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Vuelven las chicas yeyés (III): Patty Pravo, la más sensual

Vuelven las chicas yeyés (III): Patty Pravo, la más sensual

No sé si será apropiado llamar yeyé a Gigliola Cinquetti, que sólo tenía dieciséis años cuando, en 1964, ganó el Festival de San Remo con la canción «Non ho l’età (per amarti)». Sorprende que, en aquella misma convocatoria, otra italiana, Patricia Carli —residente en Bélgica durante muchos años, de ahí que su carrera no tardase en despuntar en la chanson— defendiese ese mismo tema en francés. Finalmente, fue Gigliola quien obtuvo el premio, al igual que, un par de meses después, ganó el festival de Eurovisión —que aquel año se celebró en Copenhague— con la misma pieza. Original de Nicola Salerno, Mario Panzeri y Giancarlo Colonnello, su letra hablaba de uno de los problemas más acuciantes entre los yeyés: la edad para el amor. Su historia giraba en torno a una chica que aún quería seguir disfrutando de la adolescencia, pese a verse acosada por los sentimientos que inspiraba a un tipo sin duda mucho mayor que ella. Acaso uno de esos babosos de bigotito afilado, a la usanza pretérita, que merodeaban alrededor de las chicas yeyés, algo así como jactanciosos de saber más de la vida que los chicos yeyés, que les correspondían a ellas, aunque sólo fuera por ser de la misma generación. Sandie Shaw definía a la perfección a uno de aquellos galanes —otoñales, aunque sólo tuvieran treinta años— en «Think It All Over», una pieza de Chris Andrews que cantaba en el 69 con toda la gracia que la caracterizaba.

No. Gigliola Cinquetti no era yeyé, por mucho que compartiese emisiones televisivas con Sylvie Vartan. Incluso puede que fuera más yeyé Patricia Carli, quien, en algún número, hasta se asomó a las páginas de Salut Les Copains. Ahora bien, eso fue antes de empezar a escribir canciones con regularidad para Mireille Mathieu y la española Gloria Lasso, quienes de yeyés no tenían absolutamente nada. Ni siquiera la apariencia.

"En el verano del 68 había llegado a nuestras listas de éxitos y a la televisión española Patty Pravo"

De Italia, que generó su propio swing, rock & roll y twist, llegaron chicas yeyés como la primera Mina. Conocida entre los amantes del Ritmo del Diablo como La tigresa de Cremona, aún se recuerdan piezas suyas como «Tintarella di Luna» o «Una zebra a puà». De Italia llegó Rita Pavone. Prototipo de la yeyé simpática y graciosa, hizo suyos temas como «Sapore di sale» —escrito por Gino Paoli y arreglado por el mismo Ennio Morricone— o «Zucchero», todo un éxito del 69 pese a que, a diferencia de la práctica totalidad de las canciones llegadas de la Italia de la época, no venía avalada por el triunfo en el festival de San Remo. Todo lo contrario, perdió en la convocatoria de ese mismo invierno.

Un año antes, en el verano del 68 —las alegrías musicales solían venir con el estío—, también de aquella península había llegado a nuestras listas de éxitos y a la televisión española —que fue una plataforma mayor que la radio para el lanzamiento de las chicas yeyés— Patty Pravo. Hablamos de una intérprete que se distanciaba de sus pares por la gravedad de su voz, radicalmente opuesta a esa de niña de France Gall cuando en el 65 ganó Eurovisión cantando «Poupée de cire, poupée de son».

La noche aún era una de las conquistas pendientes para la juventud. Incluso había canciones que aludían al deseo de nocturnidad por parte de la nueva generación. Hasta mediados de los años 70, con los yeyés ya convertidos en hippies, no se empezaría a ver jóvenes animando las madrugadas. En el caso de las chicas, por muy yeyés que fueran, tenían que estar en casa, como muy tarde, a las diez.

"Patty Pravo, además de la de la voz más grave, fue la más sensual de todas las chicas yeyés con anterioridad a la Jane Birkin de Je t’aime... moi non plus"

De modo que debió de ser uno de los pocos veinteañeros que se quedaba en la boîte cuando dejaban de sonar Los Brincos y empezaba la “canción ligera” —que la llamaban quienes la despreciaban frente a la música sinfónica, para ellos “clásica” por la gravedad que le atribuían— quien decidió que Patty tenía voz “de cazallera, de tía que lleva toda la noche bebiendo”. Si entonces se hubiera sabido que su apellido artístico, “Pravo” (“malvado” en italiano) era una referencia al canto que sirve de introducción al Infierno de Dante en La divina comedia, Guai a voi anime prave (¡Ay de vosotros, almas malvadas!), se hubieran dicho cosas peores aún. En fin, de una u otra manera, Patty Pravo, además de la de la voz más grave, fue la más sensual de todas las chicas yeyés con anterioridad a la Jane Birkin de «Je t’aime… moi non plus».

