Han pasado casi cien años desde la publicación de La agonía del cristianismo (1925), de Miguel de Unamuno, y sin embargo sus ideas resuenan con fuerza inquietante en la actualidad. En pleno siglo XXI, era de ciencia y secularización, las preguntas espirituales que Unamuno se hacía —sobre la fe, la duda, la identidad y el conflicto entre razón y creencias— son las mismas.
¿Monólogo? Así han dado en decir mis… los llamaré críticos, que no escribo sino monólogos. Acaso podría llamarlos monodiálogos; pero será mejor autodiálogos, o sea diálogos conmigo mismo. El que dialoga, el que conversa consigo mismo repartiéndose en dos, o en tres, o en más, o en todo un pueblo, no monologa. Los dogmáticos son los que monologan, y hasta cuando parecen dialogar, como los catecismos, por preguntas y respuestas. Pero los escépticos, los agónicos, los polémicos, no monologamos. Llevo muy en lo dentro de mis entrañas espirituales la agonía, la lucha, la lucha religiosa y la lucha civil, para poder vivir de monólogos. Job fue un hombre de contradicciones, y lo fue Pablo, y lo fue Agustín, y lo fue Pascal, y creo serlo yo.
Unamuno no escribe: arde. Su estilo es una lucha cuerpo a cuerpo con la eternidad.
Un siglo después, seguimos enfrentando crisis espirituales muy similares. Aunque la sociedad occidental se ha secularizado enormemente, el proceso de secularización… no impide que la religión cristiana siga teniendo un valor de referencia cultural determinante. Incluso muchos no creyentes reconocen que el cristianismo ha moldeado nuestra moral, nuestra visión del mundo y hasta el ritmo de nuestras fiestas y calendarios. Por eso, nunca está de más —ayer como hoy— una reflexión profunda sobre esa herencia espiritual. En este sentido, el libro de Unamuno no ha dejado de tener actualidad: sus páginas abordan dilemas de la posverdad, incertidumbre global y la búsqueda de una identidad espiritual, que continúan interpelándonos.
El conflicto entre la razón y la fe es otro gran eje de la obra unamuniana, estrechamente ligado a la duda. Unamuno vivió en una época en que la ciencia y el racionalismo avanzaban vertiginosamente, erosionando las antiguas certezas religiosas. En nuestro siglo XXI hipertecnológico, ese choque entre racionalidad científica y anhelo espiritual no solo persiste, sino que adopta nuevas formas. Ya Unamuno, heredero del existencialismo cristiano de Pascal (Capítulo IX: La fe pascaliana), se hacía eco de la tensión entre la verdad que busca la razón y la vida que anhela el corazón. Nos enseñó que el ser humano lleva dentro «una pobre alma hambrienta y sedienta de inmortalidad y de resurrección de su carne, hambrienta y sedienta de Dios». Pero a la vez, esa alma debe enfrentarse a la «realidad tozuda» de la muerte y la finitud. En La agonía del cristianismo, Unamuno indaga cómo el cristianismo heredó y combinó dos tradiciones: la judía (con su esperanza en la resurrección corporal) y la griega (con su idea de la inmortalidad del alma), encarnando así una dualidad entre carnalidad y espíritu. Esta dualidad refleja, en última instancia, la pugna entre lo visible y lo invisible, entre la evidencia racional y la esperanza en lo trascendente.
Miguel de Unamuno, con su atormentada pluma que no quiere morir, nos legó en La agonía del cristianismo una serie de interrogantes y reflexiones que mantienen un diálogo abierto con nuestro presente. Sus ideas sobre la fe que duda, la lucha entre razón y creencia, y la búsqueda de una identidad espiritual auténtica nos ayudan a entender las tensiones de nuestro propio sistema. Vivimos rodeados de adelantos técnicos y certezas científicas, pero las cuestiones últimas —el sentido de la vida, la finitud, la necesidad de creer en algo— siguen ahí, acurrucadas en el corazón humano.
Don Miguel nos enseña a no rehuir esas cuestiones, a librar nuestro propio combate interior. Porque, en definitiva, esa agonía espiritual es señal de vida. Decía Unamuno que «la vida era… la lucha, la agonía», y podríamos añadir que una fe sin agonía es una fe dormida. Hoy, al igual que hace un siglo, el espíritu humano sigue batiéndose en duelo entre la duda y la esperanza. Y esa pelea, dolorosa pero fecunda, nos recuerda que seguimos buscando, que no nos hemos rendido al vacío.
