Marzo

Foto: El grupo de teatro de la Facultad de Medicina al completo (ver jueves, 16)

Lunes, 6

De nuevo me subo al tren camino de Asturias a mi reunión mensual. Viajar solo tiene la recompensa de que libremente duermes, lees, escribes, miras, piensas, te reconcentras e, inevitablemente, oyes lo que no quieres oír porque hay expertos en contar sus vidas por el móvil mientras tú subes el volumen de la música por los auriculares hasta salirte casi físicamente del entorno. Luego, poco a poco, kilómetro a kilómetro, la fiesta se va calmando y sientes que todos hacen lo mismo que tú: estar consigo mismo.

Cuando el tren se descuelga por las fastuosas montañas asturianas del Puerto de Pajares uno no puede más que sentir la emoción del paisaje. Los innumerables tonos de verde, la sinuosidad de sus colinas, la altivez de los picos nevados. Siempre que paso por aquí me quedo absorto mirándolo. Recuerdo más de un viaje que hice con Aute, él siempre se pegaba al cristal y no dejaba de mirar hasta que bajábamos a la altura de Pola de Lena, ya en las cercanías de Mieres, por donde lentamente se bordea el río Caudal, los vagones pegados a las casitas que a lo largo de los años fueron levantando tantos labriegos, reconvertidos en mineros y metalúrgicos. Hoy, el paisaje intacto de verdes reventones, está rodeado de castilletes de minas melancólicos que un día fueron promesa de progreso. Armando Palacio Valdés lo retrató en La aldea perdida para hablar de otra cuenca hermana, la del río Nalón.

Ortega también entró en Asturias por ese mismo paisaje que recorrió en un tren de madera a principios del siglo XX, y lo contó en “Notas de andar y ver. De Madrid a Asturias o los dos paisajes”, que publicó primero en el semanario España, entre septiembre de 1915 y enero de 1916, y que yo leí en su libro, El espectador:

“Un estrecho valle, de blando suelo, verde y húmedo: colinas redondas, apretadas unas contra otras, que lo cierran a los cuatro vientos. Aquí, allá, caseríos con los muros color sangre de toro y la galería pintada de añil; al lado, el hórreo, menudo templo, tosco, arcaico, de una religión muy vieja, donde lo fuera todo el Dios que asegura las cosechas. Unas vacas rubias. Castaños, castaños cubriendo con su pompa densa todas las laderas. Robles, sauces, laureles, pinedas, pomares, hayedos, un boscaje sin fin en que se abren senderos recatados… Sobre las altas mieses, unas guadañas que avanzan y siegan la luz en reflejos. Y como si el breve valle fuera una copa, se vierte en él la bruma suave, azulada, plomiza, que ocupa todo el ámbito. Porque en este paisaje el vacío no existe; de un extremo a otro todo forma una unidad compacta y tangible. Sobre la sólida tierra está la vegetación magnífica; sobre ésta, la niebla, y ya en la niebla tiemblan prendidas las estrellas lacrimosas. Todo está a la mano, todo está cerca de todo, en fraterna proximidad y como en paz; junto a la pupila de la vaca se abre el lucero de la tarde. ..

Ese angosto recinto unánime es Asturias. Si salimos de él habremos de entrar en otro parejo. Cada uno de estos valles es toda Asturias, y Asturias es la suma de todos esos valles. Por ello decía que las Asturias son innumerables, y que parece esencial a esta comarca el concepto de pluralidad o repetición de unidades análogas. Podemos representarnos la Mancha como un inmenso espacio único; Asturias, por el contrario, nos aparece como en una serie de pequeños espacios homogéneos e independientes”.

Martes, 7

Tal como aseguró Illya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977, nuestro cerebro es una estructura disipativa muy potente que opera con la energía difusa de los entornos en los que se encuentra.
Confieso no haber entendido nada. Luego dice que toda la energía que viene del Sol desemboca en nuestro sistema digestivo, lo que me parece mágico. Y todo para llegar al cerebro, esa máquina poderosa que convierte la energía química en energía psíquica, que, al fin y al cabo, son los influjos nerviosos en el cerebro, creo que se llaman sinapsis, que son los que producen el pensamiento y los sentimientos y con los que solicitamos al cuerpo que se mueva. “¡Lázaro, levántate y anda!”

