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4 poemas de Hueso, de José García Obrero

4 poemas de Hueso, de José García Obrero

“Los pedazos de hueso caen rodando hasta el escondrijo de lo perdurable”. José García Obrero profundiza hasta prácticamente desintegrar los motivos de la expresión de lo decible. El hueso es el fundamento último de aquello que nos lleva a la afirmación estructurada. García Obrero llega hasta el final y se extasía en el límite. A través de la tradición de la prosa poética que nos remite a Juan Ramón Jiménez y en especial a Luis Cernuda. Hueso es una nueva experiencia lírica, que sorprende y deslumbra a través de un ejercicio de introspección y reformulación poética, inspirado en el vehículo sutil que se representa en el lenguaje musical y con un conductor sublime: el amor. En este caso motor del conflicto del autor ante el imposible equilibrio de la exaltación del sentimiento y la tangibilidad de la representación que llamamos realidad.

Si Wittgenstein afirma, que los límites del lenguaje son los límites del mundo, en este poemario, el poeta subvierte exitosamente con su creatividad la frontera de lo posible. El canto más bello es el que alcanza más pasión e intensidad, eso lo sabía Dylan Thomas y también José García Obrero: “Cuando el canto se detiene el poema acaba fundiéndose en la hierba”. 

Zenda adelanta cuatro poemas del libro.

***

La fiereza del ojo abierto a medianoche
(Preludio)

Todo sucede en el interior infinito de una cabeza. Pero sucede.
Sucede el asesinato de un inocente mientras cocina
pasta —crapa pelada l`ha fà i turtei…— en el capítulo de una
serie; sucede el cielo del norte y la visita de Betty al hombre
del río; sucede la locura de Septimus Warren Smith ante la
indiferencia del mediodía londinense. Todo sucede una y
otra vez entre cuatro altísimas paredes. Sucede la ternura del
bosque cuando queda atrás la última huella y deja sobre la
hierba restos de alquitrán; sucede la fiereza del ojo abierto a
medianoche repeliendo el ataque de las formas inmediatas
—manchas de luz que se transforman sin cesar. Todo sucede
en el interior de una estancia sin sombras —las sombras
crecen entre las flores de un jardín contiguo, sobre la arena
de una playa imaginaria. Sucede la música en bucle, sin pausa,
sin desmayo. La música acompaña al tiempo, lo conduce
desde las nubes que engendran estas extrañas jornadas hasta
el centro del dormitorio, como si fuera un foco sobre la escena
principal —cuarto movimiento de la Novena Sinfonía
irrumpe un coro de ochenta voces. Las conversaciones se
disuelven en el caldo hirviente de la música. Todo sucede
sin cesar ahí, en un espacio donde cada cosa se obstina inútilmente
en permanecer.

***

Silencio impuro sobre las nervaduras de un vinilo
(Preludio)

Se va enturbiando el aire de fulgor y deposita su silencio
impuro sobre las nervaduras de un vinilo. ¿Qué señales impulsan
el primer movimiento? ¿Cómo se desencadena el
relinchar de sus caballos? Las manos adquieren un gesto
generoso hacia la mañana: abren cortinas, amasan claridad,
ofrecen al apetito platos colmados. Los ojos persiguen el
vidrio de otros ojos, pero acaban apuntando a la partitura
bulliciosa. El eje principal acelera su suave rotación y ya es
punto de fuga donde confluyen las líneas invisibles del instante:
cuadros que adornan las paredes; gato que salta de su
sombra a la mesa; taza de café que enfría el soplo de la boca
que arde. La memoria recobra una escena antiquísima: un
golpear de palos contra piedras; el ritmo de unos pies por el
sendero; el canto enmarañado de los pájaros entre la copa
de un frutal. El roce de las cuerdas despeja el camino a la
celebración. Penetra el placer. Vibra lo vivo.

***

El viento se rompe entre los árboles

Ropa tendida en posición horizontal, blanquísima toda,
salvo unos vaqueros y una falda beige. Abajo, islas de césped
ralo alternándose con motas de matojos incipientes.
Es el aire el que aquí se instala como una presencia fantasmal,
como esa vieja película del hombre invisible, aunque
los animales lo olfatean en las nubes romas o deshilvanándose
sobre el espacio como un puñado de harina sin
amasar. El camino que ha conducido a esta composición
continúa ondulándose hasta que algo lo ataja abruptamente;
desembocadura inconcreta, panorámica desde la altura
de un precipicio. El círculo de su itinerario va a dar cerca
del punto de partida, justo donde empieza a ser espiral. El
viento avanza unas veces, otras retrocede, pero siempre se
desnuda para romperse entre los árboles.

***

La bota que pisa el criptograma

Para Rafael Fernández Gutiérrez

Una mano humilde sostiene la piedra. Piedra o huesos del
tiempo que se amontonan ladera abajo, que hacen resbalar
a quien desciende distraído, ciego a su lectura. La montaña
se desmenuza en símbolos y el musgo los envuelve
con una nueva capa de sentido; después vienen la lluvia, el
viento que sopla sin origen, la bota que pisa el criptograma.
Las mismas piedras que cubrieron a Averroes saltaron
sobre la tumba azul de Chagall. Piedra que se adapta a
la patada. Piedra que golpe a golpe adquiere aliento, una
morbidez propicia a la palabra —lengua y piedra proceden
de la misma escisión. Lascas que trazan eternamente su
trayectoria por el arco de los acontecimientos: derriban al
gigante, rompen escaparates, descalabran a colonos en los
territorios ocupados. Piedra que es lento paso de buey y
nervio del pastor; piedra que viaja en el pico del águila
y raja el cristal de la luz. Piedra de la albarrada que sostiene
las vides. Piedra que cae y cae hasta llegar al fondo y alcanzar
su propio corazón: la mano que humilde la sostiene.

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Autor: José García Obrero. Título: Hueso. Editorial: Godall. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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