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6 poemas de Alejandro Simón Partal

Alejandro Simón Partal es un poeta y dramaturgo nacido en Estepona, Málaga, en 1983. Doctor en Filología Hispánica y profesor universitario, ha publicado El guiño de la Chatarra (Renacimiento, 2010), Nódulo Noir (Renacimiento, 2012), Los himnos abdominales (Renacimiento, 2015), La fuerza viva (Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita, Pre-Textos, 2017) y Una buena hora (Premio de Poesía Hermanos Argensola, Visor, 2019). Es autor de la obra dramática Resistencia y Sumisión (2019), estrenada en el Teatro Echegaray de Málaga. También ha publicado los ensayos A cuerpo gentil: Belleza y deporte en la poesía de González Iglesias (2017) y Las virtudes de lo ausente: Fe y felicidad en la poesía española contemporánea (2018). Ha sido autor residente en Etopia Centro de Arte y Tecnología, en Zaragoza. Presentamos una selección de poemas de sus libros y un inédito.

***

IV

Un director de cine quiso acabar con cien años de agonía.

En la premier de Las Leandras, película protagonizada
por Rocío Dúrcal en 1969, el director
Eugenio Martín declaró:

«Yo siempre he hecho lo que me han encargado.
Nunca he tenido un mundo propio
que me interesase sacar fuera».

Todo un siglo de agonía en España difuminado
en un estreno de cine.

Todas las respuestas a los últimos años de casi todo
por un director que ya nadie recuerda.

La película tuvo un éxito muy moderado.

Rocío Dúrcal no murió de amor.

Ya nunca sabré si te gustaban sus canciones.

***

Orilla raíz

Hay un instante
que de tanta soledad
improvisa cualquier cosa la hermosura.

Así hoy en esta playa
donde mi padre no ha dejado huella,
le he visto enterrando en la orilla
una sandía para enfriarla.

Donde sólo hay tierra
yo veía a un hombre
con los pantalones remangados
abriendo hueco en la tierra,
donde el mar se aisló por un segundo
creyéndose por fin mar.

Desde aquí veía los pies de mi padre enterrados.

Veía la sandía enterrada,
con su pulpa cada vez más fría.

Esos hombres de orilla que saben de mar
no habrán enterrado ahí nunca una sandía.

No sabrían hacerlo como él.

Hay un momento que de tanta soledad
brotan de la orilla los frutos más grandes.

***

Resistencia y Sumisión

No es el amanecer otra cosa
que un intento terrestre
hacia lo divino,
como lo es la fruta madura en el árbol
o las sábanas blancas tendidas
en un prado abierto.

Poco dura ese momento
en el que los animales gimen
y algunas personas reaccionan
y cuidan la tierra o recogen el fruto.

No pretende más
que recordarnos nuestra condición
de seres pequeños o necesitados,
de hermanos que algunas mañanas,
muy temprano, salen humildes
y se encuentran.

***

Días por venir

Estamos cerca del tiempo
donde no se requieran performers
ni artistas que se flagelen o mutilen,

sino alguien que ponga al otro
una almohada bajo su cabeza
y lo acompañe en su descanso.

Estamos cerca del momento
donde la plaza vuelva a ofrecer comodidad,
donde la primavera regrese a las montañas.

***

Bendecidos

Y de pronto, del suelo,
se han alzado los tomates,
como una pasarela de luces rojas
con las que se inaugura el verano.
El animal en celo. Alguien encala la casa.
De repente, un exceso de vida
se ha impuesto en nuestra rutina.
Podemos saltar al vacío o amar sin cautela,
desaparecer hasta que no podamos más,
pero solo salimos a la puerta
y nos sentamos al fresco.

Quiero decírtelo de la forma más sencilla,
sin laberintos: estamos bendecidos.

Ya nada va a poder con nosotros.

***

He subido al monte

He subido al monte. No sé su nombre.
En los sitios de mar, en esta parte del sur,
a los montes apenas se les nombra.
A este le dicen Padrón por su cercanía al río Padrón
que desemboca en la playa del Padrón.
El agua aquí gana siempre, fecunda a su paso.
Se impone lo transparente, lo que avanza, y es mejor así.
He recogido algunos frutos pensando en personas,
como hacen los que saben de campo,
y he dormido una siesta bajo un castaño.
Me ha despertado una brisa solitaria,
solo ella, sencilla, con un susurro de madre o templo.
Quizá no vuelva a escuchar verdad más alta,
palabra más alejada del lenguaje.

Al bajar, el mar lo inundaba todo
y había un río adonde ir.

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