Alan Parks (1963, Escocia, Reino Unido) recuerda como un hecho relevante el día en que, conduciendo su triciclo de plástico, una mosca azul se posó en su brazo. Su obsesión con este suceso le duró muchos años. Posteriormente estudió Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow y después estuvo parado durante aproximadamente un año. En ese periodo afirma haber visto al menos dos películas diarias. Después trabajó en representación musical para terminar entrando en London Records, en donde hizo ilustración, fotografía y vídeo, incluso cuando la compañía pasó a ser Warner Bros, trabajando con gente como Enya, New Order, All Saints o The Streets.
A este escocés no le han dado tanto bombo como a otros escritores que teóricamente son de género (véase Ian Rankin o Jo Nesbø) siendo infinitamente mejor que estos dos juntos. Llegó sin hacer mucho ruido, presentándonos a un policía de Glasgow, McCoy, que tiene un ayudante novato llamado Wattie. Los títulos de las seis novelas publicadas hasta ahora tienen que ver con los primeros seis meses del año, empezando por enero y terminando consecutivamente en junio. McCoy, además, compartió pasado en el orfanato con otro niño, Steve Cooper, que siempre lo defendió y le sacó de todos los problemas. McCoy ahora es inspector de policía y está ligado por una amistad inquebrantable con Cooper, que se ha convertido en un gánster importante. El conflicto de intereses está servido.
La narrativa es tan sencilla que provoca que las novelas tengan ritmo, algo importantísimo en novela negra. Y además proponen al lector verosimilitud, sobre todo en los diálogos. Por las páginas de las novelas circulan desde policías corruptos hasta gánsteres importantes, pasando por delincuentes de poca monta, soplones y vagabundos.
Parks describe como nadie el ambiente de los pubs y bares nocturnos de Glasgow de mediados de los setenta y utiliza la novela negra, como han hecho los grandes escritores de género, como vehículo para mostrar las desigualdades sociales y la corrupción reinante en las instituciones.
Si con Hijos de febrero gana el Edgar Award 2020, con Bobby March vivirá para siempre obtiene el Prix Mystère de la Critique 2023. De Muerte en abril se dice en The Times que es la mejor novela de 2021. Y Un mayo funesto consigue el Premio McIlvanney 2022 y es finalista del Premio Ian Fleming Steel Dagger, el galardón británico de literatura policiaca más prestigioso.
Cualquiera puede morir en junio comienza como sigue:
McCoy salió de la comisaría cuando caía la noche. Cargaba con dos cajas llenas de cosas que suponía que necesitaría en el nuevo destino, así como con una bolsa de Agnews con cuatro latas de cerveza y una botella de whisky. Llegó hasta la recepción sin que se le cayera nada, justo en el momento en que el sargento de guardia colgó el teléfono y le tendió una nota.
—Tengo las manos ocupadas, Ross. ¿Qué dice?
—Una solicitud del agente Watson para que acudas a la escena de un crimen. Ha dicho que te pillaba camino de casa —dijo—. Más o menos.
McCoy suspiró, dejó las cajas sobre el escritorio y leyó la nota. No le pillaba de paso.
—Vivo en Partick, Ross, no en el maldito Calton.
Ross se encogió de hombros y retomó la lectura del periódico.
—¿No hay nadie más aquí?
No obtuvo respuesta.
Un comienzo sencillo, en donde no sobra ni falta nada. Un principio que nos advierte de que Harry McCoy cambia de destino y pasa de la Comisaría Central de Glasgow a la de Possil. Un inicio que nos advierte algo recurrente en las novelas de Parks, y es que cuando decide hacer una cosa cualquier otra se le cruza de frente. McCoy va a su nuevo destino con una misión encubierta ordenada por su mentor, Murray, una misión que ni siquiera Wattie conoce. Una misión que se va a torcer con un suicidio, con el asesinato de algunos sintecho y con la guerra de Steve Cooper contra otro gánster en busca de nuevos territorios. El conflicto es más que evidente.
Supongo que Alan Parks estará ideando alguna historia con un título que tenga que ver con julio mientras realiza otras actividades de las que presume, como caminar diariamente o escribir cosas para televisión o el cine que según él nunca se concretan. La saga lo merece.


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