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‘1917’, o la Guerra que pasa ante tus ojos

‘1917’, o la Guerra que pasa ante tus ojos

Promocionada hasta la extenuación por su (falso) plano secuencia, que sigue a sus dos jóvenes protagonistas por el frente de la guerra de trincheras, la odisea bélica 1917 se postula como una de las favoritas para la ceremonia de los Oscar, que dos excelentes películas como El Irlandés y Érase una vez en Hollywood amenazan con dominar. La de Sam Mendes quizá con el tiempo acabe en cabeza en esas apuestas, dado que se trata de una película excelente y sin prácticamente fisura alguna. No solo por la maestría técnica de un plano secuencia que, de manera harto honesta y significativa, nadie ha intentado vender como uno y único (y que inevitablemente va a marcar a fuego esta reseña, quizá por falta de originalidad o inspiración del autor) sino porque resulta un símbolo perfecto de la grandeza casi absoluta de una película capaz de combinar la indiscutible exuberancia de sus habilidades técnicas y narrativas con la humildad y simplicidad de un tebeo de guerra.

"Es una película capaz de combinar la indiscutible exuberancia de sus habilidades técnicas y narrativas con la humildad y simplicidad de un tebeo de guerra"

La odisea de dos jóvenes soldados por entregar un mensaje que podría salvar la vida a todo un batallón, incluyendo al hermano de uno de los protagonistas, está basada en relatos de primera mano del abuelo de Mendes, combatiente en la Primera Gran Guerra. Y como historia al margen de los libros de Historia, es una excusa para elaborar una película que es mitad relato de aventuras, mitad drama bélico y todo corazón. O, mejor dicho, piernas.

Mendes consigue muy bien un equilibrio que es muy difícil de guardar, al menos a quien le importe la ética de la estética: por un lado, su película se adentra sin complejos en el puro cine de acción sin que la gravedad de su tema o la proeza del enfoque técnico limite el impacto lúdico y épico de la propuesta (si quieren, se trata de una película rematadamente entretenida). Esto no está nada mal para una película estrenada en época de premios y, por tanto, con una incuestionable sed de reconocimiento no solo comercial. Por otro, el cómo lo cuenta en realidad se adapta a los requerimientos de una película de suspense (cada metro avanzado ante un enemigo invisible cuenta en una contrarreloj arriesgada) y no solo a una exhibición de virtuosismo, así como las exigencias de un drama bélico que aporte una aceptable dosis de gravitas a los aspectos más puramente pulp del relato.

Quizá por eso hay quien ha tachado 1917 de película sin discurso, o al menos sin discurso al margen de su proeza técnica. Pero el recurso a la moda del plano secuencia (recordemos la vara que nos dieron con True Detective y Birdman) es, en manos de Mendes (no en vano experto director teatral) y su director de fotografía Roger Deakins, una humilde técnica para crear tensión y una extremadamente gráfica relación entre espacio (de varios kilómetros, y recuerden: cada metro cuenta) y tiempo (las escasas horas que los protagonistas tienen de margen). Hay un momento en la película del que no podemos desvelar nada pero que resume a la perfección el impacto dramático y abrumador de este plano, y que revela cómo cuando una vida se acaba todo lo demás, la misión y el mundo, literalmente siguen su curso sin mayores problemas, dejando atrás en el espacio y el tiempo un cuerpo que hasta hace unos momentos estaba vivo. Enlazando con esto, un concepto abrumador en el que literalmente la película te pasa por encima, Mendes sabe compensar estos episodios tremendos con un extenuante final al límite que permite al público (¿por qué no?) liberar la tensión acumulada, sin que vaya en detrimento de otros donde efectivamente se nos muestra la peor cara de la guerra. Descubrir el terreno con los soldados protagonistas a medida que avanzan por el frente sirve para mostrar cómo la guerra va acabando con toda la existencia, con todo lo vivo y construido por Dios y el Hombre: ese pequeño perrito muerto ante una granja demolida; las vidas malgastadas en charcos y calles; las vacas que los alemanes dejan ametralladas para impedir que los aliados se avituallen… No es ser tópico, es ser buen narrador.

"1917 es al final una excelente película, trágica pero sin moralismos, épica pero dramática, que aborda la guerra de manera humanista pero sin aleccionar al espectador"

Efectivamente, y por seguir desgranando aspectos de la película en base a esa supuesta fluidez del plano secuencia (que Mendes no tiene inconveniente en evidenciar que es falso: ver el más evidente corte, cuando el soldado Schofield interpretado por George MacKay queda inconsciente y la película simplemente funde a negro), Mendes se permite no pocos alardes, como la manera de descubrir en sus compases iniciales la enorme trinchera que el equipo de producción ha tenido que construir para el primer acto del relato, o sobre todo los pasajes que tienen lugar en una derruida localidad francesa, donde el director permite a su músico Thomas Newman y al propio Deakins lucirse en un momento de épica trágica digna de 1) Spielberg y su criticadísima Caballo de batalla, o B) un pintor como Joseph Turner, paisajista romántico al que el propio Mendes hizo una nada velada referencia en la primera y mejor de sus películas de 007, Skyfall.

1917 es al final una excelente película, trágica pero sin moralismos, épica pero dramática, que aborda la guerra de manera humanista pero sin aleccionar al espectador. Volviendo al principio, como Mendes hace en la película con el concepto de soñar en un campo de flores, una que hace todo lo posible por que la maniobra de estilo que la fundamenta no se note, sino que se trate de la manera más franca y directa para transmitir a su espectador el sencillo concepto que la articula: un viaje físico de 15 kilómetros en el que nosotros también estamos en peligro, porque la Guerra, cuando llega, no distingue.

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