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La creación del mundo lo deja todo perdido

La creación del mundo lo deja todo perdido

Quise subir al Etna y justo ese día entró en erupción. Me avisó Riccardo, el guarda del refugio Citelli, a 1.740 metros de altitud, adonde yo había llegado ya de noche, sin enterarme de que en ese momento una lengua de lava fluía por el valle del Bove y la lluvia de ceniza iba tapando los pueblos orientales del volcán. Había llegado en la Vespa con la que le estaba dando la vuelta a Sicilia. Riccardo me dijo que tranquilo, que él conocía perfectamente esta montaña de 3.400 metros, que al día siguiente me acompañaría por un itinerario seguro hasta una cierta altitud, y que podríamos contemplar la erupción sin peligro, al resguardo del viento pedregoso. Él era un turinés que después de escalarse los Alpes de cabo a rabo había encontrado trabajo como guarda en este refugio del volcán siciliano, donde llevaba ocho meses, y le pregunté si no se aburría de vivir siempre en la misma montaña.

—Es que el Etna nunca es la misma montaña. En ocho meses ya he visto cinco erupciones. Para qué voy a buscar montañas distintas si vivo en una que no para de cambiar.

"Bajé a comer al pueblo de Zafferana Etnea. Una señora barría la ceniza de la calle con resignación geológica"

Al día siguiente amaneció con un diluvio y una niebla que no permitía ver a diez metros. Riccardo meneaba la cabeza. Desayunamos, redesayunamos y me quedé leyendo en el refugio hasta las once, cuando aproveché una tregua para dar un paseo sin alejarme demasiado. Subí por una ladera de pinos y abedules, gocé con la experiencia de pisar una mezcla crujiente de nieve y ceniza, volví siguiendo mis propias huellas, sin ver la erupción, y parece que con cara de mala leche.

—No te disgustes —me dijo Riccardo—. Si no lloviera, tendrías que quedarte aquí un par de días hasta que subieran las máquinas a retirar la ceniza de la carretera.

Bajé a comer al pueblo de Zafferana Etnea. Una señora barría la ceniza de la calle con resignación geológica.

—Cada vez que hay erupción, tenemos que recoger la ropa ennegrecida del tendedero y volver a lavarla, tenemos que fregar las ventanas y los balcones, barrer las calles, lavar los coches, retirar la ceniza de las huertas a paladas…

El vulcanismo, la efusión del magma, la regeneración de la corteza continental y la orogenia son asuntos majestuosos, pero luego se queda todo perdido y alguien tiene que barrer la creación del mundo.

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Columna publicada en El Diario Vasco
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