Mírala. Levanta la vista. Deja de leer, por tanto. Está por todas partes. Parece invisible si es de día. Si es de noche se desliza apaciguada desde los astros. La oscuridad es paz de la luz. La luz es hoguera de la oscuridad.
La respiramos desapercibida cuando solo ella nos da forma. No somos más que luz condensada. Nosotros y el resto de los habitantes. ¿También la piedra? Una piedra muy pequeña contiene más luz en su densidad que un zepelín trasparente.
Las plantas son luz verde. Míralas al trasluz. Una síntesis, en efecto, de fotones. Y la carne de mi mano. Si no estuviese ciego, si recuperara la capacidad que obtuve en el centelleante abismo, la vería tal como es: traslúcida de sangre, pues la luz nutre nuestra interna combustión. Pero dejemos la carne, que de todas formas nos sirve con la humildad de su cojera.
Levanto la vista esta tarde de tormenta y distingo la orgía de la luz entre las nubes. Las hay —luces— gris, perla, violeta, negra, blanca. Se funden unas con otras en sus matices. Se arremolinan, bullen, se devoran, se convierten en sonido, rugen, relampaguean en el estómago de un cúmulo. Se deslizan, se acarician unas con otras, y comienzan a dibujar tortugas y dragones y los cuernos del dios Pan.
Sus ojos de cabra tozuda me devuelven la mirada y observo cómo extiende el brazo desmesurado un titán hinchado con la calima amarillenta que viene de África. La luz me entrega todas esas figuras: el puñetazo magenta de Zeus con el que vuelve a hacerse con su reino, las lamias que se retiran dejando un rastro de lubricidad dorada, los rostros blanquecinos y evaporados de tigres y tucanes.
La luz es otra fiesta en la hierba: corretea negra en la fila de hormigas y me ciega en el bronce azulado de un escarabajo de las rosas. Observo cada tono de verde en cada tipo de planta. Esos colores no tienen nombre pero existen, igual que ni el arcoíris conoce cómo su espectro se desliza alrededor de esos pistilos que liban las abejas en la vasta fragilidad de las flores que se han abierto estos días.
Todo es luz en la danza vertiginosa y calma de la diversidad. Y son tus ojos pulmones de la luz: inspiran las formas del universo, expiran las siluetas evanescentes de tu mundo interno.
Ve al espejo. Voy al espejo. Los ojos son luz densificada. Concentran la quietud blanca del cristalino. El iris, confín y descanso de todos los colores del universo. Y el golpe oscuro de la pupila, que, siendo negra, es la que más luz alimenta.
Porque si los ojos son luz densificada, la mirada es luz en expansión. No tiene límites. Es alcanzada por lo que alcanza. Fusionada por aquello con lo que fusiona.
Solo hay que levantar la vista.


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