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5 poemas de Lisergia, de Carlos Jiménez Arribas

5 poemas de Lisergia, de Carlos Jiménez Arribas

¿Qué pasaría si la modelo suplantara al pintor y la amada retratada se saliera del cuadro? En los poemas de Lisergia, un artista revive la historia de amor con la prostituta en la que encontraba consuelo y fuente de inspiración, y hay ecos de una lírica amatoria que tiñe el retrato y el paisaje de una luz alucinada y estupefaciente.

En Zenda reproducimos cinco poemas de Lisergia (Bartleby), de Carlos Jiménez Arribas.

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1

Fue tu virtud el agua clara de los charcos, enfangados solo por la claridad del agua. Ahí, y no en el río, estuvo tu naturaleza inquieta. Si las moléculas no se detienen, el agua sigue siendo el agua. Es la fascinación que ejerce el animal herido por el tiro o la mirada lo que le da la vida al cauce seco. Fue tu virtud el ave inmóvil que sacrificó sus alas, ser que se dio y no quiso nada a cambio, libre de darse aunque se le pusiera un precio. Otros tuvieron en sus brazos ese cuerpo huidizo que he llamado mío. Tú de ninguno fuiste al ser de todos el naufragio y ofrecer la arena de tu cuerpo, cala, dique o abra, para el abismo que engulló los cielos. Por esa entrega al mundo oscuro muerto en nosotros, vivió tu cuerpo con la clara luz del agua. Puta te llamaban sin lavarse la boca los infames.

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16

Y si la lluvia fuera lebrel, talud, zorzal sin monte. Y si la lluvia fuera. Y si la lluvia. Y si lloviera un día mares llenos, ríos enteros, la espuma que has dejado en el camino hasta ser tú, volcada al borde del abismo. Entre una gota y otra gota quizá se abra así un vacío, colmado de presencia en las inundaciones. Qué tiene el día que hasta los vencejos y las golondrinas bajan en bandada al río con una sed tan súbita. Qué tiene el aire para decir que hoy en ti se hizo la lluvia el aura seca de los vendavales. Es un comienzo.

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32

Se cambiaron las tornas, era yo el que miraba y tú la que pintabas el paisaje en abandono o discontinuidad, lleno de circunvoluciones, tendido como un cuerpo contra el mismo cuerpo, perro a tus pies. Pintabas el paisaje con un poso triste en la mirada, tan entregada a la docilidad del aire como al agua, y el invierno iba sacando puntas de neblina de su catedral de escamas, penetraba tierra adentro la savia del rosal, ciego y ausente, uno en el barro abierto a la mies bajo la capa de un enero que venía a ser el mes y el mástil. Tocaban a muerto las campanas con la alarmada voz del álamo, y tú pintabas el paisaje en otros árboles, el surco en su difuminado resplandor, y, a su trasluz, la esquila que llamó a pacer al ser más núbil. En cada pincelada, un pantocrátor para el dios de las hilachas fue la forma, la cascada de retinas que la fama del pintor no rozará jamás con dedos sucios y siempre escapará a la luz censada de los mercaderes. Pintabas el paisaje dentro de la habitación, y yo tosía, y comenzaba a nevar igual que en las montañas; no concebías que en nombre de la contemplación muriese la pintura en el tapiz, puro abandono o inmovilidad, como un resorte sensitivo. Pintabas el paisaje de perfil en la pared, consciente de que me desdibujabas cada vez que, con un esfuerzo por anticiparte a su demolición, borrabas la casa y pintabas el paisaje.

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36

Madonna

EDVARD MUNCH

En tu versión más verosímil del apocalipsis, la Virgen con su niño escuálido recuerda el signo mórbido del mundo, la desesperación, lo que ha perdido de madona en su recelo. Nos mira desde tu retrato, un poco en sesgo, otro poco ausente, tan presente en lo que dice como en lo que calla, viva en el trazo. En lo que no se encarna o se concibe y abandona la vida en un rincón. Esa madona ebria de sombra y de lisergia, adelantada al rock y al punk, la yonqui de aire evanescente y pechos duros, deja que su hijo muera sin chupete untado de heroína ni cordón umbilical, nonato, incierto. Es la poética de la esterilidad, de puta a santa hay solo un paso, y tú lo has dado en la imaginación. Decoras los muros de las celdas, y los anarquistas comparten semen en tu vientre. De ahí me vienen tus secretas enseñanzas, el no pintar lo que se ve, sino lo que se vio, la ya perdida humanidad, el mundo seco.

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39

Ven, amor, hoy te espero en los rincones iluminados de mi cuerpo haciendo hogueras, olvidado fuego que quisimos siempre ardiendo. Ven, amor, y, si me encuentras ávido, duerme conmigo, y, si quizá dormido, ten compasión de mí. No me despiertes.

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Autor: Carlos Jiménez Arribas. Título: Lisergia. Editorial: Bartleby Editores. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

BIO

Carlos Jiménez Arribas (Madrid, 1966) es licenciado en Filología Inglesa y en Filología Hispánica, doctor en Literatura Española y Teoría de la Literatura, y profesor de inglés en la EOI de Madrid-Carabanchel. Su primer libro de poemas, Manual de supervivencia, vio la luz en Bartleby Editores en 2002. Es autor además de Darwin en las Galápagos, y del diario Viaje al ojo de un caballo. Veinte días en Mongolia, el volumen de relatos Cuatro cuentos italianos y el libro de teoría literaria El poema en prosa en los años setenta en España. Ha traducido, entre otros, Los cisnes salvajes de Coole y La torre, de W. B. Yeats, La licencia y el límite, de Robert Browning, Obra ensayística, de R. W. Emerson, Cuatro setos: Memorias de una jardinera, de Claire Leighton, El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell, Llamadme Ismael, de Charles Olson, o Walden, de Henry David Thoreau.

Foto: Álvaro Juanas.

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Iris Maldonado
10 meses hace

Me gusta leer poemas que alegren las almas que hablen de la naturaleza y de todo lo que nos rodea graciS por este espacio

Irene
Irene
8 meses hace

Muy interesantes poemas, Carlos.