La ligereza

Sin embargo, nosotros seguimos siendo desesperadamente previsibles. Solo nos alzamos ante lo evidente y ante lo que la masa considera adecuado. En Vigo, hace solo unos días, un camarero echaba a unos israelíes de un bar al grito de «si matáis en Palestina, os vais a comer a Gaza». Ya no preguntamos el credo, la religión ni el posicionamiento ideológico: basta con haber nacido en un lugar para ser condenado.

Varios de mis libros fueron vendidos a una editorial rusa poco antes de que tuviese lugar la invasión de este país a Ucrania. Decidí junto a mi agencia internacional decantarme por Phantom Press, de corte literario e independiente. Pensé entonces que, en general, los rusos serían gente muy seria y muy desgastada por la vida, siempre con una botella de vodka a mano para sobrevivir a las visitas familiares o a las infecciones ocasionadas por los balazos de los enemigos. No obstante, mis editores rusos resultaron ser divertidos, creativos y originales con su trabajo; tan pronto como estalló la guerra, mi editorial se mostró en contra de la misma, y desde entonces me resultó imposible acceder desde mi servidor a su página web, que parecía bloqueada. Su imagen en Europa se mantiene a través de Telegram e Instagram. El caso es que, desde que publiqué en mis redes sociales y en mi web la traducción de algunos de mis libros al ruso, recibí unos cuantos mensajes de queja y protesta que rozaban el insulto. Cada vez que comparto algún nuevo avance o traducción en este idioma se renuevan este tipo de comentarios y, desde luego, el post en cuestión recibe muchos menos likes que los vídeos de gatitos.

Y no importa que esta editorial sea pacifista ni que haya sufrido las consecuencias de manifestarlo de forma pública. Tampoco importa el motivo de por qué yo misma decidí publicar en este país, estuviese o no en conflicto: ¿no les parece interesante que se incluyan en el canal literario internacional novelas que hablen de otros modos de vida, de mujeres fuertes con trabajos resolutivos e importantes? ¿No les parece importante, en definitiva, que se admita otra perspectiva de las cosas y otro enfoque cultural para que no se favorezca el pensamiento único en Rusia o en cualquier país?

Por supuesto, lo que sucede en Gaza es terrorífico, pero también lo es lo que sigue sucediendo en Ucrania, en el Sahel, en la guerra civil de Sudán o en Nigeria con terrorismo constante y muertos mensuales que se cuentan por centenares. ¿Por qué ese camarero de Vigo echó a unos israelís de su mesa y no, por ejemplo, a unos oligarcas rusos de esos que ahora tanto invierten en el norte de España y que están reventando el mercado inmobiliario? ¿Por qué no escupir, y gritar, a los puteros que acuden a prostíbulos llenos de mujeres sacadas a la fuerza y con engaños, entre otros lugares, de esos espacios que antes citaba de África occidental? Ya puestos, en las entregas de premios y en los festivales internacionales, los que participan y ganan no deberían ofrecer un discurso por la que crean que es la guerra principal del momento; deberían tirar sus teléfonos móviles y ordenadores portátiles, porque al fin y el cabo en el Congo —que tiene el 80% de los recursos del mundo de coltán, ese mineral fundamental en la tecnología— las minas de extracción tienen a sus trabajadores en condiciones de esclavitud y abuso físico desde hace años, según aseguran Manos Unidas, la UNESCO y otras instituciones.

Mi sensación es que enfocamos nuestra rabia contra el resorte equivocado, mientras que los que desgobiernan siguen jugando, con ligereza, a la estrategia del desconcierto y de lo imprevisible.