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‘When we rise’: Una lucha, varias peleas

‘When we rise’: Una lucha, varias peleas

When We Rise: My Life in the Movement es el título de la autobiografía de Cleve Jones, activista en favor de los enfermos de sida y de los derechos de la comunidad LGTB, y es el libro que da título a esta miniserie emitida por la cadena ABC, una de las majors en abierto de los Estados Unidos. En ella se cuenta la historia de la lucha de estos colectivos por conseguir diversas conquistas sociales desde los años 70 hasta la histórica decisión del Tribunal Supremo en 2015 que consideró anticonstitucional prohibir el matrimonio homosexual, pasando por los años del sida y por varias administraciones presidenciales hostiles a su causa. Obviamente, resumir un movimiento entero que a menudo tampoco tenía solidez como bloque ni líderes más o menos electos es muy difícil, así que la serie se centra principalmente en tres personajes.

El primero es el mencionado Jones, hijo de un psicólogo y de una madre cuáquera, que al cumplir los 18 años reveló a sus padres su homosexualidad y se fue a vivir desde Arizona a San Francisco, rechazando en repetidas ocasiones los intentos de su padre por que se sometiera a terapia de reeducación, electroshock incluido (estábamos en 1972 entonces). Allí entró a trabajar para otro famoso activista, Harvey Milk, que fue encarnado en el cine por Sean Penn, y que fue la primera persona abiertamente gay en obtener un cargo electo en California, antes de ser asesinado menos de un año más tarde. En los 80, con la aparición del sida, Jones fue cofundador de la San Francisco AIDS Foundation y fue quien tuvo la idea de homenajear a los fallecidos por esta enfermedad haciendo una gigantesca colcha tejida con un panel dedicado a cada muerto, que luego se exponía públicamente en las manifestaciones para concienciar y reivindicar. Ahora mismo esa AIDS Memorial Quilt consta de más de 48.000 trozos, pesa unas 54 toneladas y ha sido clave a la hora de visibilizar la cuestión ante la mirada pública, aunando arte, dolor, belleza, firmeza y dignidad. Jones es seropositivo desde los 80, y ha trabajado en varias causas relacionadas con la enfermedad y con la marginalidad de muchos de sus pacientes.

El segundo personaje principal es Roma Guy, lesbiana, universitaria, profesora, activista en África durante nueve años y luchadora por diversos derechos sociales, por los sin techo y contra la violación. Y el tercero es Ken Jones, un marinero de la US Navy, veterano de Vietnam, negro, y que va pasando por varias etapas en su activismo, incluyendo la drogadicción, hasta acabar como pastor protestante. Además de ellos, hay una treintena de otros personajes, casi todos reales, con varias caras conocidas del mundo de la televisión entre los actores que los encarnan. Destaca entre ellos Michael K Williams, que hace de Ken Jones de adulto, y para quien este es ya su tercer personaje gay en la televisión norteamericana, tras Omar Little en The Wire y Leonard Pine en Hap and Leonard. También está Guy Pearce, el gafitas de LA Confidential como Cleve Jones, y gente como Mary-Louise Parker, Whoopi Goldberg, Rosie O’Donnell y otros.

La serie está anunciada como un «docudrama», debido a que sigue muy a rajatabla unos hechos muy concretos en el orden cronológico en que ocurrieron, y también a que de vez en cuando aparecen segmentos de imagen real procedentes de programas de televisión de la época, pero estos son una minoría muy limitada, así que esta debe ser considerada como una serie drámatica con todas las de la ley. Oficialmente está dividida en ocho partes, pero cada parte consta de dos episodios hechos por el mismo director (Gus van Sant, Dee Rees, Thomas Schlamme y Dustin Lance Black, creador de la serie y oscarizado guionista de Milk), que fueron emitidos juntos por parejas en cuatro noches de la misma semana, así que en realidad se puede hablar de cuatro episodios de casi hora y media cada uno. Condensar más de 40 años de lucha social en menos de seis horas no es nada fácil, así que lógicamente hay que resumir e ir a lo más importante, como es el nacimiento de San Francisco como oasis gay, la violencia policial, el auge del sida y su interpretación por algunos como castigo divino (al menos hasta que empezó a afectar a heterosexuales), y sobre todo también las divisiones internas e incluso las desavenencias entre gays y lesbianas, todo esto mientras se educa al espectador que llegue a la serie sin tener mucho conocimiento previo de los detalles y las figuras históricas. En este respecto, When We Rise resulta bastante seria y épica, en el sentido de que la mayoría de las escenas son debates importantes, manifestaciones multitudinarias, peleas familiares, sufrimiento médico o descarnados momentos de humillación (palizas, insultos, decisiones judiciales, ninguneo administrativo, incluso atentados mortales) que ilustran las dificultades de cada época, culminando en un gran triunfo final, pero en ningún momento la serie llega a parecerse a cuando tu madre te hace comerte la verdura porque es buena para la salud. Sí, trata un tema importante, y sí, tiene una intención historicista y educativa, pero también se disfruta como pieza dramática con su propio interés.

