El pan a secas (1973), de Mohamed Chukri, es una novela autobiográfica ambientada en el Marruecos de mediados del siglo XX, que puede leerse a modo de parlamento, con la tradición de la novela picaresca española del Siglo de Oro. Obras fundacionales como La vida de Lazarillo de Tormes (1554, anónima de momento) y La vida del Buscón llamado Don Pablos (1626, Francisco de Quevedo) establecieron, entre otros, el modelo del pícaro: un joven de origen humilde que narra en primera persona sus desventuras, marcado por la pobreza y la necesidad de sobrevivir mediante su ingenio. Estas novelas ofrecen un retrato crítico de la sociedad: Lazarillo, precursora del género picaresco, es un “esbozo irónico y despiadado” de la España del XVI, que expone “vicios y actitudes hipócritas” de la época, especialmente las de clérigos y miembros del clero. En el Buscón, Quevedo agudiza el tono satírico: a través de Pablos, el buscón, denuncia la corrupción, la hipocresía y la falta de valores de la sociedad barroca. En ambas obras el protagonista pícaro —Lázaro y Pablos— sobrevive al margen de la ley, sirviendo a varios amos, y sus relatos ofrecen una crítica mordaz de las instituciones (iglesia, nobleza, justicia) bajo la apariencia de humor e ironía.
Elementos comunes entre El pan a secas y la picaresca
En El pan a secas, Chukri traza un cuadro igualmente crudo de la miseria: los suburbios paupérrimos, el éxodo rural, la sequía y el hambre marcan el Marruecos de su infancia. El prototipo de niño es el de pasar hambre continuamente, y ese vacío en el estómago es el motor de sus peripecias. En el texto de Chukri, la ciudad de Tánger actúa como un ecosistema despiadado en el que los niños, como el joven Chukri, se crían entre el hambre, la prostitución, la violencia y la marginalidad. Su aprendizaje vital se da en la calle, no en la escuela, y reproduce el esquema del pícaro clásico: sobrevive gracias al ingenio, la mentira y la transgresión. Frente a una estructura social que lo margina desde la infancia, la picardía se convierte en su única estrategia de subsistencia. La astucia no es elección, sino necesidad.
La crítica institucional, presente en toda la tradición picaresca, se intensifica en la obra de Chukri. Si en el Lazarillo el ataque se centra en la hipocresía de clérigos y nobles, aquí se dirige con dureza contra el patriarcado, la autoridad religiosa y la violencia familiar. El padre del narrador, alcohólico y brutal, es una figura que encarna el poder despótico y destructivo: asesina a uno de sus hijos en un acceso de ira. La escena, relatada con crudeza, no se esconde tras la sátira ni el eufemismo, sino que irrumpe como denuncia frontal. En ese gesto, Chukri convierte su narrativa en un acto de rebelión contra el orden establecido, algo que explica la censura que sufrió la obra durante años en Marruecos.
Igualmente resuena el uso del narrador autobiográfico como testigo desde del dolor y el horror. Igual que Lázaro cuenta su historia desde una posición de inferioridad social, el narrador de Chukri habla desde la exclusión total, fundiendo vida y literatura en un testimonio de carne viva. La primera persona no sólo aporta autenticidad, sino que obliga al lector a compartir la mirada del excluido, ya sea en la Salamanca del siglo XVI o en el Tánger convulso del siglo XX. El resultado es un retrato humano y desgarrador de quienes habitan los márgenes y resisten.
Un eje de comparación relevante es cómo cada autor aborda la hipocresía y la injusticia social desde estilos diferentes según su época. En el Buscón, Quevedo emplea la sátira mordaz y el humor negro característicos del Barroco para criticar la sociedad. Pablos, el protagonista, es a la vez víctima y cómplice de la corrupción general: su narración desenmascara la falsa honra de la nobleza y la corrupción del clero, pero lo hace mediante situaciones grotescas y lenguaje irónico. Quevedo caricaturiza a los frailes corruptos, las beatas lujuriosas y los hidalgos arruinados, provocando risa a la vez que censura los vicios. En el Buscón se utiliza la figura del pícaro para denunciar la corrupción, la hipocresía y la falta de valores de la sociedad española del siglo XVII. La hipocresía religiosa es blanco central de la burla quevedesca: por ejemplo, Pablos aprende de un clérigo estafador y observa cómo quienes predican virtud practican el engaño. En definitiva, la crítica social en la picaresca clásica se articula mediante la ironía: el pícaro narra con aparente ingenuidad o cinismo episodios que ridiculizan a los poderosos, dejando al lector la tarea de leer entre líneas la censura moral.