La última oración de Unamuno
Exiliado, desgarrado, testigo de la decadencia de Europa y del colapso espiritual de su patria, Unamuno cierra La agonía del cristianismo no con una certeza, sino con una plegaria. Desde una Francia fatigada por la Gran Guerra y descreída de la resurrección, escribe una conclusión que no concluye: una meditación sobre la muerte de la fe, la crisis de la civilización occidental y el clamor de las madres ante la tumba del soldado desconocido. Allí, en el fuego eterno bajo el Arco de Triunfo, Unamuno no ve gloria, sino un eco agónico de lo sagrado.
El cristianismo y la civilización, escribe, agonizan juntos. Como Cristo en Getsemaní, sudan sangre: viven muriendo. La espada con la que España quiso imponer la fe es la misma que ahora la crucifica. Y en esa doble agonía —la de su quijotismo, la de su fe, la de su nación— Unamuno ve también el rostro de Europa, arrasada por la avaricia, la lujuria y la envidia, pecados tan modernos como originales.
La agonía no es una muerte, sino un combate. Y su última palabra no es un argumento, sino una súplica: «Cristo nuestro, ¡Cristo nuestro!, ¿por qué nos has abandonado?». Así concluye, o más bien comienza, la eternidad del alma que duda, que espera, que sigue buscando a Dios en la oscuridad.
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Citas extraídas de la primera edición en castellano de la obra, también disponible en Cervantesvirtual


Unamuno quizás sea el enlace intelectual entre Nietzche y Zambrano. Su filosófica espiritualidad flotando en un mar, en un mundo, decadente y nihilista, decadente por nihilista y nihilista por decadente, llevado a ese lugar oscuro por la tecnocracia o la tecnociencia inhumanas, tiene la fe que no tiene Nietzche pero dentro del pesimismo enfermizo que no tiene Zambrano que se refugia en sus misterios y en su poética.
Estamos repitiendo el eterno retorno.
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Unamuno publicó ese libro en una época de nihilismo generalizado en Europa, porque la Gran Guerra (rebautizada después Primera Guerra Mundial), la Revolución Bolchevique y la Industrialización hicieron que Nietzsche fuera el más famoso filósofo del mundo y del siglo. Hasta en las mazmorras del lejano Costromo, los presos eternos de la Terrible Dictadura de El Bagre (así llamaban al tirano vitalicio de turno) debatían las tesis nietzscheanas, que fue un gran estudioso de la Antigüedad Griega. Unamuno trató de enfrentar la avalancha anticristiana que encarnó Nietzsche, lamentablemente no expuso que Nietzsche pretendió ser un nuevo heresiarca y se creyó otro Profeta al estilo de Mahoma, que su ataque contra el Cristianismo lo tomó del famoso Nicolás Maquiavelo de las Décadas de Tito Livio y su errada tesis de “El Eterno Retorno” es un saqueo de las nociones de algunos supersticiosos filósofos presocráticos que creían en la Astrología. La popularidad de Nietzsche es que recicló ideas tan antiguas que ya estaban casi olvidadas y lo creyeron original en un mundo con medios de comunicación ya masificados y la Iglesia Católica ya era una reliquia con menguado poder en Occidente y en los países protestantes una nulidad, una especie de útil espantajo para no olvidar el atraso de “los papistas”.
Nietzsche terminó loco sifilítico aunque sus pretensiones de fundar una nueva religión en realidad se usaron y usan para justificar el regreso a la barbarie, el retroceso al salvajismo de la ley del más fuerte. Solo en las artes su legado fue positivo.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Casi olvidó decir que el nihilismo se popularizó aún más después de la Gran Guerra porque surgió el Psicoanálisis de Freud (también ateo) y se vivió el furor del Marxismo. Y Karl Marx fue el más exitoso de los ideólogos de la utopía comunista basada en la Filosofía Materialista, cuya raíz está en Aristóteles, en contraposición a la Filosofía Idealista, cuya raíz está en Platón, ambos filósofos incorporados, previa adulteración, a la Filosofía Escolástica de la Iglesia Cristiana (antes de sus divisiones y subdivisiones en Católica, Ortodoxa, Protestantes y demás derivadas). Por ésto afirmo que Nietzsche es el más famoso y popular filósofo del siglo XX, porque Marx no fue un filósofo, fue un reformador social, un ideólogo activista político, el más famoso y popular del siglo XX. Fue un utopista, no un filósofo, no buscó la verdad de las cosas, quiso cambiar el mundo, el mundo de su tiempo, para crear una nueva sociedad más justa y conforme a su modelo utópico.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Creo pertinente decir algunas cosas sobre Marx, aunque ya es un fracasado reformador social utópico, porque en Hispanoamérica es “un cadáver insepulto” y aún muchos le rinden culto y quedan vestigios de su terrible modelo en el mundo.
