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Una nueva mirada a la Revolución Rusa

Una nueva mirada a la Revolución Rusa

Desde extramuros de la historia, muchos lectores se preguntan sobre el afán de volver a grandes eventos del pasado. Así, por centrarnos en lo que a continuación nos va a ocupar, se plantean: ¿qué puede decirse de nuevo a estas alturas de la Revolución Rusa? Los historiadores reaccionan con displicencia a estas cuestiones, pero en mi opinión debe darse una respuesta razonada. Debe por ejemplo enfatizarse que, con la caída del régimen comunista, los investigadores han podido acceder a archivos y documentos secretos o inaccesibles hasta ahora. Pero, aunque no hubiera sido así o incluso cuando una obra no incorpora novedades factuales significativas, la revisión del pasado es necesaria al cambiar la perspectiva histórica.

Cada época construye su visión del pasado. Por eso el pasado parece tan cambiante. Hay quien sostiene con sorna que nada cambia tanto como el pasado. Como es obvio, no cambian los hechos pero sí la interpretación de los mismos. Y la historia es interpretación, es decir, otorgamiento de sentido. De no ser así, tendríamos solo un depósito de hechos, algo ininteligible. Es como la diferencia que hay entre tener un montón de libros apilados sin ton ni son y una biblioteca ordenada según un criterio razonable.

"Nuestra concepción del Octubre Ruso ha ido evolucionando, al compás de la aparición de personajes como Stalin, Kruschev o Gorbachov. Y aún más con la implosión de la URSS (1991) y el liderazgo de Putin"

El significado de los acontecimientos cambia cuando incorporamos sus consecuencias, tanto inmediatas como a largo plazo. Por eso, nuestra concepción del Octubre Ruso ha ido evolucionando, al compás de la aparición de personajes como Stalin, Kruschev o Gorbachov. Y aún más con la implosión de la URSS (1991) y el liderazgo de Putin. Estos cambios de valoración son tildados a veces de «revisionistas», un adjetivo infamante por cuanto se ha aplicado a posiciones extremistas (como los negacionistas del Holocausto). Pero el revisionismo, lejos de ser por fuerza una actitud reaccionaria, no solo es necesario sino inevitable, si tenemos en cuenta las consideraciones anteriores. Mirar el pasado desde nuestra atalaya actual comporta revisarlo. O, como dicen otros, revisitarlo.

Ahora bien, tanto los autores como —en medida no comparable— los críticos tenemos que ser consecuentes y valorar los nuevos libros sobre los viejos hechos desde la exigente óptica de la innovación: nos preguntamos qué aportan a nuestro depósito de conocimientos, esto es, a lo ya sabido. Lo esencial en episodios como este —un libro sobre algo tan estudiado en todas sus facetas como la Revolución Rusa de 1917— es, por tanto, dilucidar si modifica —y en qué medida— las concepciones establecidas y cómo justifica y asienta un marco interpretativo alternativo al existente. Estoy hablando, claro está, de máximos: solo de modo excepcional y solo los más grandes alcanzan a dar un vuelco cognoscitivo de esa índole e instauran lo que se llama un nuevo paradigma.

Robert Service es uno de los más reconocidos historiadores británicos, que atesora dos de las más preciadas cualidades de esa historiografía: su implacable rigor analítico y su resuelta capacidad divulgadora, virtudes que confluyen en la escritura de obras de una deslumbradora brillantez. Service es uno de los mayores y mejores especialistas occidentales en la historia rusa, a la que ha dedicado casi en exclusiva su ya larga y fructífera trayectoria. Es autor, entre otros muchos libros, de las biografías de los principales líderes bolcheviques, Lenin, Trotski y Stalin, así como de varias historias generales de Rusia. Pocos, mejor que él, están en condiciones de plantear y ofrecer una historia de la revolución a la altura del siglo XXI. Sangre en la nieve lo demuestra aunque, eso sí, con las limitaciones inherentes a una obra de divulgación.

Lo primero que debe destacarse está en la propia portada, en el subtítulo del volumen para ser precisos, y no debe pasar desapercibido. Me refiero a las fechas, la década comprendida entre 1914 y 1924. No es cuestión baladí. Service no empieza, como es usual, en 1917 sino en el momento en que estalla la Primera Guerra Mundial. Lejos de ser una elección casual o caprichosa, se revela decisiva, porque para Service la guerra mundial no es un telón de fondo, sino la clave necesaria para entender todo lo sucede en el imperio zarista. Puede comprobarse en términos objetivos: el historiador británico dedica las primeras 150 páginas a la Gran Guerra y su impacto en la autocracia zarista: ¡la primera revolución, la de febrero, aparece en el capitulo 15, de un total de 46!

