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Vuelve Teresa Wilms Montt, la mujer fatal que acabó como escritora maldita

Vuelve Teresa Wilms Montt, la mujer fatal que acabó como escritora maldita

Deslumbró a Valle-Inclán, Romero de Torres la retrató, y el erotismo de parte de su obra, su temprano suicidio y su rebeldía hicieron de Teresa Wilms Montt, adicta a los paraísos artificiales, el prototipo de mujer fatal y una escritora maldita cuya obra completa se reúne ahora, dos años después del centenario de su muerte.

Nacida en Viña del Mar (Chile) en 1893 y muerta en París en 1921, Teresa Wilms se hacía llamar Teresa de la Cruz y acompañaba su firma de una cruz, para mayor escándalo de la sociedad a la que desafió divorciándose, escapándose del convento en el que la encerró su familia y saltando por encima de la aristocracia entre la que se educó.

En sus 28 años de vida tuvo tiempo para recorrer, tras huir de Chile, las tertulias artísticas de Madrid y París y convertirse en uno de los personajes más curiosos de las memorias de autores como Rafael Cansinos Assens y César González Ruano, además de construir «una de las obras más bellas y fascinantes del último modernismo hispánico y el albor de la vanguardia».

Con esas palabras describen su obra las poetas y profesoras María Ángeles Pérez López y Mayte Martín Ramiro, responsables de la edición en un solo tomo de casi quinientas páginas de las Obras completas de Teresa Wilms Montt y quienes, como ejemplo de la vigencia de su obra y del vigor con el que se ha rescatado durante los últimos años, han puesto las numerosas tesis doctorales y trabajos críticos que ha merecido.

En el Chile de principios de siglo se casó a los 17 años sin el consentimiento de sus padres, que la repudiaron, y más tarde su marido le arrebató a sus dos hijas, a las que apenas pudo volver a ver, lo que constituyó su mayor sufrimiento, por el que acabó quitándose la vida tras varios intentos.

Teresa Wilms visitó Sevilla, Córdoba y Granada, y si en París trató a André Breton, Paul Éluard, Max Ernst y Arthur Rubinstein, en las tertulias literarias de Madrid trabó amistad con Ramón Gómez de la Serna, los hermanos Machado, Benavente, Guillermo de Torre y Enrique Gómez Carrillo, quien en 1918 escribió sobre ella en la prensa de Madrid:

«Esta mujer que lleva a cuestas la maldición de su belleza no es sino una escritora, una gran escritora que si fuese hombre y tuviese barbas formaría parte de todas las Academias y llevaría todas las condecoraciones».


El primero en rescatar la obra de Teresa Wilms, en 1944, fue Juan Ramón Jiménez, quien escribió que poseía una «voz extraña cargada de siglos y juventud» y apreció en su prosa «sencillamente natural y extraña, a un tiempo» cierto misticismo, con el que justificó el pseudónimo de «Teresa de la Cruz».

Las editoras de estas Obras completas coinciden en señalar que la obra de Teresa Wilms «ha estado ensombrecida por la belleza física» de la autora y que su propia figura «ha sido romantizada a causa del suicidio», a la vez que sus adicciones al alcohol, la morfina y otras drogas construyeron una «tormentosa biografía» o una «biografía de leyenda» que en absoluto ayudó a valorar la calidad de su obra literaria. Una obra literaria integrada por relatos, diarios, poemas en prosa y libros inclasificables como el que, con el título de Anuarí, dedicó al joven de 19 años Horacio Ramos Mejía, cuyo suicidio presenció y quien se cortó las venas al ser rechazado por ella.

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