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¿Por qué duran tanto las dictaduras?

¿Por qué duran tanto las dictaduras?

Sí, claro que la URSS cayó, pero duró casi todo el siglo XX, desde 1917 a 1991, 74 años, ¡nada menos! China vive aún bajo una dictadura comunista, que empezó oficialmente el 1 de octubre de 1949. Ya supera a la que fue durante muchos años su hermana mayor y modelo: ¡76 años! Y no tiene pinta de que caiga de la noche a la mañana. Fidel Castro y sus camaradas trasplantaron el modelo comunista al Caribe: Cuba lleva bajo una dictadura implacable desde 1959, ¡66 años! Y para no limitarme a regímenes comunistas, citaré el caso de Irán y su dictadura teocrática, que siguió a la revolución islámica que derrocó al Sha. Sucedió en 1979. Los imanes llevan 46 años en el poder.

Durante un tiempo, sobre todo tras el fin de la guerra fría y el aparente triunfo de la democracia occidental, adquirió consistencia en los análisis politológicos la idea de que poco a poco las dictaduras irían cayendo, al compás de unas exitosas «olas democratizadoras» (concepto de Samuel Huntington) que se irían extendiendo de un confín a otro del globo. La quintaesencia de ese planteamiento, como es de sobra conocido, la formuló el analista norteamericano Francis Fukuyama, con su teoría sobre «el fin de la historia». El sistema democrático vendría a ser en ese contexto el régimen natural o, como mínimo, el sistema en el que confluirían todas las naciones, con independencia de su pasado, circunstancias e idiosincrasia. Esto se aplicó incluso a culturas cuyos valores nada tenían que ver con los occidentales: ¿recuerdan el entusiasmo y la esperanza que desató la «primavera árabe»?

"El sistema democrático, que parecía triunfante, se bate ahora en retirada ante el auge de soluciones autocráticas y gobiernos que cada vez disimulan menos su persecución de las libertades y su desprecio a la separación de poderes"

El corolario inevitable de ese análisis era la consideración de la democracia como régimen estable y duradero, en contraposición a las dictaduras de cualquier signo, que serían la excepción a la regla y, por tanto, efímeras. El ombliguismo de la perspectiva occidental mostraba así que en el pecado llevaba la penitencia: la pretendida centralidad de su modelo político se iba a revelar falsa en bien pocos años. Todos sufriremos las consecuencias. ¡Obsérvese cómo ha cambiado el mundo y transformado el tablero geopolítico en estos primeros compases del siglo XXI! El sistema democrático, que parecía triunfante, se bate ahora en retirada ante el auge de soluciones autocráticas y gobiernos que cada vez disimulan menos su persecución de las libertades y su desprecio a la separación de poderes. A todos se nos ocurre citar a los EEUU de Trump, pero no es, ni mucho menos, el único caso.

No es extraño, por tanto, que desde la ciencia política se replanteen ahora de modo radical las pautas antedichas en busca de nuevos paradigmas explicativos. En este escenario global en el que estamos todos instalados, la centralidad ya no corresponde a la democracia tradicional sino, en todo caso, a un modelo híbrido, cuando no a un autoritarismo más o menos remozado. De ahí que ya no contemplemos a este último como excepción, sino más bien como tentación irresistible. Pero es que además observamos, al principio con estupor, luego con preocupación, que las dictaduras resisten más y mejor el paso del tiempo. Son más longevas, mucho más de lo que creíamos. Ese es el punto de partida de los reconocidos politólogos Steven Levitsky y Lucan Way en el volumen que ahora exige nuestra atención, Revolución y dictadura.

Pero antes de seguir, se impone una precisión esencial. Las dictaduras longevas que interesan a los autores citados y de las que se ocupan en este libro son unas muy definidas, las que emergen después de un proceso revolucionario. Las cuestiones esenciales que se plantean son, en síntesis, dos. La primera, ¿por qué por lo general las revoluciones, lejos de desembocar en una democracia o ampliar la libertad, como en teoría suelen pregonar, terminan en dictaduras? Y la segunda, la que ya se ha enunciado: ¿por qué duran tanto?