De todo esto, que cuento de manera tan precaria aunque voluntariosa, me quedo con una frase que me transporta al mundo imaginario que produce mi cerebro cuando se encuentra con la belleza de las palabras, y casi siempre con las que no entiendo y por eso mismo divago entre las neuronas que forman esos pinchazos sinápticos que ayudan a crear.

La frase es esta: “La energía difusa de los entornos”.

Miércoles, 8

El día empezó así: Mujeres que se dan cita reivindicativa en la Puerta del Sol. Mujeres que salen a la calle vestidas de negro. Mujeres que cada día se ponen de luto interior por otras mujeres a las que la violencia les ha callado la boca.

Si pienso en lo que ha formado mi carácter y ha determinado mi forma de estar en el mundo, puedo decir que soy como soy gracias al ejemplo vital de tantas mujeres. Ya lo cantó Silvio Rodríguez: “Me han estremecido / un montón de mujeres / mujeres de fuego /mujeres de nieve”, canción del disco Mujeres, de 1978 que yo escuchaba en mi tocadiscos Ocnoson, con un sintetizador Pioneer y un par de bafles inmensos, de la marca Wharfedale. Todo comprado a plazos en 1975, con mi primer sueldo. Inolvidable.

En el 79, el L.P. de Amancio Prada, Canciones de amor y celda, había una de las letras más inspiradas de Agustín García Calvo: “Libre te quiero / como arroyo que brinca / de peña en peña, / pero no mía”. En 1980 Julio Cortázar publicaba Queremos tanto a Glenda y Monserrat Roig, La hora violeta. Roig ya había publicado en el 77, Tiempo de cerezas, una alegoría del paraíso perdido de la niñez. El título proviene de estos versos del poeta J.B. Clément: “Quand vous en serez au temps des cerises / Vous aurez aussi des chagrins d’amour”, que cantó Yves Montand.

Para traducir como es debido estos dos versos de Clément recurro a una mujer, a María Iglesias, una worker woman como ella dice. Y me da dos opciones. Una es la traducción literal: ”Cuando vosotros estéis en el tiempo de las cerezas / tendréis también penas de amor” y la otra es “una traducción más libre, pero que traslada mejor el sentido y se acerca más al ritmo”: «Hasta cuando viváis el tiempo de las cerezas / seréis sacudidos por el mal de amor”.

Vuelvo a la novela de Montserrat Roig, con la que me intercambié unas cartas en 1989 invitándola a formar parte de una Escuela de Letras que, a semejanza de la que dirigían en Madrid Juan Carlos Suñén y Alejandro Gándara. Los visité para montar una “sucursal” en Oviedo y salí de la reunión decepcionado. No contaré más porque ya lo dice el título de este Dietario: «No quiero matar a nadie».

En aquellos años transitorios de búsqueda de valores democráticos, y estoy de nuevo en los setenta, los personajes de la novela de Roig también ansían conocer el sentido a la vida, viviendo un tiempo de cerezas como un anhelo de primavera de felicidad. Algo así. Son también años de El segundo sexo y de Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir, en donde decía esta frase que mi incipiente mentalidad existencialista grabó: “No me bastaba solamente pensar, ni solamente vivir: yo solo estimaba sin reserva a la gente que pensaba su vida”.

Jueves, 9

Colgado mi Dietario de febrero en Zenda.

Viernes, 10

Ignacio Arsuaga, presidente de la asociación Hazte oír, dice que el establishment, la nueva Inquisición, quieren hacerles callar, a ellos que son los disidentes. Estos disidentes, apoyados económicamente por sociedades secretas dicen querer “traspasar las leyes de Dios a la sociedad”.

Hace tiempo que este país ha perdido el rumbo de la Historia. Ya nos falta menos para quedar a la deriva, tal como imaginó José Saramago para la península ibérica en La balsa de piedra. Pero esta vez no iríamos en busca de la utopía, palabra que ha perdido su razón de ser.

Lo dicho, hemos perdido el oremus.

