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‘Vita & Virginia’: Dos mujeres en la cumbre

‘Vita & Virginia’: Dos mujeres en la cumbre

Vita y Virginia es una película biográfica, coproducción británica e irlandesa, rodada en 2018 y estrenada en 2019, que ha pasado casi desapercibida a pesar de tener como tema la relación entre dos de las mujeres más famosas de su tiempo, las escritoras Virginia Woolf y Vita Sackville-West. El film narra la parte de sus vidas (trece años, 1922-35) en la que se conocieron y trabaron relaciones sentimentales, íntimas, profesionales y literarias, todo esto mientras ambas estaban casadas (con hombres) y se acostaban con otros y otras. Siendo las dos bastante diferentes en muchas cosas, sentían una atracción por elementos a veces similares y a veces distintos entre ambas, que las llevó a producir lo mejor de su obra durante estos años.

[Aviso de spoilers con letra de caligrafía en todo el texto]

Adeline Virginia Stephen (Woolf de casada) y Victoria Mary Sackville-West (Vita para los amigos, Honorable Lady Nicolson para los que no) se conocieron exactamente el 14 de diciembre de 1922 durante una velada en casa del crítico de arte Clive Bell. Virginia tenía 43 años y Vita 33. Virginia era de clase media-alta, hija de padres de letras y artes londinenses, y Vita era de familia noble, residente en una mansión familiar en Kent que no pudo heredar por ser mujer (fue a parar a un sobrino del dueño, en vez de a su hija) y con una madre hija ilegítima, nacida a su vez de una española (Pepita Durán y Ortega, de la que se decía que era gitana). Las dos eran escritoras y ensayistas, y Virginia ya había oído de la escandalosa fama de Vita: de adolescente ya había tenido una relación sexual con Violet Keppel, a los 21 se había casado con el diplomático Harold Nicolson, con quien mantenía una relación abierta (él era homosexual, manteniéndose firmemente dentro del armario por el qué dirán y por la posibilidad de perder sus empleos) y tenía dos hijos. Él era enviado como embajador a lugares como Estambul, Teherán o Berlín, y ella a veces volvía a fugarse, a Francia, vistiéndose de hombre, con Violet, que por su parte también se había casado. Vita, diez años más joven, aunque había tenido más éxito comercial, se consideraba inferior y admiraba a Virginia, a la que tenía muchas ganas de conocer. Cuando esto ocurrió hicieron buenas migas sobre todo en torno a su compartido pasado de niñas intelectualmente bien educadas pero mayormente solitarias e incomprendidas. Vita admiraba la elegancia de la prosa de Virginia («comparo mi escritura iletrada con la tuya erudita y me avergüenzo») y Virginia la rapidez con la que Vita escribía (lo cual era más bien un dardo envenenado que un elogio: a pesar de su relación, nunca dejó de considerar las obras de Vita, «con prosa demasiado fluida», como «romances para sirvientas», a veces ambientadas en lugares exóticos, como Irán o Ecuador).

En fin, que todo apuntaba en la dirección de una mitad de la pareja mayor y más dotada intelectualmente dominando a la más joven y mediocre, pero hubo mucho más por debajo. Fue Vita, con su ‘vita’lidad (broma ine’vita’ble) quien a partir de comenzar una relación más frecuente desde 1925 sacó a una Virginia ya cuarentona de una existencia de semi-reclusa enfermiza, tendente a lo traumatizado y carente de goce erótico. Virginia confesó a Vita que de pequeña un hermanastro había abusado de ella y que de joven los médicos y su padre le habían dicho que leer era malo para sus achaques y que lo bueno para la salud era el trabajo y el ejercicio físico, así que se metía unas buenas palizas en el jardín que la dejaban exhausta. Vita le quitó la tontería, y a partir de ahí la labor literaria de Virginia mejoró inmensamente, produciendo en los siguiente tres años sus obras maestras Mrs Dalloway, Al faro y Orlando, de la que ya hablaremos más adelante. Virginia llegó a escribir que durante un viaje juntas a Francia se compró un espejo donde por primera vez en su vida se pudo mirar con confianza.

Otro motivo por el cual la relación no se inclinó tanto del lado de Virginia fue el meramente económico. Virginia llevaba con su marido, Leonard Woolf, la editorial Hogarth Press, que como el nombre sugiere, consistía principalmente en una máquina de imprimir libros a mano que la pareja hacía funcionar personalmente. Nunca había tenido mucho éxito, y tiraba para adelante más o menos como podía, con libros de poemas, cartas literarias, una traducción de Dostoyevski y otra de Freud, y la primera edición británica en libro de La tierra baldía de T. S. Eliot como principales volúmenes, pero Virginia empezó a publicar las «novelitas románticas» de Vita en ella y se vendieron muy bien, sobre todo The Edwardians, con lo cual Virginia pudo preocuparse menos por el lado financiero de la vida y dedicar más tiempo a escribir.

