Quienes sean asiduos de la saga de novelas Las aventuras del capitán Alatriste quizá reconozcan en Alonso de Contreras a uno de los compañeros de aventuras del espadachín creado por Arturo Pérez-Reverte, a quienes el novelista cartagenero hizo incluso compartir año de nacimiento, 1582. En dicha saga, donde la mayoría de los personajes son inventados, hay varios otros que son reales, como Felipe IV, el conde-duque de Olivares, Francisco de Quevedo o el propio Contreras.
No es, pues, casualidad que sea el propio Pérez-Reverte quien firme uno de los dos prólogos que figuran en la edición de Reino de Redonda (2008) de las memorias escritas por Contreras de su propia vida en 1630. Tras haber leído todo lo posible sobre otros soldados del Siglo de Oro, como Jerónimo Pasamonte, Diego Duque de Estrada y Miguel de Castro, para ambientar cuidadosamente sus novelas alatristescas, Pérez-Reverte dice de Contreras: “No es el único soldado español de ese tiempo que puso su vida por escrito, pero es sin duda el mejor”. El otro prólogo de la edición es el ya existente y clásico de José Ortega y Gasset, escrito en 1943. Ambos resultan muy informativos y tremendamente esclarecedores, pero el segundo incluye un amplio resumen de los principales sucesos del libro, así que los lectores que odien los spoilers harían bien en leer el de Pérez-Reverte antes de empezar y el de Ortega y Gasset al terminar.
Las memorias en concreto ocupan doscientas páginas en un tipo de letra bastante grande, de forma que no tarda mucho en leerse, excepto quizá por las lógicas dificultades de entender el castellano usado por un madrileño de hace cuatro siglos. Sin embargo, comparada con la cantidad de citas y explicaciones que un lector contemporáneo puede requerir al enfrentarse a un Quijote o a una obra de teatro de Lope de Vega, la prosa de Contreras se lee notablemente bien. Su estilo es no tenerlo, sino contar las cosas en corto y por derecho, para que quien lea o escuche su relato se entere de lo que ocurrió de la forma más sucinta posible, ya que a diferencia de por ejemplo Cervantes o Quevedo, que fueron también soldados y diplomáticos, Contreras no era un literato ni tenía aspiración ninguna de serlo. Así, lo mismo cuenta una comida cualquiera que las veces que lo torturaron o lo quisieron envenenar, que un viaje por media España, que cómo una mujer recibe una paliza por negarse a acostarse con alguien que la pretende. La naturalidad con la que relata sucesos de gran violencia durante batallas o aventuras, yuxtapuestos como si tal cosa a los simples avatares de la vida cotidiana, es quizá lo más impactante. Para soldados y hombres de fortuna como él estas cosas eran el pan suyo de cada día, y él lo cuenta como lo ve, sin más adorno, con un lenguaje casi de informe oficial, fácilmente comprensible aún, tantos años más tarde. Las pocas veces en que es necesaria una explicación, el editor de la obra, el escritor Javier Marías, recurre a definiciones a pie de página igualmente rápidas y concisas, en ocasiones sacadas del diccionario de Covarrubias.
Hablando de Marías, aparte de ser sin duda causa directa de haber enrolado a Pérez-Reverte en el proyecto, también merece la pena detenerse a mencionar Reino de Redonda, la editorial de su propiedad, que es la que publicó este volumen. Reino de Redonda era un proyecto casi artesanal dedicado a publicar muy pocos títulos (dieciséis en sus primeros nueve años de existencia) pero bien cuidados, en tapa dura y usando papel de gran calidad, que no amarilleará con facilidad, con prólogos escogidos y a un precio lo más bajo posible dentro de la calidad citada. El precio original de cada volumen publicado era de unos 20 euros, y alguien que trabaja en otra editorial me ha dicho que ellos venderían un libro de iguales características físicas por más de 30 seguro.
Este libro es, pues, un testimonio directo de alguien que estuvo allí, y que hizo y dijo lo que cuenta, en persona, sin el tamiz de historiadores. Sus viajes lo llevan por todo el Mediterráneo y Flandes y son un ventanal con asiento privilegiado a una de las épocas más fascinantes de la historia, y no sólo de España.


Como el capitán Contreras comparte apellido con mi madre y abuelo materno, durante mucho tiempo tiempo lei este libro a mis hijos, dulcificando el lenguaje, haciéndoles creer que era su antepasado. Un libro imprescindible para ver la “otra cara” de nuestro Siglo de Oro