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Aguas turbulentas

Hace unos años Lumen tuvo la acertada ocurrencia de editar una biblioteca de la escritora británica Iris Murdoch. En 2011 publicaron una delicada edición de su novela más lograda, El mar, el mar.

“El mar se extiende ante mí mientras escribo”, así comienza una de las novelas que se convirtieron en buque insignia de la literatura británica durante el siglo XX. Ganadora del premio Booker en 1978, El mar, el mar ha navegado con viento favorable desde su publicación y se erige como la novela más filosófica de su autora, un título que no adolece de calidad con el transcurrir del tiempo.

“It makes compulsive reading” sentencia el escritor Álvaro Pombo en el prólogo de esta novela. Y como si de una ola aviesa se tratase, Murdoch nos va enredando en una compleja historia personal, la de Charles Arrowby, un personaje a la deriva, un dramaturgo ya retirado que se compra una pequeña casa en Shruff End, una aldea de la costa británica. Con la firme intención de escribir sus memorias y en cierto modo, hacer justicia con todas las mujeres y hombres de su vida, Charles se deja llevar por una existencia monacal en la que alterna natación en mar abierto con pequeños tentempiés y visitas al pueblo. La narración en primera persona alterna preciosas descripciones de la costa y el paisaje, con un impetuoso monólogo interior de Charles, así como con ingeniosos y filosóficos diálogos con el resto de personajes. Pues por la casa de Arrowby desfilan una suerte de personajes de su pasado, su primo James, retirado del Ejército; sus amigos también actores, Lizzie, antiguo amor, y Gilbert, homosexual declarado; Rosina, actriz con la que vivió un romance que le supuso a ella el divorcio de su marido, Peregrine Arbelow; Hartley, su gran amor de infancia, su marido Ben y el hijo adoptivo de ambos, Titus. Sobre todos ellos sobrevuela además el fantasma de otro gran amor, Clement.

El mar es un ingrediente más de este cóctel emocional: ora calmo, ora agitado, ora gris y perturbador… se establece a modo de metáfora natural como el estado de ánimo caprichoso y arbitrario de Charles. Y como metáfora de este estado, se encuentra agitado y perturbador casi en todo momento, como si en el fondo de sus aguas grisáceas escondiera ocultas y torpes intenciones, maquilladas tras un tejido de culpa, falsa moral, celos e hipocresía.

Charles inicia la escritura de sus memorias con el deseo de relatar su historia con Clement, una actriz de prestigio que fue su amante durante su madurez. Pronto las inesperadas visitas y los recuerdos perturbadores consiguen que la trama se vaya desviando hacia el resto de sus relaciones mucho más enfermizas y obsesivas. Y como las olas que acarician una y otra vez la delicada arena, Charles enseguida revivirá su primer amor hasta el punto de querer recuperarlo a toda costa. Hartley, al contrario de lo que él supone y repite a lo largo de sus memorias, no desea retomar esa relación naif, pues le supuso graves problemas a su matrimonio y provocó la huida de su hijo Titus. Charles emprende un acoso constante a la mujer en el pueblo, en su propio hogar, intentando que ella abandone su familia y se vaya con él. La ocasión le aparece con la llegada del hijo adoptivo de Hartley huido años atrás, que se queda en casa de Charles unos días a modo de cebo para la mujer. Tras el “éxito” de su plan, Hartley permanece varios días encerrada en casa de Charles, donde muestra de modo explícito la locura a la que le ha llevado la obsesión infantil que desarrolló al abandonar a Charles siendo adolescentes. En un nuevo e infructuoso intento por hacer entrar en razón a un Charles absolutamente déspota y desmedido, su primo James le llega a decir que no entiende sus impulsos y actos puesto que desprecia a las mujeres, algo que los lectores llevamos ya intuyendo desde prácticamente el inicio de la novela.

“It makes compulsive reading” sentencia Pombo y no podemos evitar darle la razón en esta afortunada frase. La obcecación de Charles fascina y repele a partes iguales y consigue que el lector se aferre a las páginas del texto, se amarre con ansia a cada brazada que da el actor, nadando a oscuras, en círculos sin un destino definido, como si ese destino fuera no salir nunca a flote ni dejar que ninguno de los personajes que le amaron o formaron parte de su familia puedan salir de estas aguas turbulentas. El mar, testigo indiferente de la tragedia que se cierne a su lado no permite que Charles entre en razón. Sólo la recuperará tiempo después del drama en tierra firme, pero esa es ya otra historia.

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Título: El mar, el mar. Autora: Iris Murdoch. Traductora: Marta Isabel Gustavino Castro. Editorial: Lumen. Páginas: 448. Edición: Papel y ebook

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