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Hiroshima, de Agustín Rivera

Hiroshima, de Agustín Rivera

El próximo 6 de agosto se celebrará el octogésimo aniversario de uno de los acontecimientos bélicos más crueles de toda la Historia de la Humanidad: el lanzamiento por parte de Estados Unidos de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. El periodista Agustín Rivera recoge las voces de los supervivientes en este libro.

En Zenda reproducimos el prólogo que Sergio del Molino ha escrito para Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes (Kailas), de Agustín Rivera.

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AGUSTÍN RIVERA, EL CRONISTA CONTAGIADO

Sergio del Molino

Una pregunta recurrente que los periodistas culturales más perezosos hacen a los escritores a quienes no han leído es: ¿cuánto tiempo te ha costado escribir este libro? Es una pregunta imposible de contestar. Se puede medir el tiempo que uno ha pasado aporreando teclas o llenando folios, y sumarle las reescrituras, correcciones y ediciones, pero eso es sólo una parte, quizá la menos importante, de la escritura de un libro. Cuanto más importante es un libro —importante para su autor, porque se desprende de él, porque no puede separar su vida de lo escrito—, más difícil es hacer el cálculo. Buena parte de ese tiempo es inconsciente. Sólo cuando lleva unas cuantas páginas y ya tiene grosor, algo de forma y quizá un título, se da cuenta de que llevaba escribiéndolo mucho tiempo. Los libros son obsesiones parásitas de las que, como las enfermedades, sólo somos conscientes cuando empiezan a dar síntomas.

A veces se puede poner fecha a la infección. Es el caso de este libro: Agustín Rivera enfermó de Hiroshima en 1995, y quien le contagió el mal fue Manu Leguineche. Rivera tenía 22 años, estaba recién destetado y buscaba ansioso un tema que observar, cuidar, poner en prosa y compartir con el mundo. “Vete a Hiroshima”, le dijo Leguineche cuando Rivera le contó que tenía billetes de ida para Japón. Y a Hiroshima se fue, porque ningún joven periodista de 1995 era capaz de contra decir una orden de Leguineche, que era palabra de Dios. Si el pope de los reporteros te mandaba a Hiroshima, a Saturno o a los fondos abisales, tú te ibas para allá sin pensarlo dos segundos. Eso hizo Rivera, a Hiroshima directo. Y ahí empezó a escribir este libro.

Esta crónica ensayística, este ejercicio de ventriloquía (como lo es todo buen periodismo, que se mete en el cuerpo de los personajes), esta novela río sobre las víctimas de Hiroshima y Nagasaki entronca así, mediante aquella lejana e imperativa bendición de Leguineche, con la gran tradición reportera española, ese género literario que nace en papeles volanderos pero madura en libros magníficos, haciendo algo más que capturar el instante: lo eleva a obra perenne.

Es Agustín Rivera heredero y continuador de los grandes cronistas del periodismo español, como podrá comprobar cualquiera que se asome a las páginas emocionantes de Hiroshima, y comparte con ellos la delicadeza en el mirar, la humildad de quien sabe que nunca comprenderá todo y la maestría de quien sabe borrarse como narrador para que los narrados se narren solos. Esto es lo más difícil: dejar que las voces se expresen y entrelacen, que de las largas entrevistas se destile una historia trenzada y única que nos permita compadecernos del sufrimiento de los hibakusha. Hablo de una compasión etimológica, sufrir con ellos, acompañarlos como si fuesen nuestros amigos.

No es esa la única alquimia periodística que consigue Rivera. También trastoca el pasado y el presente, señalando las partes de la historia que siguen doliendo hoy, todo aquello que no es ayer inocuo, que no es agua pasada y no se puede con templar como una curiosidad arqueológica, sino que nos afecta y abrasa tantos años después. Si Hiroshima fuera un libro de historia, los hibakusha serían tan sólo unas fuentes documentales, materiales de trabajo, ladrillos con los que levantar el edificio. Para Rivera no son meras fuentes de información, sino la sustancia misma del libro. Sus relatos no sólo sirven para reconstruir la devastación de las bombas atómicas, sino los traumas de la supervivencia y la relación compleja y dolorosa que las víctimas tienen con el mundo en el que se empeñan en vivir. Ahí están la memoria, la molestia, el olvido, los reproches más o menos expresados, los silencios, las deudas incómodas de las generaciones futuras y las secuelas que se transmiten en los genes mutados, con víctimas de la bomba nacidas años después de las explosiones. Todo eso, que no cabría en un recuento de los hechos, crece conforme las voces se convierten en personajes redondos, en figuras nítidas que emergen de la nube y el fuego nucleares.

Para llegar a ese grado de comprensión hace falta una implicación profunda tanto en el tiempo como en lo íntimo. Mienten quienes creen que los mejores cronistas son los que guardan distancia con lo narrado. Todo lo que se cuenta en Hiroshima es un asunto personal para Agustín Rivera. Es este libro un pedazo de su vida, un trabajo que le ha cambiado y que aspira a cambiar la percepción del lector español sobre unos hechos a menudo brumosos y aquejados de la distorsión del exotismo. Si su autor consigue que los protagonistas nos importen hasta el punto de sufrir con ellos es porque antes le han importado a él, porque la radiación de aquellas bombas le ha afectado. Ya he hablado de la vocación literaria como una enfermedad contagiosa o un mal parasitario. Uno tiene que entrar a ella sin vacunar, asumiendo los riesgos, sin la menor profilaxis. Sólo así el veneno se transmitirá al lector. Pero son muy pocos los cronistas que están dispuestos a abjurar de sus prejuicios y asumir tales riesgos. El periodismo del día a día, bien lo sabe Agustín Rivera, está hecho en buena medida de prejuicios. Los medios de comunicación son propagadores de lugares comunes y sobreentendidos tóxicos. Pero el periodismo de largo alcance, como el que ejerce en estas páginas, está hecho de lo contrario.

Me gustaría invitarles a entrar en Hiroshima con la misma actitud. Respiren fuerte y no teman sufrir las consecuencias. Sufrirán el horror, se retorcerán de miedo, pero también se verán reconfortados por la belleza de la humanidad superviviente, que Agustín Rivera perfila con una finura insólita.

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Autor: Agustín Rivera. Título: Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes. Editorial: Kailas. Venta: Todos tus libros

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