"Sin la guerra mundial no habría habido revolución, con todas las consecuencias que ello implica"

Viene a decirnos Service que sin la guerra mundial no habría habido revolución, con todas las consecuencias que ello implica. Esto significa no solo la negación rotunda de un soterrado determinismo histórico sino la refutación implícita de las tesis marxistas y, por extensión del propio Lenin, sobre los procesos revolucionarios. La contingencia e incluso lo aleatorio no dejan espacio a las argumentaciones doctrinarias que se fraguaron a posteriori: nunca hubo un solo camino y mucho menos fue ineluctable el asalto bolchevique al poder. Más bien todo lo contrario, el componente azaroso no dejó de marcar en ningún momento el rumbo de los acontecimientos.

Pero hay más: terminar en 1924, fecha de la muerte de Lenin, parece subrayar el protagonismo de Vladimir Ilich. En cierto modo es así. Pero también aquí se produce una aportación fundamental que se asienta en dos raíles: el primero, que Service se distancia de los enfoques clásicos, que otorgan una primacía casi exclusiva a la historia política y militar, para ofrecer una mirada omnicomprensiva, o sea, una síntesis que abarca todos los aspectos (económicos, sociales y culturales). El segundo, más original que el anterior, es que Service utiliza para ello los diarios escritos por gente normal y corriente, los de abajo, como un campesino, un contable o un suboficial: gente que no debe quedar subsumida en la categoría de masas —enfatiza el autor— sino tratada como seres de carne y hueso que sufren el curso de la historia y muestran una voz propia.

Se sitúa de este modo el libro en la tendencia historiográfica actual que vuelve a valorar el papel del individuo en la historia. Pero ahora el individuo no es solo el hombre providencial o aciago (el zar Nicolás, Kerenski, Lenin, Trotski, Stalin). No se trata de volver a la visión elitista, sino de aguzar la mirada para hallar múltiples protagonistas que, con sus actos u omisiones, hacen camino al andar, por usar la consabida acuñación machadiana. Desde esta perspectiva, los seres humanos no son meras piezas de un entramado, peones de unas determinadas condiciones estructurales, sino los protagonistas (y en su caso, verdugos o víctimas) del devenir histórico.

"La gloriosa toma del poder del proletariado nunca fue tal: para empezar ni fue gloriosa ni la hizo el proletariado"

La gloriosa toma del poder del proletariado nunca fue tal: para empezar ni fue gloriosa ni la hizo el proletariado. Eso sí, fue un magistral asalto al poder ejecutado por unos activistas audaces que tuvieron suerte en una situación irrepetible. Examinar con lupa el tortuoso curso posterior de los sucesos conduce a paradojas sorprendentes. No es la menor de ellas que los nuevos gobernantes desencadenaran una violencia que dejaba en mantillas la crueldad zarista. Una violencia que se dirigió, para sorpresa de muchos, no solo contra los llamados enemigos de clase sino contra los propios revolucionarios ajenos a la camarilla gobernante y contra aquellos sectores sociales —obreros y campesinos— en cuyo nombre se había tomado el poder.

Service menciona todo esto, pero solo en forma de breves pinceladas, sin subrayados dramáticos. Sitúa la represión brutal desencadenada por los bolcheviques contra rivales y supuestos enemigos en el contexto de una época de violencia generalizada (tras la paz de Brest-Litovsk, sin solución de continuidad, el conflicto civil entre rojos y blancos). Atiende sobre todo al aspecto cualitativo: «Nunca había existido nada parecido a la URSS». Y concreta: «El Estado de terror soviético de partido e ideología únicos engendró el totalitarismo». No fue Stalin su artífice, sino Lenin. El georgiano solo llevó al paroxismo un régimen de terror ya existente. Tampoco considera que Trotski hubiera cambiado el rumbo. El mal quedó tan inoculado en las propias raíces que incluso hoy día, desaparecida la URSS, Putin se muestra como discípulo aventajado del terror leninista.

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Autor: Robert Service. Título: Sangre en la nieve. La Revolución Rusa, 1914-1924. Traducción: Efrén del Valle. Editorial: Debate. Venta: Todos tus libros

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4 meses hace

Menos mal que ya no se interpreta todo, la historia, la economía, la sociedad, con la restrictiva óptica de las claves marxistas. Ni siquiera la propia Revolución. Es como si nos hubieran quitado de encima un gran manto rojo que lo oscurecía todo.

Parece interesante. Habrá que leerlo.