Sábado, 11

Por la mañana pongo en marcha mi “discoteca” personal y el salón se inunda de música mezclada con un sol cálido y cegador. Con Camarón entro en una dimensión de profundidad, de desgarro y alegría que suavizo con algunos de mis héroes del pasado. A los primeros acordes del «My sweet lord», George Harrison, me trae a la memoria proustiana, como una cinta de cine antigua, imágenes de una boda. Son Kety y Carballido que aparecen gloriosos a la puerta de la iglesia jaleados por sus amigos que se empujan apretados sobre la escalinata. Los años 60 están tocando a su fin y todos estamos en la raya de la mayoría de edad. Los novios, embarazados, están exultantemente felices. La novia, bella como Françoise Hardy, viste minifalda y botas negras por encima de la rodilla. Apenas comienza a bajar la escalinata su imagen se recorta ante el pórtico de la iglesia y se levantan al vuelo cientos de manos que rompen en aplausos. Tous les garçons et les filles. (Todos éramos de francés como nos recordó Aute: “Luego volví a la academia / para no faltar a clases de francés”), y a la Hardy le hacíamos los coros: Todos los chicos y chicas que pasan unidos van de dos en dos. Todos los chicos y chicas saben bien lo que es ser feliz, y se van, enamorados, sin miedo al mañana. Todos los chicos y chicas hacen juntos proyectos de futuro.
Por eso ahora, en la raya de la mayoría de edad, los novios Kety y Carballido, locos de amor, se suben a un coche, también antiguo como la memoria, dispuestos a hacer realidad sus proyectos de futuro, de un mañana que ya es hoy.

Jueves, 16

El teatro es la vida puesta sobre un escenario. La versión de la novela de Ken Kesey, Alguien voló sobre el nido del cuco (Anagrama), una de las novelas llamadas de culto, fue llevada al cine por Milos Forman en 1975, con un Jack Nicholson espléndido. Kesey la había publicado en 1962 y un par de años antes, siendo aún universitario, se había prestado voluntario para unos experimentos psiquiátricos sobre drogas psicodélicas en un hospital de California. Así nació Alguien voló sobre el nido del cuco. El argumento creo que es de sobra conocido pero lo recordaré igualmente: McMurphy, el protagonista, finge una locura para escapar de la cárcel y lo envían a un hospital psiquiátrico, a cuyo mando está la Gran Enfermera, un sádico especimen. McMurphy, al que da vida Nicholson, es un tipo generoso que carece de moral, y su rebeldía le hará librar una batalla contra el poder de la Institución. A partir de aquí, lo que sucede en aquel recinto pasa de la diversión al drama y los internos descubrirán lo que durante tanto tiempo tenían prohibido: el sexo, la bebida y, en resumen, la libertad.

Sé que llego tarde para informar sobre esta iniciativa que ocurre intramuros de la Faculta de Medicina, un lugar mágico al que P. y yo vamos cada vez que la doctora Eva García Perea nos convoca. Ya pasó cuando me invitó a hablar sobre poesía y dolor con sus alumnos. Fue una mañana memorable, sobre todo para mí que me encontré con chicos y chicas que no perdieron la atención ni un momento (y eso que hablé durante dos horas), y que al final accedieron a leer sus poemas preferidos.

Por eso ahora quiero resaltar este trabajo tan importante que han hecho de representar esta obra con tan buen hacer, sabiendo estar en todo momento en el escenario con movimientos precisos, con una dicción aceptabilísima, una iluminación y un sonido perfectos (con música en vivo) y sabiendo resolver los inconvenientes que suelen surgir al trasladar al teatro una obra cinematográfica. La dirección a cuatro manos de Javier LeraÓscar Repullo, impecable.

Al final fuimos a felicitarles y, claro, nos contagiaron energía y entusiasmo.