Mohamed Chukri en El pan a secas no recurre al humor sino a la denuncia directa y visceral. La hipocresía social y religiosa no se presenta de forma alegórica, sino en escenas explícitas y a menudo chocantes. Chukri no satiriza a un fraile glotón como Lazarillo, sino que relata cómo los propios guardianes del orden moral reaccionan violentamente ante la verdad de su historia: la reacción de los ulemas y las autoridades marroquíes (censurando el libro) prueba que su crítica dio en el blanco.
En la novela, la religión organizada aparece sobre todo como un trasfondo opresivo (los valores tradicionales que condenan al protagonista por sus actos de supervivencia), y el patriarcado familiar es condenado sin tapujos a través de la figura del padre tiránico. Chukri convierte su experiencia personal de abuso y marginación en una acusación contra las estructuras que perpetúan esas violencias: la familia patriarcal que oprime a sus miembros más vulnerables, la sociedad que condena a la miseria a los pobres, y la cultura religiosa que prefiere censurar antes que admitir el deterioro de la realidad.
Su crítica es frontal: por ejemplo, tras narrar el infanticidio cometido por el padre, el texto prácticamente “maldice” al padre (figura de autoridad) y con él a todo un sistema de valores, escenificando la destrucción del mito patriarcal. No hay doble sentido ni humor que amortigüe el golpe; Chukri busca escandalizar precisamente para sacudir la conciencia del lector. En este sentido, si Quevedo desenmascara la hipocresía con la risa, Chukri lo hace con la indignación. Ambos, sin embargo, coinciden en su objetivo último: exponer la injusticia y la falsedad de los poderes sociales (ya sean la iglesia, la nobleza o el patriarcado) a través de la voz de un marginado que ha conocido el lado más crudo de la vida.
Realismo crudo frente a ironía literaria
A pesar de los numerosos paralelismos, El pan a secas no deja de diferir de sus antecesoras picarescas en tono y enfoque literario. La novela de Chukri ha sido descrita como “el reverso amargo de la vieja picaresca, escorado hacia el naturalismo”. Es decir, si la picaresca del Siglo de Oro revestía la crítica social con humor e ironía, Chukri ofrece una versión más amarga, descarnada y realista acorde con la sensibilidad contemporánea. En gran medida esto se debe a la naturaleza autobiográfica de El pan a secas: Chukri no crea un personaje ficticio para ejemplificar un vicio social, sino que narra su propia verdad vivida, con el afán de dar testimonio. Él mismo señaló que El pan desnudo (título original) lo escribió “a través de [sus] tripas”, considerándolo un documento social más que una novela puramente literaria. De hecho, la obra fue concebida por Chukri oralmente en árabe y luego transcrita al inglés por Paul Bowles en 1973, lo que refuerza su carácter espontáneo y vívido. Esta inmediatez contrasta con la elaboración literaria consciente de obras como el Lazarillo o el Buscón, que, si bien simulan autobiografías, fueron en su época ejercicios literarios anónimos o satíricos, escritos con intencionalidad artística y juegos de lenguaje.