"En un sutil pero arriesgado paso adelante, lo que sostienen Levitsky y Way es que, en sí mismo, el propio proceso revolucionario crea el caldo de cultivo de la futura dictadura"

Es imposible en un comentario de estas características recoger todas las ideas, hipótesis y propuestas que despliegan los autores en casi seiscientas páginas de extraordinaria densidad. Imposible además recoger, no ya la totalidad de los casos analizados, sino entrar a fondo en los principales. Téngase en cuenta que el bloque primero, el más accesible, trata de las «revoluciones clásicas», la soviética, la china y la mexicana. El bloque segundo está dedicado a los «regímenes de liberación nacional», incluyendo Vietnam, Argelia y Ghana. Pero es el tercer bloque el que presenta un conglomerado más variopinto bajo el epígrafe de «las varias derivas de la revolución», pues aquí se desgranan procesos tan heterogéneos como los de Cuba, Irán, Hungría, los Jemeres Rojos, los talibanes, Bolivia, Nicaragua y Guinea-Bisáu. Puede parecer una mezcla excesiva pero en el texto se justifican bien las similitudes y diferencias.

Si las dictaduras más compactas y resistentes emergen de las revoluciones, como muestra el examen empírico, ello implica necesariamente que estas últimas presentarán una serie de características que serán determinantes para la formación de autocracias perdurables. Pero, lejos de ser una cuestión de coyuntura o circunstancias, esta relación deviene elemento estructural. En un sutil pero arriesgado paso adelante, lo que sostienen Levitsky y Way es que, en sí mismo, el propio proceso revolucionario crea el caldo de cultivo de la futura dictadura.

Ello es así por varios factores: al tener que hacer frente a enemigos poderosos —el poder establecido—, la insurgencia no tiene más remedio que emplear armas contundentes —casi siempre lucha armada— y mostrarse implacable con sus enemigos. En realidad, rara vez sufren la violencia solo sus enemigos declarados. En una espiral imparable, la vorágine revolucionaria devora también a los neutrales, los indecisos y hasta los antiguos camaradas y compañeros de viaje. La estación término es la instauración del poder absoluto de una élite o camarilla, con frecuencia muy reducida.

La toma del poder es solo el primer paso para el resuelto sometimiento de las instituciones existentes y la creación de otras nuevas, que suele ir acompañado de una fortísima campaña ideológica de legitimación y un estricto control de la sociedad, con frecuente implantación de medidas de terror que disuadan las actitudes de resistencia y oposición. Con todas estas medidas está expedito el camino para la consecución del fin último, que no es otro que la formación de un Estado fuerte e implacable. Los revolucionarios suelen tomar buena nota de las debilidades del poder anterior, el que han destruido, y tienen buen cuidado de no reproducir sus errores.

"Aunque los autores hacen un encomiable esfuerzo por ser claros y didácticos, el ambicioso propósito del libro convierte su lectura en una experiencia satisfactoria, pero a la vez exigente"

Este utillaje analítico, que acabo de esquematizar de modo muy sucinto, lo exponen los autores en una larga introducción (sesenta páginas), bajo el epígrafe de «una teoría sobre la persistencia de las revoluciones» y a continuación lo aplican a múltiples casos concretos, de un confín a otro del mundo, a lo largo del siglo XX y el tiempo presente. El resultado es deslumbrante, pero al mismo tiempo, con tantos matices y variables, que el lector sin conocimientos previos puede por momentos sentirse perdido en la vorágine de datos, paralelismos, balances y clasificaciones. Aunque los autores hacen un encomiable esfuerzo por ser claros y didácticos, el ambicioso propósito del libro convierte su lectura en una experiencia satisfactoria, pero a la vez exigente. Se trata de un gran libro para los que no se arredren ante el tono prolijo del análisis.