Los pases fueron del 16 al 19 de marzo. El teatro estaba lleno hasta la bandera y los aplausos finales sonaron a lo grande; un público encantado de aplaudir y vitorear al grupo de estudiantes que han demostrado que la literatura teatral, la interpretación, la adaptación de textos (véase los autores citados en el Guión y también algunos nombres de actores, como los Panero, para darse cuenta de ello), unido a los estudios de medicina y enfermería —con excelentes notas, me dice la profesora García Perea— plantean un futuro de esperanza. Una esperanza que está en este texto que Javier Lera leyó a los actores antes de salir a escena:

Y danzaron los locos sobre tumbas destronadas,
Cantaron odas nacientes sobre funerales de sonrisas
Rieron en coro, aquellos que nunca murieron y fueron olvidados
Olieron, por fin, el soplo de libertad que les brindó el azar.
Entonan melodías que no son comprensibles a los oídos del hombre
Versos bailan sobre sus cabezas coloreando las blancas habitaciones
Crean llamas incandescentes los abrazos disputados entre iguales
Rumores de armonía y sosiego gobiernan el silencio de sus miradas.

Mientras tanto, desde suelo deshabitado, los cuerdos caminan con cabezas hundidas
Quisieron ser piezas divinas y no llegaron a querer.
Sintieron cómo se desvanecía su certeza de estar vivos
Musitaron acordes rotos que apuntaban hacia escalas menores.
El ruido de sus pisadas desploma los labios que no se encuentran.
Rostros perdidos tratan de encontrarse tras las vendas de sus ojos
No comprenden que los ropajes que les hacen formales, retuercen sus intentos libertarios.
Una mujer se ha sentado a observar el cielo, sobre ella, siguen los locos danzando.

En esta engrosada atmósfera se encuentran ustedes, querido reparto,
Poseedores de personajes que buscan con orgullo su presencia
Roedores de identidades que solo nacen si les dan vida
Alquimistas que juegan con emociones consiguiendo el elixir contra lo carnal.

Es desde la magia de la que nace este proyecto
La magia libre de todos, propiedad de nadie, dueña de la ilusión
No hay nada más bello que procurar crear arte desde la inutilidad
Habéis creado un espectáculo tan inútil que será disfrutable por toda alma emocional.
Cabezas de ángel que pasean entre bambalinas lanzando frases falsas
Que nunca han existido ni existirán.
Tratar de nombrar alguno de estos instantes
Desprestigiaría la pureza de vuestra voluntad.

Este parece el comienzo del fin,
En unos días diréis adiós a las alas que os han hecho volar
Abandonaréis las ropas de aquellos que corrieron más allá del nido
Forjaremos con candados inquebrantables el baúl de momentos compartidos.
No obstante, no es momento de llorar,
Porque es también ahora cuando, por fin, dormimos. Es hora de soñar.
Es momento de vivir un instante que puede resultar infinito a los ojos del mortal
Disfrutad de estos días porque os harán viajar al páramo de lo irreal.
Os lo debéis, nos lo debemos, se lo debemos al teatro,
Marco que embellece el producto del esfuerzo y la consistencia,
Lugar que solo vive cuando las luces lo iluminan y comienza el espectáculo,
Este momento es efímero y único para el teatro, concedámosle una bella muestra.

Mi mensaje ya termina, ya parece disolverse entre nervios latentes,
Es momento de despedirse como director, pero prefiero hacerlo como admirador:
Os admiro, admiro vuestra pasión, vuestra cercanía, vuestra honestidad.
Gracias por haberme dejado formar parte de este, vuestro universo emocional.
He vivido en las carnes de cada uno de los personajes
Me habéis hecho partícipe de vuestro encuentro con nuevas personalidades.
Me he sentido niño al verme superado por el juego tan poderoso que habéis creado.

Gracias también a ti, señor director (*), viejo amigo,
Por haberme ofrecido tu mano en un camino que ha necesitado de tu luz para ser atravesado,
Contigo he aprendido que es el amor el que ha de gobernar en la jungla de los mortales,
Espero poder seguir contando con tu mano cuando hagamos teatro callejero por el placer de sentirnos vivos.

(*) Se refiere a Óscar Repullo, codirector de la obra.

Y como todos los participantes se merecen la gloria, no solo del aplauso sino también de que sus nombres cuelguen con letras luminosas en la marquesina de un teatro, he aquí todos los responsables de habernos hecho vivir por unas horas la ilusión de otras vidas.

