La literatura siempre da cuenta del mundo, aunque de modos muy diversos. En ocasiones, como en el consabido espejo a lo largo de un camino, sin otra intencionalidad que proporcionar una imagen desdoblada. Otras veces, persiguiendo una finalidad política. Así ocurre cuando se siguen los axiomas del reflejo socialista, que trasciende el costumbrismo hasta situar la estampa “verídica” e “históricamente concreta” en un dilatado contexto histórico, “en su desenvolvimiento revolucionario”, según exigía la preceptiva del realismo soviético. Esas opciones se encuadran en una realidad social e histórica amplia, de la cual se deriva que, según aseguraba hace poco en una entrevista el profesor Juan Carlos Rodríguez, la cultura de hoy sea, globalmente, capitalista, pues la que “llega al gran público, la que promocionan los medios de comunicación es la cultura que reproduce y realimenta el sistema”. Porque, sostiene este influyente teórico granadino de orientación marxista, “la literatura siempre está comprometida con la ideología dominante”. Para dar respuesta a tal estado de cosas, el líder de Podemos Íñigo Errejón acaba de resucitar viejos postulados dirigistas. “Necesitamos con urgencia novelas que nos cuenten lo que está pasando en nuestro país”, reclamaba en un mitin de la campaña electoral del pasado 26J.
En los últimos tiempos, y como consecuencia directa de la Crisis (pongo la mayúscula para acotar el significado del término), unos cuantos escritores españoles —en cierto modo un grupo homogéneo por sus planteamientos y relaciones personales— han acometido el empeño de rescatar una literatura testimonial de intencionalidad crítica que dé cuenta de la situación sociolaboral y moral del país en las circunstancias materiales concretas de este mismo momento. Destaca en la creciente nómina de estos autores Isaac Rosa, a quien debemos, entre otros libros, todos interesantes, la mejor incursión actual en la cualidad alienante del trabajo, la novela La mano invisible. El escritor sevillano se mueve entre una representación del mundo con preocupaciones formales, la de las novelas, y el testimonio bastante directo, el de los cuentos (que plantea, eso sí, con un punto de creatividad), publicados en el periódico La Marea y recogidos hasta la fecha en dos tomos. Hacia esta segunda manera se inclina en Aquí vivió. Historia de un desahucio. Se trata de una novela gráfica, según el propio libro la califica. La historia adquiere forma de cómic cuyo guión o texto narrativo ilustra la joven dibujante barcelonesa Cristina Bueno.
Como en este caso una imagen sí que vale más que muchas palabras, un vistazo a las viñetas de Cristina Bueno proporciona una ajustada idea preliminar de la obra. Encontramos dibujos de trazo simple y claro realizados en colores suaves. Nada, pues, del brochazo intenso y negro y el tenebrismo que podrían ser una opción para el tratamiento de un asunto tan grave como el de la novela, el cual se precisa en un título secundario para que quede claro desde el mismísimo comienzo. El título principal, Aquí vivió, habría dado margen a insinuadoras sugerencias, pero el autor ha preferido cortar la posibilidad con el subtítulo especificativo. Los dibujos trasmiten una serenidad que apunta al mensaje esperanzado de la novela.
El Aquí vivió alude a un componente emocional, al enraizamiento de las personas en su vivienda habitual, a los rasgos de la casa donde se reside que se integran en la identidad. Perder la casa supone en buena medida un despojamiento de lo privado, un quedar a la intemperie, un mostrar la desnudez en público. Este es un hilo básico del cañamazo novelesco en el que se sitúa la trama argumental. Una adolescente, Alicia, cuyos padres están separados, será el testigo desde cuyo punto de vista sorprendido —forma técnica de expresar la inocencia— se cuenta la peripecia de las víctimas de los desahucios. En la casa en la que vive con su madre entra, utilizando su propia llave, una señora anciana y desorientada, la antigua propietaria desahuciada. La chica, por otra parte, encuentra entre los restos dejados por los anteriores habitantes de la vivienda un diario que guarda concomitancias con el famoso de la niña judía Ana Frank. El palimpsesto reciente refleja el amedrentamiento que sufren también en la actualidad quienes bajan persianas y evitan salir a la calle por miedo a ser descubiertos y desalojados de su domicilio.
Estas dos líneas inventivas, reforzadas por algunos pasajes de duermevela o ensoñación, se conectan con variados episodios que constituyen la malla que reconstruye el fenómeno genérico del lanzamiento de un piso por impago de la hipoteca. La cadena es la previsible: el negocio bancario (los empleados de rango medio que facilitan el crédito y se exculpan del presunto engaño), la intervención judicial y policial (todo el mundo hace lo que le mandan) y la protesta colectiva contra la injusticia. Motivo con entidad propia dentro del dibujo narrativo general se encuentra en la necesidad de las víctimas de acogerse a los movimientos organizados en defensa de las víctimas. Un pasaje amplio refiere los encuentros que los damnificados celebran en una Plataforma de Afectados por la Hipoteca (las conocidas PAH). En él, Isaac Rosa recupera el viejo procedimiento naturalista de la documentación e hilvana un muestrario de casos representativos. Aquí el autor no está tan fino como suele y el repertorio noticioso abusa de los estereotipos, de la sentimentalina y de la ejemplaridad. No digo que no dé una estampa real de la carga de angustia, protesta y solidaridad de esas asambleas, pero su representación literaria resulta esquematizadora y se orienta en exceso a la búsqueda de efectos proyectivos. La fraternidad entre los damnificados tiene aires propagandísticos demasiado obvios.

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Autores: Isaac Rosa y Cristina Bueno Título: Aquí vivió. Historia de un desahucio. Editorial: Nube de Tinta. Edición: Papel y ebook


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