Además, la historia en sí contiene muchos elementos sobre el juego político que pueden aplicarse a otros lugares o situaciones. Uno de ellos es el cómo presentar una causa justa ante un público dudoso, o cuánto ceder ante el contrario en nombre de conceptos como «diálogo» y «consenso». ¿Suena familiar? Uno empieza cortándose el pelo para resultar más presentable ante un senador demócrata y luego se acaba teniendo que aceptar medias tintas como el compromiso aquel de Bill Clinton en los 90 con la política del Don’t ask, don’t tell («Ni preguntes ni lo digas») con el que se quiso zanjar la cuestión de los gays en los cuerpos militares estadounidenses. Más tarde, ya en 2008, la cuestión será si invitar a la entonces aún poco conocida Lady Gaga a los mítines, para que así los despistados millennials puedan tuitearlo, o si eso rebaja la calidad del mensaje en nombre del culto al famoseo. Cada paso conseguido tuvo su precio, y aquí no se deja olvidar eso. Como tampoco se deja de remachar la importancia del activismo continuo, la serenidad pública no exenta de firmeza en las convicciones, el no rendirse nunca, el hoy por ti y mañana por mí, y la importancia del hacer aliados y del organizarse bien.

En la serie Cleve Jones comienza siendo un angelical efebo de adorables ricitos y ademán decidido que hace estragos en los bares del callejero distrito de Castro. Roma empieza simplemente como activista pro derechos de la mujer, sin darse cuenta de que ella también es gay, e incluso debatiéndose interiormente sobre esa cuestión. Cuando lo decide, el problema pasa a ser si continuar o no en la asociación feminista en la que estaba, para quien las lesbianas no son una prioridad, o pasarse a otro grupo con su primera novia, a pesar de que esta otra asociación no quiere tener nada que ver con las mujeres heterosexuales ni tampoco con los hombres, aunque sean gays. Por su parte, Ken, que es cristiano, negro y marinero, se da cuenta de que ninguno de estos tres colectivos lo va a admitir en su seno si sale del armario, e incluso huye corriendo muy poco militarmente de un bar de drags durante una redada en lugar de unirse a ellos cantando el equivalente de «no nos moverán» (o en este caso concreto, una versión del himno británico con la tuneada letra God save us queens, o sea, «Dios nos salve a las reinas»). Los tres personajes principales, a medida que aumentan su grado de compromiso social, pasan también por varias relaciones personales, cada una de ellas con sus problemas domésticos que se ven a ratos minimizados y a ratos magnificados por el activismo público de sus protagonistas.

Más tarde, resulta un poco chocante que a mitad de la serie los tres actores protagonistas sean sustituidos por otros tres actores más mayores y más conocidos para interpretarlos en la segunda tanda de los episodios, pero las tres parejas están muy bien, tanto los jóvenes como los veteranos, expresando ardor juvenil al principio y cicatrices de héroe cansado y a la vez incansable después, a través de enfermedades, golpes físicos y psicológicos e incluso ingratitud de retoños a quienes les hacen la puñeta en el colegio porque crecieron con dos madres. También ocurre que la acción pasa del pequeño barrio local de San Francisco, donde todo sucede en las mismas cuatro calles, a la escena nacional, con visitas a Nueva York o Washington, además de importantes manifestaciones, mítines y rallies en varias otras ciudades, especialmente en tiempos de elecciones o de decisivos fallos judiciales. Y sobre todo, ocurre que la primera generación de luchadores ha quedado diezmada por el sida, y que se necesita incorporar una sangre nueva que por otra parte ha crecido viendo ya a actores, cantantes, presentadores y deportistas gays en sus televisores, dando la equivocada impresión de que el problema tampoco es para tanto (de hecho, otra muestra de eso podría ser esta misma serie, emitida en plena era Trump). La complacencia, la comodidad personal, o el «que lo haga otro, y ya lo sigo yo en Facebook si eso» se presenta como un peligro adicional para la causa. Y de hecho, tras la victoria judicial con que termina la serie, todo acaba con una advertancia final: «Hoy, la violencia contra la gente LGBT, además de contra las minorías raciales, religiosas y étnicas, está aumentando por todos los Estados Unidos. Una sola lucha. Una sola pelea.»

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