Reparto. Pacientes:

Mc Murphy (Quique Valle)
Jefe Bromden (Santiago Alonso)
Harding (Emilio cruz)
Billy (Villalobos)
Cheswick (Belén Matey)
Martini (Raquel Cavallé)
Sefelt (Clara López)
Leopoldo Panero (Paula Guisasola)
María Panero (Marina Lavara)
La Duquesa de Pitiminí (Carol Suárez)
La Gorda (Lucía Teno)
Torcuato (Álvaro Revuelta)
Taber (Elena Pérez)
Scanlon (Enrique Cordero)
Bancini (Clau Álvarez)
Fredrickson (Lucia Panadero)

Personal sanitario:

Enfermera Ratched (Inés Moreno)
Enfermera Pilbow (Elena Cobo)
Celador Washington (Carlos Suevos)
Celador  Warren (Juan Acosta)
Dr. Spivey (Jorge Jerez)

Otros:

Candy (Verónica Perea)
Rose (Laura Quintela)
Luces: Mónica Rueda
Cañón: Almudena Vallespín
Sonido: Jose Simón
Entradas: Ana Jiménez y Andrés Suárez
Fotografía y Tráiler: Alicia Hernanpérez
Cartel: Domingo Delgado
Publicidad: Ana Isabel de las Heras
Maquillaje y Peluquería: Laura Magán y Clara López
Coordinadoras Costura: Claudia Álvarez y Raquel Cavallé
Coordinadores Bricolaje: Enrique Cordero y Carlos Villalobos
Coordinadores Pintura: Elena Pérez y Lucía Panadero
Dirección musical: Enrique Valle y Santiago Alonso
Piano: Clara Fernández
Violonchelo: Carmen Arroyo
Clarinete Bajo: Irene Loza
Percusión: Alicia Hernández
Violín: Carlos
Dirección de Escenografía: Javier Lera y Óscar Repullo
Adaptación dramatúrgica: Óscar Repullo y Javier Lera
Guión: Ken Kesey, Bo Goldman, Torcuato Luca de Tena, Sanchís Sinisterra, Samuel Becket, Federico Fellini, Pedro Almodóvar, Óscar Repullo y Javier Lera.
Dirección: Óscar Repullo y Javier Lera

Viernes, 17

La Tavernetta, de Angelo Loi, es como una prolongación de mi cocina, de mi salón y de mí mismo. Ahí cenamos con Verónica Sánchez y Eduardo Madina. Verónica es una actriz espléndida, verdadera en todos los papeles que interpreta, ya sea de buena chica, de esposa abnegada o de mala, donde si se enfada, su dulce acento sevillano se transforma hasta dar miedito. Absolutamente personal y camaleónica, tanto en Al sur de Granada, Las trece rosas, Camarón…, y en series de televisión como Sin identidad y El Caso, entre otras muchas.

P. la conoció hace ya unos años cuando la invitó a la Muestra de Cine Europeo de Segovia, y allí surgió una amistad que no ha hecho más que crecer. P. y V. son dos mujeres de su tiempo a las que admiro porque tienen un corazón tan grande como los platos de espaguetti de Angelo, porque han leído mucho y bien, porque saben narrar como nadie una historia y convierten cualquier velada en algo diferente. Y porque son independientes.
Eduardo Madina y yo -o mejor dicho, solo yo porque acababa de conocerle y no me parece digno hablar en su nombre-, fui durante toda la noche pisando la senda que ambas iban marcando con su charla. Madina (creo que a cierta altura de la noche ya le llamábamos Edu), es un político al que descubrimos en la distancia corta, aunque la palabra descubrir no sea del todo exacta porque su postura civil se adivina en todas sus intervenciones públicas y en sus entrevistas. En la que le hicieron Laura Caldito y Jorge Megías el 4 de enero para Cuatro ojos Magacín. Periodismo libre(sco), el titular era este: “No se puede gobernar sin haber leído nada”. Pero vivimos en la tierra del sálvese quien pueda donde no solo la mitad de los españoles no leen un solo libro sino que vaya usted a saber si de los que leen, más de uno lo ha pirateado. Madina habla de Cortázar, de Dasa Drndic, de Patrick Deville, de Umberto Sawa, de Magris…, y no solo de autores y libros sino también de “la literatura como un espacio creativo que trata de afrontar preguntas desde puntos de vista distintos…”, de música y de política. En fin, que lee, y por lo tanto, según el titular, podría gobernar. ¿Qué tiene que ver esta figura con la de los políticos que nos (des)gobiernan?, esos que están todo el día diciendo majaderías ante las cámaras, sembrando cizaña y malos hábitos.

