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El arte de resistir en 80 mundos

El arte de resistir en 80 mundos

Hay algo cruelmente poético en el cierre de una librería. No en el sentido romántico que los nostálgicos querrían adjudicarle, sino en esa poesía áspera de la pérdida inevitable, en el verso final de un poema que nadie quiso terminar de leer. En Alicante, al igual que en tantas otras ciudades que han vendido su alma al peor postor, una librería más cierra sus puertas. Alguien en Madrid ha hecho sus números y ha concluido que el suelo que pisaban sus estantes es más valioso como camas para turistas que como refugio de palabras. Hay que desalojar, aunque falte un año de contrato, convertir lo imaginado en dormitorios con baño en suite y muebles de Ikea. Las excavadoras esperan.

El edificio entero donde la librería 80 Mundos permanece abierta desde 1984 y donde quien esto escribe adquirió sus primeros Borges o Woolf, se transformará en apartamentos turísticos, y la cultura será un inquilino molesto al que se desahuciará sin miramientos. Han decretado el fin de ese rincón donde los adolescentes entrábamos con miedo y salíamos con fiebre, un espacio que buscábamos como se busca un diente flojo: con la lengua.

En su lugar, gracias a esas grúas que son cigüeñas mecánicas que traen edificios clonados en sus bolsas, se levantarán habitaciones estériles con toallas en los balcones, pensadas para dormir una noche y olvidarse al alba, cubículos de paso sin historia, apartamentos-consigna con código de cuatro dígitos, viviendas donde quedará como único libro el manual del aire acondicionado; casas sin recuerdos, sin voces conocidas de la infancia.

"Alicante descubrió hace décadas lo fácil que era venderse. Comenzó con sus paisajes, sus calas y horizontes. Una vez que has vendido lo que te define, el resto es más sencillo"

Alicante descubrió hace décadas lo fácil que era venderse. Comenzó con sus paisajes, sus calas y horizontes. Una vez que has vendido lo que te define, el resto es más sencillo. Le llegó el turno a la ciudad: inmuebles históricos, cines, comercios de toda la vida, y desde hace unos años, librerías históricas. Transmutada en un decorado de sí misma, desraizada, sin identidad, Alicante ya no necesita ser Alicante para los alicantinos: los vecinos son ahora figurantes, y los turistas espectadores que no leen los subtítulos. Y en esa carrera por el lucro rápido, las librerías sobran en las hojas de cálculo de los mercaderes y políticos de turno.

Una ciudad que expulsa su cultura evoluciona a souvenir, a calles llenas de tiendas que venden productos idénticos a los de otros lugares, a cadenas de franquicias uniformadas y a establecimientos que ofrecen paellas congeladas, bubble teas y muffins, un relato sin autor, condenado a repetirse en el silencio. Una ciudad que prefiere turistas a lectores se queda sin testigos, y sin testigos todo vale.

Y así, poco a poco, Alicante se ha ido convirtiendo en un espejo que no refleja nada, en una localidad que podría estar en cualquier parte porque ya no se halla realmente en ninguna, un escenario para la especulación y el consumo, el ocio estridente y fugaz, el vacío.

Resulta revelador que sea una librería la que tenga que ceder su espacio al turismo de masas. Los libros, al fin y al cabo, son el enemigo natural del consumo acrítico. La lectura enseña a cuestionar, a reflexionar, a tomarse tiempo para pensar. Un turista que lee podría empezar a preguntarse si la ciudad que visita es realmente auténtica o si consume una versión instagrameada de la realidad; podría comenzar a incomodarse con la idea de que su presencia contribuye a la expulsión de los habitantes de los centros urbanos, y que su estancia aumenta el precio de la vivienda y de la cesta de la compra, crea empleos precarios, satura recursos básicos y destruye el territorio. Un lector perspicaz podría descubrir que las zonas más pobres y más desiguales de España son aquellas que viven principalmente del turismo.

