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5 poemas de Jiménez Millán

5 poemas de Jiménez Millán

El Ayuntamiento de Sevilla, con la colaboración de la Fundación José Manuel Lara, convoca el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, cuyo galardón ha recaído en esta XII edición en el escritor Antonio Jiménez Millán, del que Zenda publica cinco poemas de su libro Noche en París (Vandalia).

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UNA VISITA A LA ALHAMBRA (1991)

 

A Joan Margarit y Mariona Ribalta

 

Recuerdo aún el frío en la mañana

de diciembre. Los grupos de extranjeros,

alrededor del guía, eran aves de paso

entre los surtidores y el estanque

donde se reflejaba un cielo gris.

 

Algo dijiste

sobre un muro del patio de Comares:

a quien lo construyó,

debió de regañarle el maestro de obras.

 

Nunca lo hubiéramos pensado.

O es que, quizás, la imperfección

no se notaba tanto como ahora:

más que la solidez,

buscaban una levedad sin tiempo,

el roce de la arena,

la presencia del agua.

 

Vuelvo a escuchar aquel rumor de voces

lejanas como un río subterráneo,

por un instante vuelvo a ver

la sonrisa de Joana en su silla de ruedas,

su trayecto difícil por esos desniveles

que surca el agua helada

junto a los arrayanes y los mirtos.

 

Y puede que aquel muro débil, mal acabado,

se parezca a la imagen que guardamos

en la fragilidad de la memoria:

el color desvaído de unos ojos,

aquella luz abstracta de diciembre.

 

CAFÉ MARTINHO DA ARCADA

 

Por que fiz eu dos sonhos

                                   A minha única vida?

Fernando Pessoa

 

A Silvia

 

A ver: cómo le explico yo a mi hija

quién era ese señor con sombrero y abrigo

que sale en el cartel, junto a la puerta

del Martinho da Arcada.

 

Son los últimos días de diciembre.

 

Solamente una pausa, un desafío al viento,

para hacer una foto en la fachada

del café más antiguo de Lisboa.

Allí, donde la bruma cubre el estuario,

brillaban esta tarde los puentes, a lo lejos,

las luces de los barcos nos trajeron el mapa

de países distantes y oscuras travesías

de las que él seguramente hablaba

en la mesa donde solía sentarse.

 

No lejos de la plaza,

un portal de la calle Doradores

me recordó la sombra

del que siempre quería

vivir la vida en forma de novela,

habitar las páginas de un libro,

evadirse de su realidad,

ser otro.

 

¿Pero quién era ese señor?,

me vuelve a preguntar mi hija.

Cómo contarle que el oficinista

Bernardo Soares, el contable discreto

de la calle Doradores,

era muy diferente a Ricardo Reis,

a Alberto Caeiro,

y más aún a Álvaro de Campos,

y, en el fondo, eran todos el señor del cartel.

El que escuchaba dentro de sí mismo

las discusiones de los personajes

que existían en su imaginación,

quizás como un reflejo

o un sentimiento de la naturaleza:

ser todo el universo y a la vez

su mínima expresión,

asumir la moral y la falta de moral,

apurar hasta el fondo las ciudades modernas

o retirarse igual que haría un monje,

lejos de los asuntos terrenales,

por seguir a los clásicos.

 

Pero el café

lleva cerrado no sé cuánto tiempo,

a pesar del verde intenso en la madera

y los cristales limpios

que dejan ver un interior vacío.

Atraviesa la Plaza del Comercio

el tranvía que sube hacia la Alfama,

se mueve en el pasado su sonido ronco,

mientras yo pienso en el futuro de mi hija:

no sé si alguna vez se acordará

del viento en estas calles de la Baixa,

si tendrá que inventarse un personaje

o si podrán caber todos sus sueños

en una sola vida.

 

NOCHE EN PARÍS

(André Kertész, Montmartre, 1930)

 

A Justo Navarro y Esther Morillas

 

El fotógrafo, a veces, se asemeja al autor de un crimen por encargo. No deja nada al azar, pero debe parecer que es el azar el responsable de todo: un simple accidente, un disparo por error. Así se queda abierta la puerta de ese coche negro con las luces encendidas, junto a la acera, así el cuerpo inerte, vencido sobre el volante. Puede que el coche de atrás sea el del asesino.

