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5 poemas de «Jirafas en el zoológico de Atlanta», de Álvaro Carbonell

5 poemas de «Jirafas en el zoológico de Atlanta», de Álvaro Carbonell

Álvaro Carbonell (Albatera, Alicante, 1990) es diplomado en Ingeniería Agrícola y Licenciado en Enología por la Universidad Miguel Hernández. Actualmente termina un Máster en Calidad y Tecnología Agroalimentaria en la misma universidad mientras trabaja en una librería. Tiene estudios elementales de música y toca el bajo eléctrico en diferentes bandas desde muy joven. A día de hoy, toca y participa en la labor compositiva —letra y música— en la banda de punk-pop alicantina Serralba.

Jirafas en el zoológico de Atlanta, con el que ha ganado el Premio “València Nova”, es su segundo libro tras publicar en 2016 Cómo escapar de la isla de Villings en la editorial Valparaíso (finalista del I Premio Valparaíso). El jurado destacó Jirafas en el zoológico de Atlanta como “una imaginativa aproximación a lo cotidiano y lo generacional con un novedoso ritmo de gran vuelo y un permanente asombro expresado con gran riqueza formal”.

SIESTA

Sueño que atravieso

estrechas simas, cuevas, laberintos.

Veo a mis hermanos también,

en claustrofóbico baile,

contonearse al compás del límite.

A mi madre, a toda mi familia veo

–como animales de madriguera–

bucear en la tierra,

apartar de sí el obstáculo.

 

Tienen sus rostros manchados,

gesticulados de esfuerzo,

de sus ojos cuelgan –como en vigas–

pesadas bolsas de silencio,

sudan sus cansados cuerpos

horas de plena dedicación a la búsqueda.

 

Como el poema, el sueño es minería de luces.

Despertar es encontrar alguna.

 

GRAFITIS

«[…] la herida posmoderna de un grafiti».

Constantino Molina

 

Dicen nada. Son apodos, alias, motes.

Ornamentan las afueras de la ciudad

con su tinta barata de aerosoles asiáticos.

Establecen una incierta fecha

entre la ausencia de algo y su presencia,

dejan un rumor de nostalgia sobre los muros.

 

Queda en el aire, temblando,

el contorno fugitivo del rastro adolescente.

 

Bajo los pálidos astros de la noche,

la juventud emite su vanidosa luz de egolatría.

Insinúan nombres, los suyos,

fuman marihuana y huyen de su obra

como el mar a través de una nube de lluvia.

 

Cuando –a su cita– la mañana llegue,

la luz revelará todas las pistas

pero ninguna forma de atrapar al asesino.

 

RÉQUIEM A UNA BAÑERA

Me sumerjo en el agua, siento su caricia

como una seda que me envuelve,

intuyo la pureza del cuerpo limpio,

compruebo la precisa inmediatez de la higiene.

 

La bañera es la misma que aseó mi infancia.

Su fondo está lleno de barcos de juguete,

de playmobiles ahogados como niños árabes,

de los restos –ya oxidados– de alegrías antiguas

que pesan tanto como el plomo.

 

Esta será la última vez que borre

–para siempre– la suciedad diaria de mi cuerpo.

Mañana, los experimentados operarios

instalarán en su lugar el nuevo plato de ducha.

 

Se llevarán consigo –a su museo de chatarra–

una fracción valiosa de mis primeras ruinas.

 

JUGAR CON FUEGO

«[…] el incendio del alba ensanchó,

quemó el cielo pálido».

Alexander Blok

 

El aire que galopa en la montaña

–como en una carrera de obstáculos–

sortea el cabello del arce rugiente.

Arrugadas, las bolsas de plástico

trinan salvajes, son aves posadas

en cerchas de fábricas abandonadas,

mariposas acechando cadáveres.

Tu sonrisa tiene forma de gusano.

Nada que pueda definirse, es decir

todo, soporta para siempre el peso,

la prisión perpetua que lo define,

por eso el afilado cuchillo asesina,

por eso la mujer, dios, el hombre.

Qué inofensiva la luz si no intuimos,

en su condensada transparencia,

el veneno eléctrico de la medusa.

Qué inofensiva –también– la noche:

concha del molusco día, combustible

consumido por los astros. Carbón.

Petróleo. Inflamable gas sedante

al que la mañana acerca su mechero.

 

GRAN HERMANO

Nos enfocan, captan de nosotros

nuestros movimientos más cotidianos.

Nos ven comprar el pan para la cena,

esperar al tren que se retrasa,

registran actos indecorosos

en la luminosa intimidad de un Starbucks.

 

Son ojos divinos sin juicio

las omnipresentes cámaras de vigilancia.

 

Están por todas partes

como un elemento más de la ciudad.

 

Persiguen tu estela al sacar al perro,

salvan tus bostezos en Hacienda,

tu aburrimiento burocrático.

Dejan constancia de esa vida

monótona que transcurre.

 

A veces son testigos de crímenes

y de exitosos atracos a bancos,

de la fuerza del mar en primera línea,

del temblor de la tierra que agita

las lámparas de los comercios.

 

Conservan durante unas horas

–hasta que su propio mecanismo lo anule

como suceso que nada importa–

la tragedia del amor que se despide.

 

Igual que un siniestro eco.

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Autor: Álvaro Carbonell. Título: Jirafas en el zoológico de Atlanta. Editorial: Hiperión. Venta: Todostuslibros  

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