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5 poemas de ‘Cómo guardar ceniza en el pecho’, de Miren Agur Meabe

5 poemas de ‘Cómo guardar ceniza en el pecho’, de Miren Agur Meabe

Cómo guardar ceniza en el pecho es un poemario que aborda sin pausa la somatización de los sentimientos, la herida hecha voz, un mensaje que se manifiesta gaveta a gaveta porque la escritura sostiene la capacidad de ceder la palabra al dolor sin prescindir de la facultad de ironizar sobre los malestares propios y del mundo.

En Cómo guardar ceniza en el pecho laten la memoria de la infancia trenzada con los aprendizajes que aporta el paso del tiempo, la reconstrucción personal y la reflexión sobre la escritura. Meabe ha construido una de las obras más reconocibles en lengua vasca en un ejercicio sostenido de unión entre tradición y vanguardia. Desde el daguerrotipo, que ensombrece el mundo perdido, hasta la vídeo-instalación, la diversidad temática y formal acompaña a esta autora en una secuencia que revisa el peso de la vida.

Zenda adelanta cinco poemas de esta obra, merecedora del Premio Nacional de Poesía 2021, la primera obra escrita en euskera que consigue este premio.

***

CHARCO EN EL MUELLE

Te miras en un charco del muelle y un velo de arcoíris
esmalta tu semblante, rastros de gasoil que te conducen a
un remoto paraíso.

La luz saca la lengua por última vez antes de que en el agua
se borre tu ectoplasma. Te ves dentro, como una Ofelia
que acepta junto al sauce su accidente.

Discutes con los círculos que la punta del paraguas dicta
en tu reflejo.

La luna trae a remolque barcas sanándose al sol, galipote,
huellas en la arena que la misma arena desmaña, sangre,
redes, olor a algas en el pelo, a salitre en la falda.

Susurras una canción que habla de remos.

Tu fortuna se predijo cuando la pupila de aquel delfín
moribundo se enredó en tu pupila: “Con tu aliento
inflarás las velas. Con purpurina vestirás las anclas”.

Te tapas los oídos por no escuchar la voz letal de un
marinero.
Adoquines salpicados de pintura, maquillaje de fiesta.
Delantales de mahón en los balcones, lentejuelas de
escamas. Bolardos oxidados, inmóviles carrozas.

Llevas en las muñecas dos estrobos, sogas de palabras que
te atan a nada.

¿Por qué no aprendiste a jugar con anzuelos? A ti, que
confiabas en la nobleza de los peces, te roen ese corazón
tuyo empeñado en investigar nuevas fórmulas de botánica.

Quisieras pescar en la hondura del pozo y sacarte a ti
misma.

Pero el hilo se rompe.
Y tu imagen se escapa.

Y el agua vaciada deja que te alejes surcando cenizas, en el
puerto, sola.

***

MARY SHELLEY Y SU PIANO TRANSPARENTE

El piano era transparente, el armazón, la tapa, las cuerdas
blancas. Mary Shelley estaba sentada en la banqueta ante
una palmera enana, la palmera bajo una cristalera, la
cristalera repujada con escamas de alabastro. Aquellas
láminas podían ser sus senos aplastados, porciones de su
lengua cortada, el esquema de sus lóbulos cerebrales, la
pista circense de sus ojeras.

En el vestíbulo del buque, Mary la pálida tocaba por su
madre muerta, por sus hijos muertos, por su hermanastra
F. muerta de frío, por las líneas no nacidas. Dos hombres
pasaron junto a ella con chalecos salvavidas, pero no la
vieron. Y ella aporreaba las teclas como si sus manos fueran
las mazas de un galeón luchando en la galerna. A merced
del temporal estaba su amado, en trance de muerte, a
punto de morir para dejarla sola una vez más, como toda
su vida, una vez más y siempre: “Tú, secretaria mía,
ordena mis papeles y los tuyos. Ámame”.

Y de las teclas se alzaban jirones de vapor y cada uno era un
fantasma: la madre no madre, los hijos que se tragó la noche, la hermana aniquilada por la distancia, los textos
abortados. En sus alveolos pulmonares, en los secos
estrógenos de sus cincuenta y tantos años, en sus castillos
celulares, en su alma huérfana, palpitan un rumor de
electricidad, una gárgola de carne, una semilla repetitiva,
un hilván que se le posa en las sienes cada vez que la aguja
corta del reloj le apunta al corazón.

Mary Godwin, luego Shelley, no muy lejos de aquí se ahoga
tu amado. Y Byron, de pie ante una gruta marina, aúlla
tonterías tales como que el amor es parte de la vida para un
hombre, pero para una mujer es toda su existencia. Y ahora,
en Porto Venere, los ambientadores para hogar llevan su
apellido y se venden en pomitos que imitan perfumes de
Chanel. En el espigón dejan sus grafitis George Sand,
Montesquieu, Passolini, Dante. Unas pocas palabras bastan
para que la historia se convierta en corteza de sal en la
bóveda de San Pietro o en las bodegas de los pescadores de
Liguria.

Mary no espera aplausos. Pasa la partitura digital sobre el
piano transparente, y practica trémolos y escalas mientras
se atraganta con sus llagas, sus ideas, sus letras, sus
socavones. Ha perdido las gafas, no ve nada. Los altavoces
políglotas anuncian la hora de la cena, las gaviotas vomitan
nanas, los científicos teorizan sobre el poder de la poesía
para restituir la vida a la materia inerte y los nuevos
Prometeos reniegan de su destino.
Todo es una gran cicatriz.

La Spezia, julio de 2017

 

***

EL ASTILLERO

La madera, como tela musculada,
a las órdenes de los sastres carpinteros:
olmo para el codaste y la roda;
acacia para los barraganetes;
teca y pino para las tapas;
para cualquier miembro, eucalipto.

El latido del bosque,
ignorante del mar.

Y las raíces lejos,
anclas cautivas en tierra,
maldiciendo a la rosa de los vientos.

***

ENTOMOLOGÍA

Las mariposas rugimos sin dientes a los tifones,
como balas de cañón.
Nuestros ojos cosechan la vida en mosaico.
Hallamos el equilibrio
entre lo que es y lo que no es
sondeando las plantas que crecen delante,
midiendo las amenazas que llegan por detrás.
A veces sobrevivimos gracias al letargo,
sin acelerar el vuelo,
y aceptando los cuidados del tiempo y de la lluvia.
Otras veces nos aprisionan delgados alfileres
y morimos con las alas desplegadas
en una placa de corcho, como en un cielo artificial.

***

EXORCISMO

Una cicatriz no es una rama muerta y olvidada.

SHOLEH WOLPE

Las ciruelas caen sobre la hierba
como obedeciendo a una partitura.

El árbol se desprende de lo maduro:
la rama no es ya el lugar del fruto.

Nosotras, sin embargo, obcecadas
en anudar el amor y su secuela.

Igual que el mar clarea en la ribera,
no tienen el mismo tinte la lesión y su estela.

Mi amiga A. y yo reímos en el prado,
saboreamos prunas y leemos sonetos

escupiendo con ímpetu los huesos.
Para linchar fantasmas nos bastan estas balas.

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Autora: Miren Agur Meabe. Traductora: Miren Agur Meabe. Título: Cómo guardar ceniza en el pecho. Editorial: Bartleby. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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