Una última consideración, en tono crítico. Como todo libro de teoría política, este contiene generalizaciones y esquematismos que no siempre resultan convincentes, sobre todo para los que exigen una atención específica a cada caso concreto. Quiero decir que, en cierto modo, cada proceso revolucionario es único y las comparaciones han de hacerse sobre la base de obviar esos aspectos particulares. Lenin solo hubo uno, por más que luego generalicemos la etiqueta como Lenin español (Largo Caballero), chino (Mao), cubano (Castro) o vietnamita (Ho Chi Minh). Como consecuencia de ello, los autores no abordan una cuestión esencial: ¿por qué dictaduras surgidas de un proceso revolucionario que se pretende similar evolucionan luego de forma tan diferente? Estas y otras preguntas quedan en el aire. Quizá sea pedir demasiado a un libro que ya de por sí contiene tantas aportaciones esclarecedoras.

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Autores: Steven Levitsky y Lucan Way. Título: Revolución y dictadura: Los orígenes violentos del autoritarismo. Traducción: Guillem Gomez Sesé. Editorial: Ariel. Venta: Todos tus libros.

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Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
5 ddís hace

Creer que solo las Revoluciones Autoritarias solo nacen de la violencia es un craso error: Las Revoluciones Democráticas también nacieron de la violencia. En la Atenas de Clístenes, cuna de la Democracia, se dió una insurrección armada del pueblo contra los reyes y la nobleza gobernante. Los Estados Unidos de América, cuna de la Democracia Moderna, fundaron su República Democrática mediante una exitosa rebelión y guerra contra los ejércitos de la Monarquía Británica, que fue ejemplo y modelo para la Revolución Francesa con su accidentada República, que fue impuesta mediante la violencia, cortó el cuello de reyes y nobles e impuso El Terror; y también para las Repúblicas Hispanoamericanas, que ganaron a sangre y fuego sus Independencias de la Monarquía Española. Así que pensar que las Dictaduras se forman porque nacieron de la violencia es un error gigantesco, las Dictaduras, Totalitarias, Teocráticas y solo Autoritarias nacen en virtud de los proyectos políticos que logran imponer sus protagonistas, quienes no aspiran establecer una Democracia porque sus proyectos políticos son establecer un modelo utópico de Comunismo Marxista (también existen modelos utópicos de Comunismo no Marxista), siempre Totalitario, o un modelo Totalitario de carácter Teocrático basado en dogmas religiosos en los que el poder es ejercido por castas sacerdotales (como el Integrismo Musulmán), un modelo arcaico y primitivo que siempre determina un enorme retroceso histórico, una involución cultural, o porque solo responde a un proyecto de ambiciones personales y/o grupales de quienes quieren gobernar para beneficio propio y oprimir y explotar a las mayorías, los proyectos autoritarios de militares con vocación dictatorial y sus camarillas, quienes actúan en forma oportunista para imponer su gobierno arbitrario mediante el uso de la fuerza armada o la, amenaza de usarla. Así pues, la violencia siempre está presente en toda Revolución y será el proyecto político de los vencedores lo que determina que se establezca una Democracia después de derribar una Dictadura o que se destruya una Democracia para imponer una Dictadura, y dicha Dictadura puede ser solo Autoritaria, o Totalitaria (Comunismo Marxista, Fascista o Teocrática). Sí la Dictadura es Totalitaria, existe la tendencia a durar mayor tiempo porque en su esencia de considera un modelo válido y establece mayores controles a la población para evitar su rebelión y en caso de presentarse ésta se reprime con toda la violencia posible. Las Dictaduras simplemente Autoritarias, al no establecer un modelo Totalitario, tienen mayores probabilidades de ser derrocadas por sus opositores. El experimento soviético duró casi 70 años en la extinta Unión Soviética y probó que el Comunismo Marxista era un proyecto utópico de reingeniería social que degeneró en Monarquía Absoluta y Totalitaria, pero su modelo, la antigua Esparta de Licurgo duró siglos y aún hoy entusiasma a muchos hombres educados que no piensan deslumbrados por El Espejismo Espartano. El Fascismo de Mussolini, imitado y empeorado por Hitler (Nazismo) no duró mucho (Mussolini gobernó de 1922 a 1945 y Hitler de 1933 a 1945) pero aún entusiasma a los descerebrados neonazis alemanes y neofascistas italianos (que hoy gobiernan en Italia aunque sin adoptar los dogmas fascistas porque serían expulsados de la Unión Europea o derrocados). Francisco Franco duró casi 40 años como Dictador de España con su título de “Caudillo por la Gracia de Dios” aunque solo fue una larga Dictadura Autoritaria (ni Teocrática ni Fascista), así como las largas Dictaduras de Somoza en Nicaragua, de Porfirio Díaz en México o de Juan Vicente Gómez en Venezuela.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 ddís hace

