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9 poemas de Harkaitz Cano

Foto: Oier Aranzábal.

Harkaitz Cano es un poeta y narrador nacido en San Sebastián en 1975. Se licenció en Derecho en la UPV, aunque se inclinó muy  tempranamente por la escritura, publicando su primer poemario con tan solo 18 años. Ha publicado novelas como La voz del Faquir (Seix Barral, 2019) y Twist (Seix Barral, 2013) ambos merecedores del Premio de la Crítica a la mejor obra narrativa en euskera en 2012 y 2019 sucesivamente, colecciones de relatos como Circo de invierno (Pamiela + Grupo Noticias, 2013), El turista perpetuo (Seix Barral, 2017), los libros de poemas Compro oro (Huacanamo, 2011) y Alguien anda en la escalera de incendios (El Gaviero, 2008), así como teatro (Los papeles de Sísifo) y ensayo (Ojo y medio). Francisco Javier Irazoki preparó Gente que trabaja en los tejados, una antología de su obra poética en 2019. Siempre abierto al trabajo multidisciplinar, es letrista habitual de grupos de la escena vasca. Ha traducido al euskera a poetas como Sylvia Plath, Anne Sexton, Raymond Carver o Allen Ginsberg. Su obra ha sido traducida a una docena de idiomas y sus poemarios se han editado en India, Polonia y los Países Bajos. Ha sido distinguido, entre otros, con el premio Rosalía de Castro del PEN Club gallego.

***

EL LOBO BUENO

El que no se come a otro lobo bueno.
El que, para empezar, lo distingue.
El que, con mirada traslúcida,
te mira y te advierte mientras cruza el hielo.
Si no hay más remedio, te muerde el cuello
e hinca después los colmillos en la nieve;
una suerte de confesión o de autocastigo.

Merodea tu ojo, y en caso de duda,
salta, no fuera, sino dentro de la pupila oscura.

***

EL LOBO MALO

Es el lobo bueno.
Solo que antes o después de serlo.
O con ventisca.
O tras el cepo.
Cuando una bala de plata le palpita dentro.
Sobrevive y busca culpables
postergando su razón
a las prioridades de su mandíbula.
Lo bueno del lobo malo es que
confía en su tracción y en sus incisivos.
Cuando olfatea el miedo de los demás,
lo atraviesa lentamente,
como si fuese una pasarela.
Cree que su estilo lo salvará:
no es cierto, pero le hace fuerte.

***

LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA

Retrasa alguna certeza.
Impulsa la inercia de alguna mentira.
Siembra un manojo de intuiciones.
Deja que tu valentía ruede cuesta abajo.
Confía ciegamente en ese amor.
Desactiva alguna que otra duda.

Fuma, emborráchate, vacía tu rabia a puro trote.

Y que entre las manos nada te explote.

***

ECHADORA DOMINATRIX

Tendré mucho trabajo, ganaré
dinero, un familiar
morirá pronto.
Dice que dos hijos,
un niño y una niña.
Dice que un viaje, muy lejos,
y luego corrige que quizá no.
“¿Quizá no muy lejos,
o quizá ni tan siquiera un viaje?”, indago.
“¡Chist! Ahora no”,
sintoniza con el más allá…
Ve tres mujeres, y una de ellas
es morena.

La adivina es pelirroja, cumple
el perfil: ojos grandes y manos inquietas.

“Veré lo que puedo hacer”, le digo.

Su mirada es dura, fulminante.

Es difícil estar a la altura de tu futuro.

***

PLEGARIAS ATENDIDAS

Dios ayuda a los inconscientes.

Lamentablemente, ellos no se enteran.