En 1928 Virginia escribió Orlando, una novela que, al igual que el Quijote, nace de una idea paródica (en este caso satirizar las ampulosas biografías de prestigio literario), y acaba evolucionando hacia una creación luminosa por sí misma. Orlando es un protagonista de gran belleza, un joven noble que no envejece, que durante los tres siglos de su vida cambia de sexo, y está inspirado directamente en Vita, que se veía a sí misma a veces con tendencias femeninas y a veces masculinas, sobre todo en las relaciones con sus amantes mujeres. El hijo de Vita, Nigel Nicolson, la ha calificado como «la carta de amor más larga y encantadora de la historia de la literatura». Este libro se puede ver a la vez como el mayor elogio a la persona amada y a la vez como la mayor crítica, burlándose por ejemplo de la manía idealizada que Vita tenía con los gitanos, de los que al parecer descendía vía esa abuela exótica española, y con esa «libertad» bohemia que luego ella nunca quiso probar por sí misma, prefiriendo sus privilegios nobiliarios, y es verdad que a partir de ahí la relación entre ambas fue empezando a deteriorarse. Orlando es un ser que, de puro bello, ideal y admirable, acaba viviendo solo, y a Virginia le empezaba a cargar que Vita continuara con su liberada promiscuidad durante la relación entre las dos, así que en su novela de 1929 Una habitación propia Virginia carga contra las leyes patriarcales de la aristocracia, de la que Vita provenía. Vita, por su parte, empezaba a sentirse vista más como un objeto de estudio o una musa observada por otro artista que como una persona de carne y hueso. A mediados de los 30 Harold, el marido de Vita, empezó a relacionarse con los Camisas Negras fascistas de Oswald Mosley y la propia Vita estaba a favor del rearmamento británico ante el auge nazi, mientras que Virginia era pacifista. En 1935 pusieron fin a su relación.

La película refleja con frecuencia ese lado de Virginia capaz de elogiar por un lado y criticar por otro. Cuando Vita se la lleva a cenar con su madre y sus amigos de clase alta, que le preguntan un tanto burlonamente que qué piensa de la decoración del lugar, llena de lujos y cuadros, Virginia dice: «El pasado es expresivo aquí, no mudo y olvidado. Todos los siglos parecen iluminados. Por todas partes una muchedumbre de gente está presente detrás de vosotros, en absoluto muertos». ¿Les está elogiando el gusto o los está llamando antiguos? «Qué inextricable eres», le responde uno de ellos, tras unos segundos de rumiarlo. «Creo que has escuchado con demasiada atención lo que dicen de mí», le replica ella.

El film está construido como un baile de pareja, con amigos invitados danzando alrededor de ellas, y lógicamente comprime bastante la década y pico de la historia real. Comienza con un programa radiofónico de la BBC en el que Vita y su marido hablan de la naturaleza del matrimonio moderno, con algunas ideas bastante progresistas: debe ser un contrato flexible, y es una planta viva que cuidar más que un mueble inmóvil, pero al hablar de hombres y mujeres Harold parece estar de acuerdo, hasta donde puede sin traicionarse en público, en que hay cualidades masculinas y femeninas en ambos sexos, pero luego inquiere si el éxito literario en una mujer sobrepasa en emoción al de sus deberes como madre. «Satisfacen estómagos diferentes», concluye ella. Pasamos entonces a los primeros contactos de Vita con el Grupo de Bloomsbury, como se va llamando al colectivo más o menos amalgamado de varios artistas interrelacionados en dicho barrio londinense, y se refleja que han cogido fama en otros círculos de ser una gente un tanto lúgubre, «seriosa», torturada y apesadumbrada, frecuentemente pálidos y enfermizos, de gran intelecto pero desdeñosos de otra gente. «Gloomsbury», los llaman algunos («gloom» es «tristeza, pesimismo, pesadumbre» en inglés). La madre de Vita, interpretada por Isabella Rosellini, se pone en plan matrona escandalizada, incluso dispuesta a quitarle a los nietos si ella se vuelve a escapar a París con otra, y encima a usar la peripecia en una novela.

Vita conoce a Virginia, y enseguida la nota percibiendo las cosas de manera diferente a todos. Sus frases y su vocabulario son diferentes. Y la verdad es que Virginia habla en modo «frase perfecta» durante casi toda la película, atrapando evocativos conceptos en oraciones de elegancia sin par, cosa que se le va pegando a Vita. Quien siga este blog habrá visto que se adorna con capturas de fotogramas de la película o serie comentada, procurando que sean frases de importancia y que a la vez estén razonablemente bien estéticamente. A veces es complicado encontrar más de seis o siete buenas: en este caso podría haber escogido veinte frases lapidarias diferentes. «El momento presente, ¿de qué se compone? Si no vivimos tranquilamente dentro del momento, ¿qué gana uno muriéndose?». Vita resume sus impresiones sobre ella diciendo: «Virginia estaba completamente callada hasta que quería decir algo, y entonces lo decía, supremamente bien». «El ritmo lo es todo», intenta resumir Virginia su principal consejo para escribir. «Una vez que consigues eso, ya no puedes usar las palabras equivocadas». Mientras tanto, Harold empieza a preocuparse, no tanto porque Vita se le vaya a escapar con Virginia, sino porque si lo hace la cosa puede acabar bastante mal, como ya había pasado con Violet. Vita viaja bastante con su marido, no siempre a gusto, sino a regañadientes, para ayudar a su trabajo diplomático, y ellas dos empiezan a escribirse cartas llenas de anhelo y deseo: «Desde que salí de Inglaterra he sido como una persona en avanzado estado de intoxicación etílica, cócteles hechos no de ginebra y vermú, sino de emoción y miseria, de aventura y morriña».

