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‘Z: The Beginning of Everything’: El prisionero de Zelda

‘Z: The Beginning of Everything’: El prisionero de Zelda

Como es sabido, Amazon es una página web de venta por correo cuyo inicio, en 1994, fueron los libros, y desde entonces se ha convertido en una compañía de gran éxito. En 2010 comenzó a producir ficción que solamente se podía ver legalmente en su propia página, y a día de hoy, solo siete años más tarde, Amazon Video tiene en su catálogo de producción propia 18 películas y 16 series, entre dramas y comedias, sin contar programas infantiles o documentales. De dichas series, cinco están basadas en libros: (Bosch, The Man in the High Castle, Good Girls Revolt, Mozart in the Jungle, y Z: The Beginning of Everything). Es una idea sencilla pero efectiva: leer el libro puede llevarte a ver las series, o viceversa, y todo puede obtenerse dentro de la misma plataforma. La versión española de este videoclub por internet abrió en diciembre de 2016.

Z by Therese Anne FowlerLa que nos ocupa hoy es la última mencionada, una serie con varias conexiones librescas: no solo cuenta la historia de Zelda Sayre, esposa del escritor Francis Scott Fitzgerald y autora publicada ella misma también, sino que el guion está basado en otro libro, Z: A Novel of Zelda Fitzgerald, con la ayuda también de Zelda: A Biography, obra que fue finalista del premio Pulitzer en 1970. Consta de diez episodios de menos de media hora de duración cada uno, o sea que la primera temporada completa (aún no se sabe si habrá continuación) dura menos de cinco horas. En ella se narra la vida de Zelda y Scott (así lo llamaban, por su segundo nombre de pila) entre 1918 y 1921, es decir, los tres años que pasaron desde que se vieron por primera vez.

La historia de cómo se conocieron, que es como arranca la serie, podría ser perfectamente el argumento de alguna novela romántica barata, si no fuera por que ocurrió de verdad: ella, una niña bien, era la belleza sureña del lugar (Montgomery, Alabama), guapa, popular, divertida, atrevida, con un severo padre, juez de profesión, protestante, que no la dejaba salir por la noche, y una madre que la consentía mucho más y la ayudaba a escaparse por la ventana; y él era un soldado voluntario, de Minnesota, y por lo tanto yanqui norteño, y además católico de raíces irlandesas, que estaba acantonado cerca, en Camp Sheridan, haciendo instrucción para cualquier día de estos ser enviado a la Gran Guerra europea a defender la libertad del mundo (eso mientras ayudaba a los compañeros a escribir cartas de amor a sus novias). Zelda, nacida en 1900, tiene 18 años y Scott 22, y coinciden, como no podía ser de otra forma, en el baile de un club de campo, él de uniforme y ella de Southern belle, suceso que años más tarde Scott incorporaría a su inmortal novela El gran Gatsby. Esto ocurre en julio de 1918, y durante el resto del verano Scott baja al pueblo a cortejar a Zelda en cuanto le es posible, mientras rehace la novela que está escribiendo, A este lado del paraíso, para que su protagonista se parezca a ella. No solo eso, sino que incluso usa frases enteras del diario de ella en sus relatos. En septiembre Scott declara por escrito que se ha enamorado, en octubre lo reasignan a Long Island, en la costa atlántica, preparado para zarpar en cualquier momento, pero en noviembre se firma el armisticio, la guerra acaba, y vuelve a Camp Sheridan, donde Zelda y él se hacen inseparables.

