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5 poemas de Ana Carolina Quiñonez Salpietro

5 poemas de Ana Carolina Quiñonez Salpietro

Foto: Jorge Tur.

Ana Carolina Quiñonez Salpietro es una poeta nacida en Lima, Perú, en 1988. Comunicadora por la Universidad de Lima (Perú) y Máster en Estudios de Cine y Audiovisual Contemporáneo por la Universidad Pompeu Fabra (España), en donde se graduó con el ensayo Una hija pródiga: Mary Jiménez, documentales e intimidad. Se ha desempeñado como redactora periodística de las revistas Cosas (2015), El Profesional (2014) y Caretas (2011); y como colaboradora de Un vicio absurdo y La Ventana Indiscreta. Ha publicado en poesía Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar (Estruendomudo, 2010), Vacaciones de invierno (Vox,2012), ambos reeditados en 2018 por la editorial Liliputienses, y Matacaballos (Paracaídas, 2018). Actualmente vive en Barcelona, donde empieza a moldear sus primeros cuentos. Presentamos una selección de sus textos publicados y dos poemas inéditos.

***

Frontera

Erasmo era un gran muchacho.
Era indomable
un terremoto
así nació.
Nosotros éramos débiles.
Exigíamos
éramos cinco
la vida no era justa
ni las oportunidades iguales.
Trotábamos con el estómago vacío
no tomábamos agua
no retrocedíamos.
Difícil ser un hombre como él.
Jalonear los caballos
morder la neblina
meter brazo
poner el cuerpo
hacer bulto.
En las caballerizas
algo siempre resoplaba
pero no lo podíamos ver.
los espacios abiertos
las grandes esperanzas
los grandes sentimientos.
Erasmo era duro
su fortaleza venía de adentro.
Se bañaba con los caballos
no tenía miedo
braceaba
esquivaba patas
y movimientos bruscos.
Nada podía aplastarlo.
Nadie agarra así
a sus hijos
ni les habla
como un preparador
en un trabajo intenso
antes de la carrera.
¡Aprieta más el paso!
¡No lo dejes respirar!
Y nosotros lo amábamos
como se ama
lo que no se deja acariciar.

***

Las bestias de adentro

Temíamos que un caballo
se empotre
contra la casa.
Los pasadizos de tierra
y el extenso terreno
abandonado
de barro y charcos
se quedaban a oscuras
y con el silencio
irrumpían las historias.
Un preparador
enloquecido
que marcaba
con la huasca
potrancas
y variadores
potrillos y capataces.
Todo le pertenecía
todo lo que se movía.
Entonces
mi padre aparecía
cuando ya habíamos
cenado
y hecho las tareas
limpios
y desparasitados
comprobaba
las orejas
las patillas
cortas
las uñas.
Así
empezamos a traicionarnos
y le entregábamos la cabeza
del autor de los vidrios rotos.
Acusábamos
al que tiraba su comida a los perros
al que no se llenaba nunca
y comía de las sobras de los peones.
También le decíamos la verdad.
La verdad de los moretones
y de las costras
de las costillas salidas.
Siempre sabía quién se orinaba en las sábanas
y quién dormía con la luz prendida
quién veía en el televisor
formas borrosas
personas montando personas
y todos recibíamos correa.
Así
intentaba decirnos
que nosotros no éramos sus hijos
que éramos su responsabilidad.

***

[Tu siempre vas a ser la cría …]

Tu siempre vas a ser la cría
Y yo el macho
Y la hembra
Todo junto.

***

La felicidad era estar incompletos

Corríamos por el pasillo
de una casa prestada.
Teníamos cinco o seis años.
Nos perseguía un monstruo
con el abrigo de piel de la abuela
y la cara verde
de arcilla.
Los cepillos viejos resucitaban
como pinceles
También pelábamos arvejas
y separaba las más pequeñas
en mi bolsillo
Mamá no había cumplido treinta años.
Nosotros éramos tres
que tirábamos de ella
exigíamos aprender a leer
mientras otro tenía fiebre
comer con las manos
los ojos
hasta la pared de enfrente
cuando alguno tenía dientes
que pendían de un hilo
y a otro lo recogían tarde.
Nadie quería
dormir entre ella
y ese desconocido
al que hacíamos
siempre más alto
en los dibujos familiares.

***

Mi cuarto adolescente

No sé si era decepción
o desprecio
el de tus ojos acostumbrados a buscar
originalidad y belleza en los objetos inanimados.
Yo solo amontonaba libros
en muebles ordinarios
y ropa
expuesta siempre.
¿Cómo se puede vivir en un camarote de barco
–decías–
sin desvivirse
por un billete de regreso
sin la idea de tierra firme?
Hasta que un día me dijiste:
no puedes ser parte del mundo si siempre estás saliendo de él para observarlo.

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