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Ganador y finalistas del concurso de reseñas #RecomiendaunLibro

Ganador y finalistas del concurso de reseñas #RecomiendaunLibro

El ganador del concurso de reseñas #RecomiendaunLibro, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Efraín Villanueva, por el texto de Leyendo a Lolita en Teherán, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado casi 500 concursantes en nuestro foro, son Alicia Medina y Cristina Gutiérrez Valencia, que recibirán por su parte 500 euros cada una.

El jurado de esta edición está formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

A continuación reproducimos los tres relatos premiados. Gracias a todos por participar.

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GANADOR

Autor: Efraín Villanueva

TítuloLeyendo a Lolita en Teherán

Durante años, la Universidad Allameh Tabatabia fue considerada una de las más liberales de Irán. Pero en la década de 1990, bajo el yugo del ayatola Ruhollah Khomeini y sus ideas de pureza cultural, sufrió duras imposiciones. Los estudiantes fueron separados por género y las mujeres tenían prohibido correr en los pasillos, hablar con sus compañeros y hasta reír en público. El régimen censuró la literatura, eliminó referencias al alcohol en textos de Hemingway y canceló clases sobre Emily Brontë, a quien acusaban de condonar el adulterio.

Bajo esta situación insostenible, la profesora de literatura anglosajona, Azar Nafisi, intentó renunciar, pero su dimisión fue rechazada. En cambio, fue sometida a vigilancia estatal y le negaron un puesto como profesora numeraria. Un amigo le advirtió: “Para ellos no tienes el derecho a renunciar, son ellos quienes deciden cuándo eres prescindible”. Solo en 1995 se le permitió abandonar la universidad, pero Nafisi no tenía intenciones de dejar la enseñanza. Como un acto de rebeldía formó un club de lectura, cuya historia contaría en Leyendo a Lolita en Teherán (Random House, 2004).

Manna tenía la habilidad de crear poesía a partir de lo más ordinario; su tesis fue sobre Virginia Woolf y los impresionistas. Mahshid, de apariencia delicada, enfrentaba las adversidades con furia. Cuando un tema la apasionaba, la timidez de Yassi era reemplazada por sarcasmo. Azin, franca y atrevida, se ganó el mote de «la salvaje», mientras que el temperamento más sosegado era el de Mitra. Sanaz estaba atascada en la búsqueda de aprobación social y familiar y su deseo de independencia. Nassrin, la indefinible. Estas, las siete estudiantes más brillantes de Nafisi, eran las participantes del club.

Inicialmente, Nafisi consideró incluir a estudiantes hombres, pero eso aumentaría el riesgo de una idea ya peligrosa por sí sola —la ley no les permitía a las mujeres estar en presencia de hombres sin la supervisión de hombres de su familia—. Se reunieron casi semanalmente hasta 1997, en la casa de Nafisi, para debatir la relación entre ficción y realidad. El objetivo era “[ayudarlas] no a encontrar soluciones fáciles, pero sí con la esperanza de descubrir un enlace entre los espacios abiertos de los libros y los espacios cerrados en los que estamos confinadas”.

El confinamiento al que se refería Nafisi era amplio. «La sangre de dios», un grupo estatal, patrullaba las calles verificando que las mujeres no llevaran maquillaje y usaran sus velos. Las mujeres solo podían usar la puerta y los asientos traseros de los buses y hasta las niñas tenían prohibido comer helado en público. Cualquier acción (usar ropa de colores, aplaudir, dar la mano) podía ser considerada un gesto político, una occidentalización cultural y, por lo tanto, un atentado a la ideología del régimen. En cierta ocasión, Nassir fue llevada a la oficina del profesor de moralidad porque se sospechaba que usaba maquillaje —resultó que sus pestañas eran, simplemente, largas por naturaleza—. Manna contó que a una amiga de su hermana los guardias de la escuela le pidieron dejar de comer manzanas en el patio porque, según ellos, lo hacía de manera demasiado seductora.

El primer libro que el grupo leyó fue Las mil y una noches. Examinaron con entusiasmo y aprehensión los tipos de mujeres que en él se describen. La reina, representante de las mujeres infieles, cuyo castigo no podía ser inferior a la muerte. Las vírgenes que el rey ejecutaba cada noche luego de tener sexo con ellas; mujeres sin voz, ignoradas, sin historia, adornos de la trama. Sherezade, la única que rompía el círculo de violencia, la que usaba su imaginación para combatir al villano. ¿Eran ellas Sherezade?

Lolita fue el siguiente libro. La historia de Humbert, un profesor de mediana edad que somete sexualmente a Lolita, una pequeña de doce años. Una novela prohibida (a pesar de que el matrimonio entre un hombre mayor y una niña de la edad de Lolita sería políticamente correcto a los ojos del régimen), difícil de conseguir incluso en el mercado negro.

Como Lolita, las mujeres del grupo aprovechaban cualquier descuido de su opresor para insubordinarse, aun si fuese solo con pequeños detalles, como dejar escapar una hebra de cabello debajo de sus bufandas. O escondiendo sus uñas crecidas. O escuchando música prohibida y, por supuesto, discutiendo literatura y mintiéndole a sus esposos, padres o hermanos mayores sobre a dónde iban y qué hacían los jueves por las mañanas.

Después de varias semanas, encontraron una relación directa entre la República Islámica y Humbert, ambos dictadores a quienes no les interesaba la vida de sus súbditos, “solo la visión que tienen de ellos”. Lolita, concluyeron, era “la confiscación de la vida de un individuo a manos de otro”: Lolita carecía de su propia historia, Humbert le creó una a partir de su sueño, y esa versión fue la que relató.