Político, una palabra con tanta carga positiva en su origen griego y tan desprestigiada.

Lunes, 20

Palabras que he dejado de usar: escapulario.

Jueves, 23

Ha empezado a nevar y lo celebro en el restaurante El Sexto, en Fernando IV, esquina Pelayo, a la impresionante sombra de la SGAE. Unas pochas con canela y piparras y un pollo de corral hacen que mi estómago agradecido sonría. Y para que mi cerebro también lo haga, me dispongo a leer El País y la casualidad —o la sincronicidad, como acuñó Carl Jung— hace que vea en la sección de Cultura varias cosas que me interesan. Una de ellas, sobre la que estoy escribiendo, es la entrevista que Borja Hermoso hace a Jane Birkin en París a propósito del disco Birkin-Gainsbourg le symphonique. De Françoise Hardy hablaré en mi blog a propósito de sus estupendas memorias, La desesperación de los simios… y otras bagatelas, que acaba de publicar la editorial Expediciones polares en una edición que es una auténtica delicia. Con ella me llegaron ecos de mi afrancesado corazón juvenil: Sylvie Vartan, La plus belle pour aller danser; George Moustaki, Le métèque (¡grande!); la Bardot, Le soleil y su Harley Davidson; Richard Anthony, A présent tu peux t´en aller; Michel Polnareff, La Poupée qui Fait Non; Hervé Villard y Capri c´est fini…, y naturalmente Jane Birkin y Serge Gainsbourg con la espléndida y entonces prohibidísima Je t’aime moi non plus. Gainsbourg fue un feo encantador, un artista de diversas artes, la música, la pintura, el tabaco y las mujeres. Él lo sabía, por eso dijo aquello de que ”la fealdad es más fuerte que la belleza: al menos esta dura para siempre”.

En el 68, un año antes de grabar este disco con Birkin, Gainsbourg lo había intentado con su entonces amante Brigitte Bardot, pero antes de editarlo, la actriz dio marcha atrás porque los gemidos de la petit mort fueron superiores a ella. Birkin lo simuló como nadie.

Se dice que Serge Gainsbourg tiró de esta frase de Dalí para el final del título de su canción…, moi non plus: «Picasso es español, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco”.

Y tal vez por la temperatura de la música y el calor de sus intérpretes, este jueves dejó de nevar.

Viernes, 24

Anoche, mi nieta Marina, en quien tengo puestas todas mis esperanzas, me preguntó por whatsApp si conocía a un grupo que se llama Gorillaz. Yo le dije que no y me contestó: “Ah, entonces nada, es que sacaron cuatro canciones nuevas”, y me envía una información de la Wikipedia que dice: “Gorillaz es un grupo británico creado en 1998 por Damon Albarn y James Hewlett, una banda virtual de rock alternativo conformada por cuatro personajes ficticios de dibujos animados para efectos especiales de publicidad”. ¡Toma!, yo me había quedado en Mili Vanilli, aquel dúo de hermosos negrazos con rastas que protagonizaron el fraude más sonado de la historia musical cantando en playback grabado por otros. Milli Vanilli no cantaban ni componían ni tocaban instrumento alguno; servían de fachada para unos conciertos multitudinarios y rompieron una noche en Princeton ante 80.000 personas cuando la pista de pregrabación del fondo musical se ralló. Eso ocurría diez antes de que aparecieran los virtuales Gorillaz.
Esta mañana, tras conectar el Deezer, he de confesar que algunos temas de Gorillaz no me han disgustado, como «Clint Eastwood», «On melancholy hill» y «Tomorrow comes today».