Marx plagió muchas de las tesis del revolucionario francés Graco Babeuf (condenado a la guillotina y ejecutado en 1797) y su Movimiento de los Iguales, quién publicó el Manifiesto de los Iguales en 1794 en París, en su periódico, proponiendo continuar la Revolución Francesa con la Revolución de los Iguales para establecer una sociedad igualitaria y colectivista, previa represión de los propietarios y la abolición total de la propiedad privada en una etapa de gobierno popular que llamó “Dictadura de los Trabajadores” (que Marx renombró “Dictadura del Proletariado”) y Babeuf expuso que su Movimiento estaba inspirado en la Esparta de la Antigüedad Griega y en la Utopía de Tomás Moro, por tanto el Marxismo siempre fue otra expresión del Socialismo Utópico, aunque Marx logró imponer su mentira de llamarlo “Socialismo Científico”. Tan utópico fue que nunca gobernaron los obreros, campesinos y soldados, gobernaron los jefes del partido único que tomó el poder y formaron una nueva oligarquía, que algunos llamaron “la Nomenclatura”, y al final el Socialismo Marxista degeneró en Monarquía Absoluta y Totalitaria (como en la antigua Esparta de Licurgo), generalmente Monarquía Electiva (como la extinta Unión Soviética y sus satélites de Europa Oriental) y en los peores casos en Monarquía Hereditaria o Dinástica (como Corea del Norte y Cuba con los Castro), al ser un impensado instrumento reaccionario para el restablecimiento de la Monarquía Absoluta, porque lo revolucionario siempre es la Democracia. La utopía marxista fracasó estrepitosamente porque es ilógico pretender crear una sociedad libre mediante una dictadura, porque la economía es parte de la realidad humana y social pero no todo y porque es un error reducir la complejidad del hombre y de las sociedades humanas a supuestas “fórmulas económicas”. Y porque el verdadero gobierno revolucionario, popular, colectivo, limitado y responsable, es la Democracia, una novedad inventada por los antiguos atenienses, porque el gobierno vitalicio de un hombre (Monarquía) o de un grupo (Oligarquía) es antiquísimo, tanto así que se pierde en las nieblas del tiempo y Homero fue el primer expositor de la Doctrina del Derecho Divino de los Reyes (los Reyes como descendientes y alumnos de los Dioses del Olimpo), aunque muchos creen que es una creación intelectual de la Iglesia en el Medioevo.
La Utopía Marxista obligó a efectuar reformas positivas en muchas sociedades por temor de sus élites a una insurrección de las masas y aún hoy muchos demagogos, ambiciosos y charlatanes se cobijan con ella para ejecutar sus planes egoístas de poder y riquezas. Sí, los antiguos griegos inventaron la Democracia en Atenas y antes el Totalitarismo en Esparta. Y Marx fue el propagandista de una variante modernizada del Totalitarismo Espartano, de allí las grandes semejanzas, similitudes y coincidencias entre el extinto Socialismo Real y la Esparta de Licurgo: Esclavos públicos, los ilotas, en Esparta, y condenados a trabajos forzados en Unión Soviética y sus satélites; subordinación del individuo al Estado, sociedad militarizada, adoctrinamiento desde la infancia, vida familiar coartada por el Estado, aislamiento del exterior, prohibición del libre debate de ideas, estigmatización de lo extranjero, y paremos de contar.