Una librería produce extrañamiento, grietas en el discurso oficial, conocimiento, rebeldía, pensamiento y semillas, muchas semillas, y eso precisamente es lo que no se considera necesario. Donde hay libros hay dudas. Donde hay dudas, hay preguntas. Y donde hay preguntas, hay peligro para el poder. Tal vez sea más cómodo tapar la boca a las ciudades para que no puedan contarse.

"No debería ser difícil comprender que cuando una librería cierra también termina una forma de entender el tiempo y la educación"

Es una falacia que esta tendencia sea irremediable, que no haya alternativa, que el mercado siempre tenga razón. El mercado es un ciego torpe, un contable que confunde el precio con el valor, el beneficio con la riqueza, y el crecimiento con el progreso. No debería ser difícil comprender que cuando una librería cierra también termina una forma de entender el tiempo y la educación. Las librerías son lugares donde la inmediatez no es una virtud sino un defecto, espacios en los que la vida se mide en páginas, no en euros facturados por metro cuadrado y mes. ¿Qué vale una charla de media hora entre un librero y un adolescente que acaba de descubrir la poesía? ¿Cómo se cotiza el momento en que alguien encuentra el libro que necesitaba sin saber que lo necesitaba? ¿A cuánto asciende la complicidad entre dos desconocidos que, en el pasillo de narrativa, recomiendan la misma novela con idéntico fervor? ¿Qué precio tiene el gesto del chaval que pega la nariz al escaparate como si fuera un museo de mariposas? ¿Y las conversaciones cara a cara con los autores, sus respuestas y dedicatorias? ¿Quién las cuantifica?

De manera milagrosa, los cuatros socios de 80 Mundos —Marina, Carmen, Sara y Ralph—, con una tenacidad admirable, han logrado encontrar un local donde instalarse. Lo harán donde se ubica en la actualidad la librería Pynchon, lo que supondrá que la ciudad pase de tener tres librerías independientes a solo dos: la nueva 80 Mundos y Fahrenheit 451.

Compraron la librería en 2018 al histórico Fernando Linde, y Marina me dice que todavía no han recuperado la inversión y las tres socias son madres de hijos muy pequeños. Ahora deberán comenzar de cero, con el gasto adicional que supone el traslado. Su caso prueba que no todo está perdido. En una sociedad que carece de la costumbre de manifestarse por la cultura, quinientas personas se concentraron en el exterior de la librería para protestar por su cierre. El ayuntamiento procedió de manera casi inmediata a declarar una moratoria en la apertura de pisos turísticos, una moratoria que llega tarde y que no tendrá efectos reales salvo que los mecanismos de inspección comiencen a funcionar.

Los libreros pronto embalarán los últimos títulos que ha recibido, obras en muchos casos de editoriales independientes que solo pueden existir en librerías también independientes. En octubre se trasladarán al nuevo local, que mantendrá algo del espíritu de Pynchon, en su formato de librería con cafetería, pero con el nombre de 80 Mundos: uno por cada dedo que siguió las frases de una hoja, uno por cada insurrección de la tinta en el margen de un libro, uno por cada conversación que empezó con «¿qué estás leyendo?» y terminó en amistad, uno por cada frase subrayada que iluminó una existencia, uno por cada retrato de Miguel Hernández que sobrevivió al agua de los sumideros, uno por cada niño que dibujó una palmera con la tiza de un haiku…

"Su resistencia es también la prueba de que la cultura posee sus propias formas de metamorfosis, de que las palabras buscan rendijas por donde filtrarse"

Es una victoria imperfecta, sin duda. Una resistencia que nace del éxodo obligado, de la adaptación forzosa. No es que esta historia acabe bien, sino que acaba todo lo bien que podría acabar una historia escrita desde una herida. Aunque los libros se salven, el espacio se pierde. Aunque no cierren, los han echado.

No obstante, su resistencia es también la prueba de que la cultura posee sus propias formas de metamorfosis, de que las palabras buscan rendijas por donde filtrarse cuando las puertas se cierran, y de que los libreros son infatigables luchadores.