En febrero del 19 Scott es licenciado, y da el paso de mudarse él solo a Nueva York, cosmopolita sueño dorado de Zelda, harta de su pacato pueblo de Alabama, y meca literaria para él. Durante el año y medio siguiente se escriben a menudo para mitigar la distancia, e incluso se prometen en matrimonio. En septiembre del 19 Scott acaba A este lado del paraíso, se la publican el 26 de marzo de 1920, el 30 de marzo Zelda llega a Nueva York y el 3 de abril se casan en la catedral de Saint Patrick (o sea, por lo católico). La novela es un pelotazo, a Scott lo consideran el genio literario de su época, se hace rico, y la pareja, joven, marchosa, exitosa y con ganas de vivir la vida a tope, se convierten en quizá el primer ejemplo de power couple, carne de prensa sensacionalista. Sus juergas y borracheras (a pesar de la famosa «Ley Seca» recién aprobada), junto a sus bailes en fuentes públicas, salen en los periódicos con frecuencia, e incluso los echan de dos hoteles de lujo de la ciudad por sus escándalos. Quedan así convertidos en los epítomes de la llamada «era del jazz», sobre todo ella, a quien se la considera el ejemplo más acabado de chica flapper, que es básicamente la imagen que nos viene a la cabeza cuando pensamos en una joven de los Roaring Twenties (los Rugientes Años 20) bailando el charlestón: falda por la rodilla como muy larga, vestidos ajustados pero sin apretar, pelo corto, nuca al descubierto, sombrerito casquete, maquillaje un tanto excesivo (heredado del que se usa en el naciente cine para resaltar el rostro), bailando jazz, fumando con larga boquilla, bebiendo cócteles e incluso conduciendo automóviles, por no hablar de su sexualidad liberada y de su desdén por las convenciones sociales más estrictas.

Sin embargo, pronto empieza la presión del segundo libro, que a Scott le cuesta mucho sacar adelante, entre las francachelas, las peleas con los críticos, el atender a su vivaracha esposa, y sus propios demonios, como por ejemplo su complejo de inferioridad ante sus antiguos profesores de Princeton, ante su suegro el juez, y ante cualquier otro que se atreva a dudar de su genio y su éxito, lo cual lo llevan a un serio bloqueo y a muchas dudas sobre si podrá volver a conseguirlo. En medio de las primeras broncas conyugales (y las segundas, y las terceras), y de alguna que otra infidelidad, los Fitzgerald deciden retirarse una temporada del mundanal ruido a una casa junto a la playa, pero en menos de una semana Zelda se aburre mortalmente y como lo doméstico no se le da nada bien (pasó de criada negra en casa de papá a personal de hotel de lujo) contratan a un criado japonés, mientras Scott escribe a toda mecha relatos cortos para mantener el tren de vida y se pelea con lo que acabará siendo Los hermosos y malditos. En estas, el día de san Valentín de 1921, Zelda descubre que está embarazada. Y ahí acaba la serie por ahora. Tres años muy intensos, y todavía faltan París, Hemingway, más novelas, más alcohol, acusaciones mutuas de plagio, amantes reales o sospechados, ballet, pintura, hospitales psiquiátricos y muertes prematuras, cosa que no vamos a detallar aquí por ahora. Desde luego que hay material para una temporada o dos más.

Poster de ZTodo esto aparece reflejado bastante fielmente en la serie, que está rodada de una forma muy directa, sin alharacas de auteur, con todo cronológicamente contado y sin efectos raros. Al proyecto entero se lo ha tratado como una reivindicación femenina, aunque no necesariamente feminista, de la parte menos contada de la historia: Zelda no está presente en todas las escenas, pero todo empieza y acaba con ella: no se nos habla nada de la novia anterior de Scott, que aun tras haber conocido ya a Zelda fue el modelo para la Daisy Buchanan de El gran Gatsby, ni sabemos nada de sus padres. Además, se nota repetidamente que cada vez que vemos una bronca doméstica entre la pareja, es Scott el que queda como un capullo, desde cuando él maniobra para que Zelda abandone sus vestidos sureños a lo Escarlata O’Hara al mudarse a Nueva York hasta cuando ocurre un accidente con el coche y Scott quiere irse de allí a toda prisa, pasando por el momento en el que les ofrecen a ambos la idea de convertirse en pareja de cine encarnando ellos mismos a los protagonistas de A este lado del paraíso y es Scott quien lo rechaza dejando que le digan que ser guionista de cine es un síntoma de escritor fracasado. Los dos libros en los que se basa la serie (la biografía de Zelda y la novelización de su vida) están escritos por mujeres, las dos guionistas también lo son, e incluso también las nada menos que seis productoras, entre ellas la protagonista, compradora de los derechos y principal reclamo del proyecto, Christina Ricci. La antigua Miércoles Addams a veces consigue dar el pego y disimular que ya tiene 36 años y que hace de adolescente con la mitad de edad, aunque su acento sureño prestado (ella es de California) a veces queda un tanto exagerado, pero a cambio se le dan muy bien las expresiones de rostro iluminado ante la vida de la gran ciudad y el disfrute que promete, y también las de mujer cuajada y dolida ante las injusticias, que no soporta que le digan lo que tiene que hacer ni aguanta tonterías de nadie.