Explico en detalle lo de Monarquía Electiva y Monarquía Hereditaria o Dinástica (todo esto lo sabe mi admirada Rosa Amor del Olmo, Doctora en Teología Católica): En la primera, el Monarca (siempre vitalicio) es electo por un grupo aristocrático de grandes electores, como era la elección del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por los Grandes Electores Imperiales, del Huey Tlatoani (El Gran Orador) del Imperio Mexica (Azteca) por el Consejo de Tenocas (por ellos su capital se llamó Tenoctitlán, “la Ciudad de los Tenocas”, la actual Ciudad de México) y del Papa (monarca de un Estado Teocrático) por el Cónclave de Cardenales (“Príncipes de la Iglesia”), porque los antiguos Estados Pontificios o Estados Papales, que llegaron a tener extensos territorios, hasta un tercio de la actual Italia, antes de la unificación de Italia a fines del siglo XIX, es una Monarquía en su concepto de “Poder Temporal” del Papa, hoy reducido al minúsculo Estado del Vaticano (una Ciudad-Estado), y ya antes los Papas perdieron la guerra de poderes ante los Reyes y Emperadores, como sucedió en 1527 con el Saco de Roma por las tropas imperiales de Carlos V de Alemania y I de España y en las Guerras Napoleónicas cuando el famoso Bonaparte derrotó a los ejércitos papales y sometió al Papa de turno a sus políticas públicas. Porque el fanatismo religioso queda para las masas, y los gobernantes (aunque se crean “muy católicos y romanos”) nunca olvidan que el Papa es otro gobernante en lo temporal y un hombre político, con todas las virtudes y pecados humanos. Ya en el siglo XV el famoso Nicolás Maquiavelo expuso que la generalizada impiedad, irreligiosidad, descreencia o escepticismo de los italianos se debió a ser víctimas o testigos del poder opresor del gobierno temporal del Papado, con ejércitos, con vasallos y cobrando impuestos a todos, porque los Estados Pontificios eran en su estructura operativa como cualquier otro Estado. Hoy la ignorancia de la Historia nos hace creer que el Vaticano es un lugar sagrado con solo un poder simbólico de una institución religiosa dedicada a la guía espiritual de la Cristiandad Católica, pero ese rol, despojado del poder temporal, solo lo tiene el Papado porque la unificación de Italia en 1861 le arrebató su anterior poder temporal y su extensos territorios.
Finalmente, en uno de mis cuentos de “12 Relatos Fantásticos”, un viajero del tiempo, aterrado por la violencia ilimitada de las “guerras santas” o de religión, explica que en el futuro de les estudia como parte de la época de “la Barbarie Primitiva” y las Mitologías Antiguas.
Ironías de la Historia: Jesús, El Hijo de Dios y parte de la Santísima Trinidad, durante su vida terrenal jamás visitó, conoció ni pisó Roma, al contrario, de Roma salió la orden de ejecutar a cualquier opositor a su poder imperial en los pueblos sojuzgados, oprimidos, sometidos al poder romano y por eso Jesús fue condenado por gobernantes romanos a la pena destinada a los esclavos rebeldes y a los insurrectos contra Roma: Muerte por crucifixión, que Roma adoptó de los griegos conquistados, quienes la adoptaron en tiempos de Alejandro Magno, Alejandro de Macedonia, de los persas. A través de los siglos miles de hombres murieron crucificaron y hoy muchos creen que fue una muerte excepcional, casi unica, cuando Jesús fue uno de los miles de crucificados por los romanos, e irónicamente, los cristianos ahora tenemos como símbolo de nuestra religión, fundada por judíos como una heterodoxia judía, a la Cruz, un instrumento de tortura, ejecución y muerte romana. Razón tiene el gran sabio de Costromo, cuyo nombre no puede ser revelado impunemente, quien dijo que “toda religión está fundada en la Fé, por tanto, son ilógicas e irracionales en términos de Aristóteles”, el gran sabio pagano apropiado por los teólogos cristianos. De allí nació el Dogma de la Santísima Trinidad: Uno es igual a tres. Hoy, en los países cristianos, a quien niegue o dude del dogma, lo llaman “ateo”, antes podía terminar quemado vivo en la hoguera de la Inquisición en Roma, París o en cualquier otro lugar de Europa donde funcionó la Inquisición Católica, que no fue exclusiva de España. Algún día toda la Humanidad logrará entender que Dios existe antes de cualquier religión, invenciones humanas, y que todo fanatismo religioso es infantilismo humano. Quizás entonces dió decidirá hablar directamente, sin supuestos representantes o intermediarios, como sí fuera un menor de edad o sufriera de interdicción civil y necesitara tutores, presunciónes insultantes para quienes lo definen como “Todopoderoso”. Tener ésto claro permite afirmar que todos los líderes religiosos que incitan a matar a quienes no comparten sus creencias religiosas son todos unos impostores y muchas veces los peores criminales, asesinos y genocidas.