En lo formal, la película, dirigida por Chanya Button, tiene un par o tres de cosas reseñables: una es la banda sonora, serena pero electrónica, completamente anacrónica, como quizás intentando reflejar que al menos Virginia era una pionera de la escritura, y que fue de las primeras en usar el stream of consciousness, o corriente de consciencia, como recurso literario. Otra es ese mirar a cámara entre difuminados mientras recitan fragmentos de las sentidas cartas que se escribieron. Y la última son esas flores y plantas que brotan en varias ocasiones repentinamente de una reja, del marco de una puerta o del suelo, como evocando la floración de una inspiración sobrevenida. Las actrices protagonistas, por su parte, lo hacen bien para el espectador menos conocedor de la pareja, pero dan una sensación bastante equivocada para quien esté familiarizado con ellas. Para empezar, Gemma Arterton tenía la edad adecuada para Vita durante el rodaje (33 años), pero Elizabeth Debicki tenía 28 en lugar de 43. Se supone que el objetivo era hacerlas más o menos de la misma edad, pero el efecto es que Virginia resulta, incluso visualmente, mucho más joven (en principio iba a ser Eva Green la encargada de encarnar a Virginia). Además, Vita era más alta que Virginia y aquí es al revés. Arterton no es baja para ser mujer (1.70), pero Debicki es una pértiga de 1.88 nada menos, toda ojos y clavículas, y en algunas escenas juntas, como la del invernadero, parecen una niña y una mujer. La sobrina-nieta de Virginia Woolf, Virginia Nicolson, no ha escrito muy favorablemente sobre la película en este respecto, quejándose además de que se muestra a su antepasada como «pensativa e introvertida» cuando en realidad, a pesar de sus cuitas, era, para todos los que la conocían, divertida y dada al flirteo. Esto es algo que se da mucho en los biopics literarios, donde las intelectuales de 1930 para atrás son todas pálidas, frágiles, flacas, a menudo demacradas y jamás sonríen. Como las modelos de pasarela de hoy, dirá alguien, pero encima con diálogo.

En fin, dicen que uno nunca debería conocer a sus ídolos, y poco a poco esa manera tan suya de expresarse de Virginia empieza a dejar de sonar a literatura sublime, y a mosquear a Vita, cuando Virginia no parece dispuesta a irse a vivir esos Rugientes Años 20 con ella por Europa, disfrutando juntas su amor. «¿Alguna vez quieres decir lo que dices, o dices lo que quieres decir, o simplemente disfrutas confundiendo a la gente que se te acerca algo?». En cuanto a la escritura, también hay críticas de Virginia a Vita: «En tu obra te agarras a la técnica. No entiendes que una vez que la dominas, debes tirarla al aire y dejar que se estrelle contra el cemento». A medida que pasan los años, aparece el tema de la posteridad en medio de los escándalos. Virginia le pregunta a Harold: «¿Cómo crees que tratarán los biógrafos a Vita: como esposa de diplomático y celebrada novelista, o como amante insaciable, notoria por sus líos y por el tormento al que sometió a su pobre marido?». «Supongo que depende de cómo acabe tu propio capítulo con Vita», le responde él.

La película termina con la publicación y el éxito de Orlando, tras la cual algo se rompe definitivamente entre las dos amantes. Por un lado, Vita se ha sentido como una musa usada y observada, pero el resultado le ha parecido maravilloso. La pregunta es qué pasará ahora entre las dos, una vez que Virginia ha sometido a Vita a un análisis tan profundo. Vita piensa que Virginia cree que es fría, sobre todo en su idea de tener relaciones con otra gente a la vez, y Virginia se muestra de lo más woolfesco en su respuesta: «Todo lo contrario. En ti arden un millón de velas, Vita, eres una estrella en explosión, refractando luz por todo el universo, pero eso significa que eres incapaz de enfocar tu luz sobre una cosa sola, una persona solamente, y en definitiva, no sobre mí. El final ya está escrito: Orlando amaba naturalmente los lugares solitarios, los vastos paisajes… y el sentirse por siempre jamás solo».

La pregunta es: ¿está Virginia hablando ahora de Vita, su musa, o de sí misma?

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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