furtiva y breve mirada a la muchacha, que permanecía de pie ante un rayo dorado de luz y polvo que se filtraba en su taller.

La señorita Valentine Flodden —pues ese era el nombre que aparecía en la tarjeta de visita que había enviado junto con la de los señores Boyce— constituía una estampa notablemente deliciosa en aquel halo ambarino: la luz verde de debajo de los plátanos se filtraba a través de la puerta tras ella, y en la penumbra marrón, brillos carmesíes y reflejos dorados parpadeaban dondequiera que un rayo de sol rozara un plato barnizado o una vasija, al ser acariciados por la cortina que se agitaba con la corriente de aire. Greenleaf sabía por alguna borrosa y olvidada experiencia, o por innumerables conjeturas, que aquella muchacha era lo que se denominaba, en la detestable jerga de un cierto círculo, una mujer hermosa. De igual modo, reconocía por su ropa —que era de aspecto masculino, mucho más sencilla y práctica que la de las jóvenes que él conocía, si bien revelaba un estilo de vida que no era en absoluto práctico ni sencillo— que pertenecía a aquel mismo círculo de personas; un hecho que se traslucía asimismo en sus movimientos, sus palabras y su acento, o mejor dicho, en algo indefinible que había en su actitud que parecía desdeñarlo todo. Pero a él no le importaba que ella fuera hermosa. Su sentimiento era únicamente de vaga irritación por haberse permitido hablar ante una desconocida —informándole innecesariamente de su intención de abandonar la cerámica al año siguiente— sobre cosas que eran fundamentales en su vida; una extraña que había llegado con una tarjeta de visita para pedir consejo sobre su propio trabajo amateur, y que provenía de un mundo que le era tan ajeno y odioso: el mundo de la indolencia y del lujo. Además, se avergonzaba ligeramente de sentir un cierto placer, medio romántico y estúpido, en lo que en realidad era la inconsciente intrusión de una excéntrica que vestía a la moda. Resultaba evidente que esta muchacha, enviada por Boyce & Co. en busca de información que ellos no podían proporcionarle, creía que visitaba otra tienda; de no ser así, nunca habría acudido sola, y era obvio que le había tomado por un dependiente, o jamás se habría quedado tanto tiempo ni hubiera hablado con tanta libertad. Pero era mucho mejor que siguiera considerándole como tal; de hecho, ¿no se enorgullecía él de haberse sacudido todas las distinciones de clase y de haberse convertido en un trabajador como cualquier otro?

Fue este pensamiento lo que le hizo alterar su tono y preguntar con seria educación:

(…).

—————————————

Autora: Vernon Lee. Título: Una mujer de mundo. Traducción: Pilar Fuentes. Editorial: El Paseo. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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