Como la serie, por ahora, nos deja a medias, es pronto para saber cómo se tratará la figura final de Zelda, que ya había sido retorcida, adaptada y etiquetada en vida, y que luego ha pasado de ser el caprichoso veneno que impidió al genio de su marido alcanzar cotas mayores (Ernest Hemingway así la veía) a ser considerada como una pionera rebelde que luchaba contra sus opresores familiares, sociales y de sexo desde cuando nadie conocía su nombre, y que fue víctima de plagios, usurpación de reconocimiento y ninguneo institucional durante los mejores años de su vida y los posteriores a su muerte, al menos hasta la mencionada biografía, casi premio Pulitzer, escrita por Nancy Milford. No queda muy claro si Zelda dejó pasar su juventud sin producir nada propio porque tras todo su golpe de rebeldía estaba muy cómoda siendo una party girl y una «señora de», o si la obligaron a estarse quietecita mientras le copiaban las frases del diario. Tampoco es seguro cuánto talento tenía en realidad, para la literatura, la pintura o el ballet, y por tanto cuánto se perdió el mundo por esa inactividad. Desde luego, en la serie aparece bastante intimidada por mujeres de éxito en su tiempo, a las que llega a conocer personalmente, como la actriz de cine Tallulah Bankhead, paisana suya de Montgomery, bisexual y dos años menor que ella, o la poeta Edna Saint Vincent Millay (más tarde se tratará con luminarias como Dorothy Parker o Gertrude Stein). Zelda solo llegaría a publicar un libro en su vida, Save me the Waltz, escrito durante un internamiento por «histeria», del que solamente vendió menos de 1400 ejemplares, y que provocó otra dura batalla con su marido, ya que la trama es una novelización de su vida con Scott (bajo los nombres de Alabama Beggs y David Knight), material que él quería reservar para lo que luego sería su obra Suave es la noche, así que él la obligó a reescribirla, no se sabe hasta qué punto, ya que el original no se conserva. Destrozada por el fracaso, las críticas y la opinión de su marido («plagiarística» y «escritora de tercera» fueron citas textuales), no volvió a publicar nada más.

Como ya hemos mencionado, Scott aparece representado de forma bastante negativa en esta serie. Es común que muchos lectores que admiran sus libros, encuentren luego que cuanto más saben del autor, peor les cae, y en este sentido la serie ahonda en esa impresión. Su vuelta a Princeton para dar una charla pasa de triunfo social a pataleta de acomplejado, por ejemplo. También hay una escena durante la estancia en la casa de la playa en la que el editor de Scott se presenta allí a ver qué pasa, Scott intenta disimular que aún no tiene gran cosa que mostrar, en vez de eso le da a leer el diario privado de Zelda, el editor lo lee, y en lugar de simplemente elogiar lo mona y lista que es ella, le propone a bocajarro publicarlo tal cual. A Scott le cambia la cara completamente, se aferra al diario y viene a decir que el papel de ese libro es principalmente servirle a él, el genio de la familia, de inspiración. La tan cacareada musa ha de quedarse en eso, en la retaguardia, para no hacerle sombra. Es una buena interpretación de David Hoflin, actor que por otra parte es australiano de origen sueco. Curiosamente, había pasado tanto tiempo entre el episodio piloto de la serie y los siguientes (más de un año entre estreno y estreno, así ocurre a veces con el sistema de Amazon que ofrece al público la posibilidad de comentar los futuros proyectos antes de continuarlos o no), que el actor original, Gavin Stenhouse, fue sustituido por Hoflin.

En definitiva, es una serie que merece la pena verse, junto a la novela en que se basa y la banda sonora.

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