Por momentos, el objetivo analítico del club se extraviaba. Dejaban de discutir las metáforas, los simbolismos y los personajes. Leían y discutían por simple disfrute, sin posiciones ideológicas, enfocadas en la prosa, en la trama. Se entretenían y olvidaban y escapaban de la realidad que las agobiaba. Hasta que una pregunta surgió: ¿cuál sería la pena por recrearse y disfrutar con una historia como la de Lolita? Nafisi las tranquilizó. El regocijo que sentían no era condonación por los hechos del libro. Era, por el contrario, el júbilo de entender que la “perfección y belleza [de la obra] se rebelan contra la fealdad y la injusticia del tema que toca”.

La sala de Nafisi se convirtió “en un lugar de transgresión”, un resguardo en el que podían liberarse de sus velos, de sus bufandas y “estallar en colores”. Un espacio para compartir secretos, dolores y alegrías y vengarse subrepticiamente de sus opresores. “Lolita le dio un color diferente a Teherán y Teherán ayudó a redefinir esta novela de Nabokov, convirtiéndola en esta Lolita, nuestra Lolita”. Luego llegaron Gustave Flaubert y Jane Austen, F. Scott Fitzgerald y Henry James. Nabokov fue solo el inicio.

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FINALISTAS

Autor: Alicia Medina

Título: Las rosas de Orwell, de Rebecca Solnit

En la primavera de 1936, un escritor plantó rosales; lo hizo justo después de su viaje para investigar las condiciones laborales de los mineros del norte de Inglaterra y poco antes de ir a España para luchar, junto al bando republicano barcelonés, en la Guerra Civil. Ese escritor ha sido conocido como uno de los mejores ensayistas del siglo XX y uno de los pensadores más lúcidos que han criticado el totalitarismo, la corrupción del lenguaje y el efecto corrosivo de la propaganda, pero al plantar esos rosales también demostró su amor por la belleza, la naturaleza y los pequeños placeres.

Hace mucho tiempo que George Orwell murió, pero sus rosales aún siguen vivos y, al contemplarlos, Rebecca Solnit se pregunta cómo era el hombre detrás del ensayista político; mientras reflexiona sobre ello en Las rosas de Orwell (@lumenedit, 2022), hace lo que mejor se le da: establecer conexiones inesperadas para desarrollar nuevos argumentos a partir de cada descubrimiento. Así, aprovecha este ensayo sobre Orwell para tratar temas como el origen del carbón, la sostenibilidad, el cambio climático, las condiciones laborales en el mercado de las rosas, el feminismo, el colonialismo o el valor de disfrutar de las pequeñas cosas y no ser acusado por ello de traicionar las grandes.

Lo cierto es que la intención de Solnit no es escribir una biografía de Orwell, pero recoge fragmentos de su intimidad y hace una relectura de sus obras buscando en ellas la belleza para defender la tesis de que los seres humanos necesitamos pan para vivir y rosas para que esa vida merezca la pena: las rosas alimentan la imaginación, la psique y los sentidos; son subjetividad, libertad y autodeterminación. Por ello en 1984 los más peligrosos actos de resistencia no eran las acciones violentas, sino el deseo, el placer y la pasión.

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Autor: Cristina Gutiérrez Valencia

Título: El matrimonio como matrioska

“Noam Chomsky se ha enamorado de ti”, cantaba Astrud. Ahora que el lingüista norteamericano publica Sobre el anarquismo podríamos buscar las diferencias entre la A de amor y la A de anarquía, o bien ponerle a esa A una alianza. Esto es lo que han hecho Begoña Méndez y Nadal Suau en El matrimonio anarquista, una obra epistolar donde ambos van deshaciendo el oxímoron del título mientras construyen dialécticamente un yo y un tú que deviene en un nosotros, en la refundación conjunta de la institución del matrimonio.
Si otros autores de su generación han mezclado el género epistolar y la temática del amor para desarrollar el fracaso del matrimonio o el amor fuera de este (pensemos en Isaac Rosa y su Feliz final o en Jacobo Bergareche y Los días perfectos), Méndez y Nadal Suau van a contracorriente al representar luminosamente el triunfo del amor estable y monógamo de una pareja heterosexual. Lo hacen rompiendo esquemas, en un juego de desmontaje de las matrioskas en las que se han ido encajando los sucesivos conceptos de amor en la Historia. Prefieren el amor libertario de su matrimonio al amor libre poliamoroso, desafían la etimología con su antinatalismo, contradicen el amor a primera vista y rechazan la idea del amor romántico.
David Foster Wallace, Pynchon y Winona, sus gatos, se meten en los huecos, y el intercambio de voces va llenando el resto de vacíos de un escribir(se) desde la inteligencia y los cuerpos (la natación, los tatuajes), capaz de contener humanismo vitalista, compromiso (con la pareja, con la escritura, con la enseñanza, con lo político), belleza y gozo, pero también la turbiedad de sus traiciones y contradicciones. Todo cabe y todo encaja en la figura colorista final, formada de capas de sentido, de cuerpo y alma, de palabras y silencios. Nadal Suau y Begoña Méndez no inventan nada, pero saben contar entre la tradición y la honestidad, y, desde su compromiso, saben también comprometer al tercer interlocutor invisible: crean el estado civil «lector».
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David V
David V
2 años hace

Buenas reseñas.
Mis felicitaciones.