Ventajas de relacionarse con jóvenes, como el sábado pasado cuando sentí la contagiosa ilusión de los teatreros y futuros médicos y enfermeros. Y enfermeras, que hay que ser políticamente correcto.

Aunque como dice Jesús Ortiz, la solución podría pasar por usar el asturiano: enfermeres.

Domingo, 26

A las dos de la tarde, en la sala La Quimera, concierto de Alejandra Templier. Flamenco, habaneras y un cierre de lujo con “La vie en rose”. Después cumplimos con el santo deber de alimentarnos debidamente y el no menos santo beber de regarlo todo con manzanilla y tintos del Priorat. A las seis menos cuarto de la tarde me subí con P. a un taxi enorme que nos llevó al Real volando por el centro de Madrid para que no llegáramos tarde a ver Rodelinda, de Händel. A menos cinco entrábamos al palco.

Händel cuenta en esta ópera, estrenada en Londres en 1725, la fidelidad de la reina de Lombardía por su esposo. Es un amor poco usual entre los tipos de amor que la literatura, el cine y la ópera suelen mostrar en sus libretos. Beethoven lo hizo en su Fidelio, y Händel se basó para esta ópera en Pertharite, rey de los lombardos, del dramaturgo Corneille (1606-1684), en donde se apuesta por los cimientos indestructibles del matrimonio. No tardaría en llegar el libertinaje francés y anglosajón del XVIII y algo más tarde el siglo XIX, el culmen de la literatura sobre el adulterio.

Lunes, 27

Mis lunes ya no son los de antes. Y menos si después de comer suenan las notas sinuosas del “Claro de luna”, de Debussy.

Martes, 28

Palabras que he dejado de usar: plumier.

Miércoles, 29

De nuevo en la librería Tipos Infames (San Joaquín, 3) para celebrar con Marta Sanz su nuevo libro, Clavícula (Anagrama).

Jueves, 30

Carme Chaparro recibe en el Circulo de Bellas Artes el Premio Primavera de Novela, 2017. La editorial Espasa preparó el teatro del Círculo como una auténtica bienvenida a la primavera estacional con un paisaje verde y frondoso de caminos de hierba y árboles naturales. En un ambiente que me recordó a El sueño de una noche de verano Nuria Roca y Pepa Bueno charlaron con Carme Chaparro sobre No soy un monstruo, la novela ganadora, en un tono distendido y cordial, y empujaron con entusiasmo a su lectura.

***

Reme Lira es una mujer que está siempre donde tiene que estar, es decir, donde está ocurriendo algo culturalmente importante. Ya sea en León, provincia en la que reside con Emilio, o en Madrid, Barcelona o Kuala Lumpur. Reme Lira —obsérvese el nombre sonoro y absolutamente trasladable a la protagonista de una novela de nuestro tiempo—, tampoco es ajena a la política, más bien todo lo contrario, me envía este poema de Guillermo

Aguirre y Fierro (1887-1949), que escribió en 1926 y que, como suele ocurrir, un vez más podría haber sido escrito ayer:

Elecciones animales

El león falleció, ¡triste desgracia! y fueron,
por vivir en democracia,
a nombrar nuevo rey los animales.
Aunque a algunos les parezca tonto,
las ovejas votaron por el lobo;
como son unos buenos corazones,
por el gato votaron los ratones,
y a pesar de su fama de ladinas
por la zorra votaron las gallinas
La paloma, inocente, votó por la serpiente;
las moscas, nada hurañas,
decidieron que reinaran las arañas.
No tuvo el topo duda, como tampoco queja,
mientras votaba por la comadreja;
los peces, que sucumben por la boca,
entusiastas votaron por la foca.
Por no poder encaminarse al trote
un pobre asno quejumbroso y triste
se arrastró a dejar su voto por el buitre;
el caballo y el perro, no os asombre,
como siempre, votaron por el hombre.

Amigo lector ¿qué inconsecuencias notas?
Dime ¿no haces tú lo mismo cuando votas?

***

Frédéric Beigbeder: “Van a desaparecer el secreto y el azar. Y, con ellos, la literatura”. Entrevista de Álex Vicente en la revista Jot Down.

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