
Hace una semana, en la Feria del Libro de Madrid —sí, esa, la que invitó a Francia como país homenajeado en el V centenario de la muerte de Cervantes— tres jóvenes participaron en una mesa sobre los booktubers y su impacto en el mundo virtual y real. ¿Qué es tal cosa como un Booktuber? Pues básicamente adolescentes que, utilizando su canal de Youtube, recomiendan y hablan sobre libros. En muy poco tiempo, menos de cinco años, han cautivado a su abultadísima audiencia y a una industria editorial que ve en ellos la mejor arma para batirse a duelo con los números rojos de las pocas ventas. Han llegado los booktubers a salvar los muebles, piensan los fundamentalistas del Perogrullo. Ni tan tan, ni tan poco.
Estos jóvenes que recomiendan lecturas hablan desde Stevenson y literatura fantástica hasta clásicos. Una de las pioneras y más conocida Booktubers, la mexicana Fa Orozco, ha llegado a comentar el clásico medieval El Conde Lucanor, un vídeo que le ha reportado cientos de miles de visitas y es ya un imprescindible ala hora de explicar el fenómeno. El éxito, que nadie sabe exactamente a qué atribuir, tiene algunos rasgos. Que estos chicos no son un youtuber cualquiera ni se inscriben en la escuela del Rubius, una celebridad que igual saca a pasear una salchicha por un centro comercial como bebe leche por la nariz.

Se dice que el origen de los booktubers está en los vídeos en los que chicas y chicos muestran sus últimas compras de ropa. Y si hay quienes muestran sus zapatillas y hacen de eso un alegato, pues están también los que enseñan los libros que se han comprado en el último mes, o en una semana. Sus comunidades de seguidores los devoran al instante. Miles de adolescentes buscan sus monólogos, rastrean sus preferencias y manías, qué portadas les gustan o cómo ordenan su biblioteca. Porque eso sí: la puesta en escena importa. Y mucho. Un Booktuber de verdad habla frente a su biblioteca, muestra su desorden u orden, toca los volúmenes, explica el año de esta o aquella edición. El libro como objeto físico es importante, fundamental, para ellos.
Según el Observatorio de la lectura de 2014, la actividad lectora entre los 15 y los 25 años tiende al crecimiento, mientras que esa misma curva se desploma a partir de los cincuenta. ¿Se llenan las estadísticas de supervivientes como la red de espontáneos? Difícil de precisar. Estos chicos ni son Bernard Pivot ni les interesa serlo. Y puede que, probablemente, a ellos los conozcan más personas que los que leen al pope francés.


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