***

DEBERÍAS ESPECIALIZARTE

Debería hacerle caso.
Planificar con cabeza, establecer prioridades,
rechazar lo superfluo, apretar más y abarcar menos,
dejar cosas, elegir mejor, “ya tienes una edad”.
Sopeso, para empezar, especializarme
en decir que no: declinar invitaciones antes
de que palidezca el talento. No escribir más
prólogos, no presentar libros de colegas,
no colaborar en prensa, no más letras
de canciones, no más guiones para cómic,
no más festivales de poesía, no más viajes y congresos,
no más clubs de lectura ni talleres literarios,
no más charlas sobre la influencia de
X en el devenir de Y; no más catálogos
de exposiciones, ni soporíferas mesas redondas.
“Deberías centrarte”, me dice, y yo sé que debería
hacerle caso. Elegir entre la música y el cine,
Hollywood o Kiarostami, entre lo kitsch y lo clásico.
Bohemia o sistema. Buhardilla o cocktail.
Elegir entre lo lúdico y lo combativo,
lo satánico y lo confesional;
ser selectivo y distante, singularizarme.
Me dice que debería posicionarme,
y –son palabras textuales– “hacerme visible
en un nicho”. Me dice, tan campante, que debería
cobrar el doble y trabajar la mitad.

Creo que lo voy a considerar.

Decido, finalmente, especializarme
en lo que soy: grillo en jaula de grillos,
desorden, letra de cambio prestada sin intereses,
amigo de mis amigos –me gustaría pensar–, texto disperso,
talento escatimado en asteriscos a pie de página,
paseante de los hallazgos ocasionales;
eminencia en nada, merodeador de lo divertido cambiante,
alguien que busca placer en el cianuro,
y en el autosabotaje, alegría.

***

EL DENTISTA

Tiene comida entre los dientes
y sonríe mucho.
No sé cuál de las dos cosas me molesta más.
“Vamos a intentar salvar la pieza”, me dice,
y pienso en ánforas etruscas.
“El esmalte está desgastado”,
se lamenta la ayudante.
Ojalá fuese un vaso Duralex,
ojalá un Partenón mellado.
Bendigo a los griegos que no me abandonan:
“Atenas siempre me dará cobijo”.

La pieza ha quedado intacta;
la han salvado, “de momento”.

Descansan los espartanos.

Ahora viene lo complicado, obedecer
cuando me dicen: “Escupe”.

Hago el gesto, pero no escupo.

A mí me educaron para tragar.

***

SUCURSAL. INTERIOR, DÍA

Antes olía a pino y a moqueta.
Ahora huele a asilo prometedor.
Y no solo porque sea primeros de mes.
De seis empleados pasaron a dos.
Luego, ventanilla única.
Hoy, todo resulta confuso y escueto:
ciertas operaciones a determinadas horas.
No eres bienvenido, esperarás de pie.
Los clientes tosen y aguardan su turno. Es el único sitio
en el que no me siento mayor
(Tranquilos: no será por mucho tiempo).
Finalmente, cobro el cheque; la cajera cuenta
el efectivo a regañadientes,
como si al hacerlo apuñalase
su propio colchón.

Su ojo izquierdo se pregunta
para qué demonios querré el dinero.
Su ojo derecho calcula
que no me va a llegar.

No va desencaminada.

***

UN BUEN DÍA

Cala Morell, verano

Escribir mil palabras.
Nadar mil metros.
Leer a Cynthia Ozyck.
Afeitarse sin cortes.
En el buzón: ni ofertas ni peticiones.
Trabajo con la ventana abierta.
El cuerpo y la cabeza callan y otorgan,
pero aún soy capaz de distinguir
el trino de los pájaros del ruido que hacen
al abandonar la rama.

Su avión ha llegado puntual.

De noche, en el balcón,
abrimos el atlas celeste en el regazo,
y con la alegría de lo que es nuestro
sin pertenecernos, creemos reconocer
la constelación más antigua.

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Harold Durand
Harold Durand
2 años hace

No hay peor verso que el comienza con el nombre de un verbo.
Decir, por ejemplo: «Contemplar la mujer desnuda».
En cambio: «Contemplo la mujer desnuda». Es mucho mejor.

«Escribir mil palabras
Nadar mil metros…»