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Una noche de verano y un cadáver

Una noche de verano y un cadáver

María Soto ha sido una habitual en concursos televisivos como Saber y ganar y Quién quiere ser millonario. Y gracias a los premios obtenidos ha podido escribir El ladrón de veranos, una novela en la que muestra el submundo de adquisiciones ilegales en el mundo del arte y en la que, además, demuestra su dominio en el género del thriller.

En este making of, María Soto cuenta la gestación de El ladrón de veranos (Destino).

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Mucho antes de sentarme a escribir las primeras palabras de El ladrón de veranos tenía claro que la novela debía empezar con la aparición del cadáver del personaje principal, Roberto Montenegro.

Sabía que habría una niña caminando por un jardín nocturno, un jardín que desde su mirada infantil sería casi un jardín encantado. Y tenía claro que era ella quien iba a encontrarse con el cuerpo del protagonista asesinado.

"Un libro es un compendio de lo que imaginamos, de lo que hemos vivido y de lo que hemos leído. Hay historias que toman forma a partir de un personaje, de un acontecimiento, o de imagen"

A partir de ahí, la narración debía transportarnos una semana atrás para averiguar qué había ocurrido, cómo habíamos llegado hasta esa noche de verano, con ese misterioso hombre muerto. Y ahí empezaba también la nebulosa en mi cabeza, ya que aún no tenía muy trazado el resto del argumento. Sólo tenía claro que el lector debía saber que el protagonista iba a morir desde el primer capítulo.

Por su tranquilidad. Para que no tuviera que preocuparse por su salvación mientras leía la novela. Y porque desde adolescente, desde la primera vez que las leí, en una clase de literatura, me han fascinado las palabras que Jean Anouilh le hace recitar al coro en su versión de Antígona, esa obra en la que desde el momento en que se alza el telón, el autor nos anuncia que su protagonista va a morir.

Un libro es un compendio de lo que imaginamos, de lo que hemos vivido y de lo que hemos leído. Hay historias que toman forma a partir de un personaje, de un acontecimiento, o de imagen. En este caso, la idea de El ladrón de veranos nace de aquella lectura adolescente que tanto me impactó.

"¿Sería capaz de construir una trama que atrapara a las lectoras y a los lectores y los mantuviera enganchados hasta la última página, aun revelándoles desde el principio que el protagonista no tenía escapatoria?"

Recuerdo perfectamente la inquietante sensación de estar adentrándome en un terreno desconocido. La fuerza con la que atrapó mi atención. Sorprendentemente, saber cómo iba a terminar la historia no le quitaba ni un ápice de emoción a la lectura. Al contrario. La hacía más poderosa, más irremediable, más limpia. Más elegante. No dejaba espacio para fruslerías ni para sobresaltos tramposos que no conducen a nada y sólo buscan despistar al lector.

En palabras del mismo Anouilh que cito aquí, resumidas:

“Eso es lo cómodo de la tragedia. Que rueda sola. La tragedia es limpia. Es tranquila, es segura… Es relajante porque sabemos que no hay esperanza, esa sucia esperanza. En los dramas hay lucha porque hay esperanza de escapar. Es algo innoble, utilitario. En la tragedia, todo es gratuito. Está hecha para los reyes”.

Así que ése era el desafío con el que me plantee la escritura de El ladrón de veranos. ¿Sería capaz de construir una trama que atrapara a las lectoras y a los lectores y los mantuviera enganchados hasta la última página, aun revelándoles desde el principio que el protagonista no tenía escapatoria? ¿Una historia que se leyera con emoción creciente, que obligara a pasar las últimas páginas en un suspiro, aun a sabiendas de lo que aguardaba al final? Sin sobresaltos tramposos, sin falsas pistas y sin un ramillete de posibles culpables colocados a propósito para despistar.

"No me importa que quien vaya pasando las páginas del libro sospeche relativamente pronto qué es lo que esconde el protagonista. Ni siquiera que adivine quién es el asesino"

Nunca me han interesado las novelas en las que lo más importante es averiguar quién es el asesino y en las que los recovecos de la trama sirven sólo para conducir hasta la revelación final. Por eso, aunque El ladrón de veranos es una novela que contiene varios enigmas y tiene un protagonista lleno de secretos, no hay juego alguno para esconderlos.

No me importa que quien vaya pasando las páginas del libro sospeche relativamente pronto qué es lo que esconde el protagonista. Ni siquiera que adivine quién es el asesino. Y me gusta recordarle de vez en cuando, a lo largo de la lectura, que está recorriendo un sendero con un destino inevitable, para que no lo olvide.

Para que pueda centrarse en todo lo que va ir descubriendo por el camino. En el intrigante mundo de los tramposos del comercio del arte de los años 20 y 30, y en sus osadas creaciones; en las traiciones, los errores y los deseos más oscuros de los protagonistas; en la vida oculta de una ciudad plagada de aventureros y personajes magníficos como aves del paraíso; en descubrir quién es en realidad Roberto Montenegro, un personaje del que en un primer momento sólo conocemos la fachada. Un magnífico ilusionista del que sólo sabemos que morirá asesinado.

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Autor: María Soto. Título: El ladrón de veranos. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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