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La sombra

La sombra de un hombre anda suelta por el interior del Museo del Prado. Le han quitado el cuerpo, el espíritu; lo han dejado vacío.

Se pasea entre los cuadros colgados de las paredes del Museo. Nadie lo puede ver, ni siquiera los guardias de seguridad que vigilan el Museo por la noche.

Vaga como un alma en pena, contemplando de vez en cuando los cuadros, deteniéndose un poco más en algunos, sus favoritos. Siempre preguntándose qué cuadro contiene su figura y su espíritu.

"Lleva siglos esperando a encontrarlo; hace mucho que se le agotó la paciencia, pero no tiene más remedio que seguir esperando"

Hace muchos años, siglos, un pintor tomó su cuerpo como modelo, su semblante, sus ojos, su pelo… y lo inmortalizó en un cuadro. Pero a él lo dejó sin ninguna vida, sin ningún alma. Ya no se mueve completo por la eternidad, porque el pintor era tan sobresaliente que fijó su esencia en la pintura, arrebatándosela a él.

Su anhelo, en este museo, durante siglos también, y antes en otros lugares, ha sido encontrar el cuadro que le quitó la vida para dársela en otra dimensión. Las personas que lo contemplen pueden disfrutar de su persona, y sobre todo del arte del pintor, pero él camina con su sombra a cuestas, sí, como un alma en pena.

Pasa uno de los guardias de seguridad al lado suyo, en estos pasillos sombríos del Museo del Prado, y no lo ve.

Reza en su interior, porque naturalmente no puede hablar, para que Dios lo atraiga hacia el cuadro, para que el cuadro lo atraiga hacia sí mismo. Él sabe que está allí.

Lleva siglos esperando a encontrarlo; hace mucho que se le agotó la paciencia, pero no tiene más remedio que seguir esperando.

"Mira el cuadro, mira al hombre allí retratado, y se pregunta si sería él Carlos III, ahora olvidado de todo, de sí mismo"

Él sospecha de algunos cuadros, y los ronda. Quiere fundirse consigo mismo, con ese otro yo que creó el pintor.

Y camina lentamente sin saber a dónde va, empujado por una fuerza que no sabe si nace de él o de dónde, pero que le impulsa. Pasa de una sala a otra. Llega a las de Goya. “Goya tenía que ser”, piensa.

Se trata del retrato de Carlos III cazador. Mira el cuadro, mira al hombre allí retratado, y se pregunta si sería él Carlos III, ahora olvidado de todo, de sí mismo.

Pero la sombra ya asciende lentamente hacia el cuadro y se funde con los cabellos del rey, con la nariz desproporcionada del rey, con los ojos que aún nos miran con vida. Con tanta vida.

Cedió su alma a la eternidad, y ahora la ha recuperado. Ignora dónde viven todas las almas que han existido, pero él vive y vivirá en ese cuadro de Goya. Mientras exista, y cuando deje de existir, ¿qué importará?

La sombra ya no es una sombra. Carlos III descansa tranquilo, completo, allí, en su marco.

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