Creo pertinente ser más extenso en relación al control de la sociedad por las Dictaduras y su duración: Las Dictaduras Totalitarias (Comunistas, Fascistas y Teocráticas) quieren imponer un orden permanente de control total de la sociedad por tanto adoctrinan a la población desde la cuna a la tumba, mediante la educación, los gremios, los sindicatos y toda asociación con relevancia en las actividades laborales, religiosas, deportivas y culturales y no acepta oposición política, porque existe un régimen de Partido Único (ya Comunista, Fascista o Teocrático) y a este gran control opresivo se une la enorme capacidad de represión porque no se admite oposición y a quienes se resistan a obedecer se les considera “disidentes” y si logran escapar al exterior se les criminaliza como “desertores” como sí toda la población formara parte de un ejército en guerra. La misma naturaleza totalitaria dificulta que la sociedad civil pueda organizarse para derrocar la tiranía y por esto tienden las Dictaduras Totalitarias a durar más tiempo que las simplemente Autoritarias, que en esencia dependen no solo de la incapacidad de acción de la sociedad civil (que siempre puede actuar en la clandestinidad de partidos políticos y hasta organizar una huelga general indefinida, una gran herramienta insurreccional), también de la cohesión interna y la lealtad de las fuerzas armadas que constituyen su base de poder, siempre sujetas a divisiones y rivalidades por las ambiciones de los oficiales militares que quieren sustituir a la cúpula militar gobernante o lograr una transición democrática. También influye la realidad y los retos políticos que enfrenta cada Dictadura, porque el Fascismo de Mussolini y el Nazismo de Hitler duraron pocos años para ser Dictaduras Totalitarias porque enfrentaron guerras internacionales y fueron derrotadas, lo que determinó su extinción violenta por los vencedores, Estados Extranjeros. En cambio la Dictadura Totalitaria de Stalin, modelo del Totalitarismo Comunista, a pesar de ser primero aliada de la Alemania Nazi de Hitler, al ser atacada por ésta logró formar una alianza con Estados Unidos y Reino Unido y así quedó dentro del bando victorioso y no solo permaneció, también logró su expansión y el control de muchas naciones de Europa Oriental y Central, que pasaron a ser Estados Satélites y cuyos recursos humanos, riquezas naturales y capacidades económicas quedaron bajo control de la extinta Unión Soviética. Y claro, cuando una Dictadura Autoritaria logra consolidarse por la habilidad del Dictador de imponerse y no ser derrotado por los opositores, se alarga en el tiempo aunque no establezca una sociedad totalitaria, que nunca fue su meta, como aconteció con las largas Dictaduras del General Francisco Franco en España, del General Porfirio Díaz en México y del General Juan Vicente Gómez en Venezuela, quienes gobernaron por más tiempo que Mussolini o Hitler. Aunque la tendencia general es que toda Dictadura Totalitaria busca perpetuarse por tiempo indefinido y por eso la Dictadura Totalitaria Comunista en Cuba, en Corea del Norte, en China y en Vietnam aún tiranizan a sus países y en Cuba y Corea del Norte ya son declaradas Monarquías Comunistas Dinásticas y en Nicaragua, una extraña mezcolanza de comunismo con capitalismo, ya su Dictador se declaró en los hechos Rey Absoluto con Reina incluida, bajo la figura de “Co-Presidentes” y considera que todo opositor a su reinado es traidor a la patria y es privado de su nacionalidad nicaragüense y confiscados sus bienes, robados para engrosar la Real Hacienda de los nuevos Reyes de la novísima Dinastía Ortega-Murillo.