Una madre y una hija; una vida de emigración y militares, otra de libertad y rebeldía. O al menos eso parecía. Porque, treinta años después de la muerte de la progenitora, su descendiente descubrirá un secreto familiar que habrá templar el suelo bajo sus pies.
En este making of Paloma Caro muestra la semilla de la que brotó Homenaje a tu silencio (Espasa).
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Bendito silencio, era la frase preferida de las mujeres de mi familia, cuando lograban que me callara después de un rato de parloteo incesante; de niña, yo pensaba que mi voz era preferible al silencio. Ese silencio que entonces ellas bendecían, y que, curiosamente, ahora, yo homenajeo.
Aquella conversación me había llevado a mi infancia, una época en la que las mujeres y los hombres se segregaban mental y espacialmente. Porque los padres y maridos hablaban de asuntos que raras veces compartían con las esposas y, si lo hacían, era solo para trasmitir unos titulares ya masticados que desde luego no admitían discusión. Ellos hablaban del mundo y del futuro en mayúsculas, y consideraban que ellas vivían sus vidas en minúsculas. Para las esposas se reservaba el mundo de la intendencia, de la educación de los hijos, de la caridad cristiana y de los sentimientos. Los domingos de invierno, en la mesa camilla con faldas y brasero, los varones se sentaban junto a ellas los minutos necesarios para merendar, y se iban a otro cuarto a charlar de política o ver el fútbol. Ellas pasaban la tarde modulando la voz: en alto y sin poner cuidado, si hablaban de «trapos», de actores, de rumores o de televisión; y en voz baja mientras vigilaban la puerta, si compartían secretos suyos, o de familiares y conocidos, tales como embarazos a destiempo, amores prohibidos por las familias, adulterios… y podía llegarse al susurro o a un simple gesto que todas comprendían, si se hablaba de varones que ya no podían acostarse con sus mujeres debido a la edad, porque entonces eso no ocurría, no existía, porque lo que no se dice no ha pasado… Reviví por un momento aquellos silencios que se instalaban en sus conversaciones cuando la charla se encaminaba hacia asuntos que no podían repetirse ante nadie. Impaciente, llegué al final de la adolescencia y logré que me incluyeran en su maravilloso mundo, aunque parece ser que no me enteré de todos los escándalos…
Después de aquella primera conversación con mi tía, y de recordar las tardes de mesa camilla y brasero, me vino a la cabeza la importante diferencia entre la vida de mi anciana tía o de mi madre, y la mía. Su juventud en los años 50 y los 60, habitando aquel universo conservador del «qué dirán», y la mía de los 80 y 90, inmersa en la movida madrileña, en la que la opinión de la gente nos era indiferente, tanto que el himno de esa época fue «A quién le importa» de Alaska. Cuánto habíamos cambiado en 20 años. España había vivido uno de los mayores cambios generacionales de la historia, y mi generación había sido testigo y protagonista de ello. De repente tuve la historia.
Pero… ¿Había necesidad de escribir un libro sobre la conveniencia de hablar o callar? Me pareció útil precisamente porque la discreción tiene mala prensa. Hemos pasado de la censura de la palabra, del silencio, a contar sin tino y sin medir las consecuencias. No se disfruta de un beso, de un paisaje, un cuadro o un concierto si no se fotografía o se graba y se publica. No quiero usar el verbo “compartir”, ya que en las redes se convierte en un eufemismo: solo se comparte con gente que conoces y aprecias. La satisfacción y la felicidad no son tanto por lo vivido —que llega a pasar a un segundo lugar— sino por lo mostrado. Se comunica la intimidad sin hacer distinciones y sin pensar previamente, porque la prudencia, ahora, también está mal vista. Las vidas sonrientes de plástico se muestran para conseguir amigos del mismo material. Y aunque parezca contrario a lo que se piensa, ser joven no es un requisito.
De repente, 60 años después, como todo vuelve —hasta los pantalones de pata de elefante—, importa mucho el qué dirán y obsesionan las opiniones de desconocidos y de conocidos, porque para colmo se critica y se odia también públicamente. Al final, los frágiles lloran y culpan a los críticos y a los jueces de pacotilla, afirmando que la culpa es de ellos que tienen prejuicios, sin entender que la solución siempre estuvo en sus manos, realmente en una parte concreta de sus manos, estuvo y está en un par de dedos. Se paga un alto precio por haber pulsado una tecla.
Estas fueron las razones por las que consideré necesario homenajear el silencio. No uno cualquiera, sino ese que se usa como herramienta para protegerse a uno mismo y para proteger a los tuyos. La discreción es un buen refugio cuando fuera está helando.
En la novela, elegí dedicar el homenaje a las madres que decidieron callar los hechos que podían perjudicar a su prole más que ayudarla. Mujeres con pocos estudios y ningún máster, que poseían un sentido común cosechado con dolor, precariedad y fortaleza. Ellas sí que sabían cuándo hablar… y cuándo callar.
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Autor: Paloma Caro. Título: Homenaje a tu silencio. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros.


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