Queda muy poca gente en el bar con nombre americano, el Daisy Bar. Nadie se ha movido al oír la detonación: el dueño cerrará discretamente, mañana le dirá a la policía que no ocurrió nada mientras él estaba allí. Y las escaleras que suben a Montmartre seguirán iluminadas por la luz débil de las farolas, como barcos lejanos en un puerto donde domina el frío y el silencio se adueña del espacio. También el fotógrafo es dueño del silencio, se instala en el vacío de la noche.

 

ALBA

 

(Janis Joplin, Summertime)

 

Fue una manera rara de empezar el día:

volver a pie desde una discoteca

por el paseo marítimo

hasta el apartamento,

ver allí la primera luz del alba

cambiante sobre un mar de tonos grises.

La voz de Janis Joplin,

destemplada, excesiva,

contrastaba con la serenidad

de un lento amanecer del mes de julio:

«tiempo de verano,

la vida es fácil,

el algodón está alto;

no llores, chica, vas a desplegar

tus alas y elevarte hasta el cielo,

nada va a hacerte daño».

Fue un encuentro casual, pero aquella mañana

los llevaría a estar siete años juntos.

Ella tenía un cuerpo sin miedo ni distancia;

él empezó a sentir

una fascinación que le condujo

a la trampa maldita de creer

en la promesa de un amor eterno,

y también a olvidarse

de que eran demasiado jóvenes, los dos.

Acaso no podía darse cuenta.

 

Luego quiso romper las convenciones,

vivir una promiscuidad

que le brindaba un tiempo inexplicable.

Entonces hizo daño, mucho daño.

Y nadie se elevó hasta un cielo ambiguo

ni desplegó sus alas en la noche.

 

HOJAS MUERTAS

 

(Juliette Greco, Les feuilles mortes)

 

A Ana

 

En aquella ciudad la noche ardía,

incluso con el frío del alba en la mirada.

Cruzó por las desiertas avenidas,

por los barrios modernos, tan vulgares

como en cualquier otro lugar,

y por las calles altas, silenciosas,

con los muros cubiertos de pintadas

y alguna jeringuilla por el suelo.

 

Fueron cerrando todos los locales:

la Sala Europa,

donde sonaba música de jazz,

los bares sórdidos en las afueras,

para acabar en casa de un amigo.

Y por primera vez hicieron el amor.

Después vinieron más casas ajenas,

llegadas en el tren a media noche,

hoteles en ciudades luminosas,

proyectos de futuro que acabaron en nada.

 

No se debe culpar a la distancia

de los efectos de la cobardía.

 

Una canción francesa le recuerda

que la vida separa a los amantes

sin hacer ruido. Y así fue.

Pero cómo olvidar su cuerpo joven,

sus ojos tan oscuros. Queda un rastro

de ceniza, de historia inacabada

que vuelve a los paisajes de extrarradio,

a las noches de hotel. Las hojas muertas

ya no las barre el viento: en la memoria,

son vestigios confusos de otra edad.

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Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) es catedrático de Literaturas Románicas en la Universidad de Málaga. Sumados a sus estudios, ediciones y traducciones, ha publicado los siguientes libros de ensayo: ‘Los poemas de Picasso’ (1983), ‘La poesía de Rafael Alberti 1930-1939’ (1984), ‘Vanguardia e ideología’ (1984), ‘Entre dos siglos. Estudios de literatura comparada’ (1995), ‘Promesa y desolación. El compromiso en los escritores de la Generación del 27’ (2001), ‘Amor y tiempo. La poesía de Joan Margarit’ (2005), ‘Poesía hispánica peninsular’ (2006) y ‘Poetas catalanes contemporáneos’ (2019). Entre sus libros de poemas cabe destacar ‘Restos de niebla’ (1983), ‘Ventanas sobre el bosque’ (1987), ‘Casa invadida’ (1995), ‘Inventario del desorden’ (2003), ‘Clandestinidad’ (2011) y ‘Biología, historia’ (2018), además de las antologías ‘La mirada infiel’ (2000), ‘Ciudades. Antología 1980-2015’ (2016), ‘Línea de sombras (Poemas en prosa 1981-2019)’ (2019) y ‘Memoria del agua. Poemas sobre Granada’ (2022).

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Autor: Antonio Jiménez Millán. Título: Noche en París. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Todostuslibros

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