En términos de estilo, el realismo crudo de Chukri marca una diferencia notable. La prosa de El pan a secas es sencilla pero visceral, llena de descripciones explícitas de la suciedad, el hambre, la sexualidad y la violencia en las calles de Tánger. Esta franqueza estilística entronca con corrientes del siglo XX como el “realismo sucio”, por su afán de mostrar la realidad tal cual es, sin embellecimientos. En cambio, la picaresca clásica, aun siendo realista para su época, opera con una capa de ficción literaria: Lázaro y Pablos cuentan sus historias con gracejo, utilizan metáforas ingeniosas y situaciones cómicas para aludir a temas sórdidos de forma indirecta. Lazarillo emplea un tono ingenuo e irónico al relatar cómo engaña a sus amos o cómo presencia fraudes religiosos, lo que provoca una sonrisa a la vez que deja ver la crítica. Chukri, en primera persona directa, no finge ingenuidad ni busca la comicidad; su tono es grave, urgente, el de alguien que necesita sacar afuera sus vivencias traumáticas. Esta conciencia autobiográfica moderna le permite también una reflexión más profunda sobre sí mismo: a lo largo de El pan a secas, el narrador (alter ego de Chukri) toma gradualmente conciencia de su propia identidad y de los mecanismos sociales que lo oprimen, algo que los pícaros del Siglo de Oro rara vez hacen de forma explícita (ellos suelen relatar lo que les sucedió, pero no necesariamente por qué la sociedad es así, dejando esa inferencia al lector). Chukri, en cambio, al escribir ya adulto sobre su niñez, aporta una capa de análisis implícito de su realidad, por ejemplo, al evidenciar la relación entre pobreza y violencia, o al mostrar cómo la ignorancia y el analfabetismo condenaban a la juventud (problemáticas que él mismo logró superar al aprender a leer en la cárcel).
Cuestión de destino
Una de las diferencias, si acaso, más significativa en este periplo picaresco es el destino y desarrollo del protagonista. En las novelas picarescas clásicas, el pícaro a menudo no experimenta una redención completa: Lazarillo termina en una situación ambigua (consigue estabilidad como pregonero, pero a costa de aceptar la inmoralidad de su esposa y el arcipreste), y Pablos en el Buscón fracasa en su intento de ascenso social, acabando por huir a las Indias sin garantizar su mejora. Son finales pesimistas o, en el mejor de los casos, irónicos. El pan a secas, al ser una historia verídica, no concluye con un “final feliz” novelístico, pero sí ofrece un atisbo de esperanza real: tras relatar innumerables calamidades, el joven Chukri se descubre a sí mismo ansiando conocimiento y cultura —en las últimas páginas aprende el alfabeto—, dejando entrever que la educación será su salvación. Esa semilla de cambio personal (Chukri efectivamente se convirtió en escritor tras alfabetizarse a los 20 años) introduce una conciencia de superación más propia de la autobiografía moderna que de la picaresca tradicional, la cual tendía a concluir con el pícaro instalado en su marginalidad. En suma, Chukri transforma el relato picaresco en algo más íntimo y evolutivo: no sólo una crítica social desde el margen, sino también la narración de cómo un individuo marginado busca y encuentra una vía de escape (la literatura, la escritura) de ese círculo de pobreza.
Mohamed Chukri, consciente o no de sus predecesores (“cuando escribí este libro, no había leído aún el Lazarillo ni el Buscón”, admitió), acabó recreando en el siglo XX la voz eterna del pícaro: ese narrador humilde, hambriento y astuto que desenmascara la hipocresía del poderoso. Su obra comparte con las de Lazarillo y Pablos los temas universales de la supervivencia en la miseria, la ingeniosidad del desfavorecido y la denuncia de la injusticia, actitudes que hacen de Chukri un auténtico heredero moderno de la picaresca. A la vez, El pan a secas amplía y actualiza el género: su realismo autobiográfico aporta una crudeza y sinceridad inéditas en la tradición clásica, conectando la literatura hispánica con la realidad social magrebí del siglo XX.
Leer a Chukri desde la perspectiva de la picaresca española permite apreciar cómo su “reverso amargo” del pícaro tradicional no es sino una evolución natural de este arquetipo literario bajo nuevas circunstancias históricas. En definitiva, la novela de Chukri funciona como un eco moderno de la picaresca: resuena en ella la voz de Lazarillo y de Quevedo en su crítica a la hipocresía y la pobreza, pero con un timbre propio, mucho más desgarrado y personal, que enriquece tanto la comprensión de El pan a secas como la vigencia del género picaresco en la literatura universal.


He alucinado con este autor. He estado la semana pasada con colegas e intelectuales marroquíes y en su país Chukri es un autor de primera. Todos conocen a Amor del Olmo, por cierto. Es un autor excelente. Tenemos que conocer otros autores de calado universal.,