Nacida en Venecia en 1948 con el nombre de Nicoletta Stambrelli, la futura reina del Piper Club —todo un cenáculo de la modernidad romana en los años 60— fue criada por sus abuelos, en cuya casa trató al cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, conocido durante su pontificado como Juan XXIII, y al poeta estadounidense, pero fascista por amor a Italia, Ezra Pound.

Desde muy joven estudió piano con el maestro Mazzin Crovato, y danza clásica en el Teatro La Fenice de su ciudad natal. Tenía diez años cuando ingresó en el conservatorio Benedetto Marcello. En fin, puede decirse que su formación fue clásica hasta que se cruzó en su vida el rhythm and blues. Lo cierto es que la influencia de esta música sería mínima en la futura obra de la vocalista. Pero es muy probable que sí que fuera este sonido el que la llevó por primera vez al Piper Club. Abierto en 1965 en la via Tagliamento, merced a sus actuaciones en directo fue a Roma —si se me permite la comparación— lo que habría de ser el Rock-Ola al Madrid de la Movida.

"Fue allí, en esa discoteca romana, donde decidió cambiar su nombre de pila, Nicoletta, por el de Patty, porque Patty sonaba más yeyé o más beat"

En Italia lo yeyé se llamaba beat en alusión al Mersey beat inglés —el Mersey es el río de Liverpool— que, con The Beatles como estandarte, tuvo en formaciones como The Searchers, Gerry and the Pacemakers o The Hollies algunos de sus mejores ejemplos. Patty Pravo, que descubrió aquel universo en ese añito que llevaba a la capital británica a tantas jóvenes europeas a aprender inglés, ya instalada en Roma puso de manifiesto todo lo aprendido en Londres en las noches del Piper y acabó siendo la reina del local. De hecho, cuando cantó por primera vez frente a las cámaras de la RAI, lo hizo como la Chica del Piper. Y fue allí, en esa discoteca romana, donde decidió cambiar su nombre de pila, Nicoletta, por el de Patty, porque Patty sonaba más yeyé o más beat, como el lector prefiera.

En las primeras entrevistas, la reina del Piper resultó ser una chica tan procaz en cuanto al sexo, el divorcio o el amor como pudiera serlo en la escena británica Marianne Faithfull. Y, también al igual que ella, se descubrió como la mejor para mostrar la moda de la época. La profusión de fotos en que la exhibía fue sobresaliente. Su primer éxito, «Ragazzo triste», fue la versión italiana de un tema de Sonny & Cher, «But You’re Mine», cuya letra topó en algún verso con la censura de la RAI, aunque, sin embargo, está considerada la primera canción pop que fue retransmitida por Radio Vaticana, la emisora de la Ciudad del Vaticano.

"La bámbola tenía cierto mensaje feminista. Su asunto, como el lector más veterano recordará, versaba sobre una chica que está cansada de ser la muñeca con la que juega el novio"

Naturalmente, todo esto se ignoraba cuando, en 1968, se dio a conocer entre la audiencia española interpretando «La bámbola». Los jóvenes que no sabían con exactitud lo que era eso, al escuchar la canción, imaginaban encontrarse en una barra americana o alguna suerte de lupanar. Ya en aquella Patty todo era sexualidad: la gravedad de su voz, el lunar sobre la boca, los fabulosos peinados. Aunque italiana, se registraba en Patty Pravo una clara influencia de la francesa Brigitte Bardot —quien, por cierto, también tiene una lectura yeyé merced a las canciones que Serge Gainsbourg escribió para ella, empezando por «Je t’aime… moi non plus»—.

Pero a diferencia de esta última pieza, sin duda la canción yeyé más escandalosa de toda la historia, «La bámbola» tenía cierto mensaje feminista. Su asunto, como el lector más veterano recordará, versaba sobre una chica que está cansada de ser la muñeca con la que juega el novio. A su modo, France Gall ya había clamado en su primer éxito —»Muñeca de cera, muñeca de sonido», sería la traducción del título— contra esa concepción de las chicas como muñequitas.

Siempre traducidos al español y presentados en la escena patria con la correspondiente actuación en TVE, la carrera de Patty Pravo discurrió por títulos como «Il Paradiso», «Mercado de flores» y, sobre todo, «Loca idea». Este último ya está fechado en 1974. Para entonces, la Patty yeyé se había convertido —estéticamente hablando— en la Patty hippie.

Toda la sexualidad que venía rezumando desde que cantaba «La bámbola» encontró su máxima expresión en los distintos desnudos integrales con los que sorprendía, con cierta regularidad, a sus admiradores. El primero que se vio en España fue en el número 70 de la revista Interviú. Llegado a los quioscos el quince de septiembre de 1977, vendió un millón de ejemplares. Para entonces, de la ingenuidad yeyé de diez años atrás sólo quedaba el recuerdo.

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