Nada de esto invalida la violencia del desalojo original. No borra la brutalidad de quien convierte una librería histórica en apartamentos hoteleros rescindiendo un contrato unilateralmente. Pero demuestra que quizá no hemos perdido la capacidad de imaginar otro mundo, uno al menos, ni siquiera ochenta, en el centro exacto de éste. Los socios se hallan en este proceso de reimaginarse. Tendrán que hacer una recogida de fondos para poder sufragar los gastos del desahucio y la nueva instalación. Acompañémoslos en su nuevo nacimiento. Apoyemos a nuestras librerías, porque las nuevas generaciones necesitarán refugios donde los sueños no tengan casero.

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RAUL HUIZZI
RAUL HUIZZI
3 meses hace

Desde Merida Venezuela, y como profesor universitario, doy fe del exquisito espacio de la Librería 80 Mundos que visité cada vez que fui en los últimos 20 años a Alicante, hermosa y hospitalaria Ciudad que acogió a 5 hermanos y un puñado de sobrinos. Cómo no recordar al Sr Fernando y su sabia atención que lo anclaba a uno en esos espacios imantados difíciles de abandonar. Mi esperanza, que en mi próxima visita me encuentre con la sorpresa que el turismo le dejó espacio a los libros..
Economista Raúl Huizzi Gamarra. Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Merida Venezuela

basurillas
basurillas
3 meses hace

Llegó un momento en que los inmigrantes ilegales dejaron de venir en lanchas, lanchones, pateras y cayucos. Ahora venían en avión y como turistas, y como tal se hospedaban regularmente en apartamentos turìsticos. Eso los primeros días, luego se quedaban sin pagar a los fondos buitres que eran los dueños, y se convertían en ocupas. Y así lo hicieron muchísimos y todos a la vez. Y el negocio apandador de las viviendas y locales convertidos en apartamentos dejó de ser rentable y los inversores empezaron a pensar que ya no era buen negocio y retiraron sus capitales. Pero Alicante fue el primer sitio donde ocurrió, y los inmigrantes ocupas tuvieron, por primera vez, el apoyo de residentes y vecinos de toda la vida, y de propietarios o arrendatarios de negocios, y de hosteleros profesionales de una a cinco estrellas.
Disiento: el mercado no es un ciego torpe, son los comerciantes, “ciertos tipos de comerciantes” mejor dicho y por llamar de alguna forma a los avaros rapiñadores inmobiliarios, permitidos por los políticos, también avaros rapiñadores y traidores a su patria, los que son como ciegos torpes que sólo ven sus cuatro próximos años como el momento vital en su carrera para arramplar con lo máximo que puedan robar, destrozar y malvender del patrimonio inmobiliario del país.
No, el mercado sin avaros es bonito, huele bien: a fruta, a especias, a textiles, zapatos y juguetes artesanos, a libros nuevos y de viejo. A vida, a amigos dándose la mano. A los rapiñadores brea y plumas, don Julio.

Carmen
Carmen
3 meses hace

Qué bonita forma de contar algo tan duro. Ojalá nos queden siempre esos refugios ❤️

Manuel
Manuel
3 meses hace

Desde 1993 hasta 2022 he veraneando en Alicante y siempre visitaba la “80 Mundos” donde encontraba libros publicados por la Universidad de Alicante, traducciones de textos nórdicos en Tilde o algunos de Cátedra “Letras Universales” que ya no se veían en Madrid o lo que el azar me deparara. Me entristece leer la noticia, aunque ya no vaya por allí por haber tenido que vender mi vivienda. Amazon reemplaza a los establecimientos de venta al público y cada vez nos aproximamos más a una situación que a muchos parece que les encanta sin que hayan calibrado sus odiosas consecuencias: cortar todo desplazamiento físico fuera del hogar (el “teletrabajo” conspira también en esa dirección) y todo contacto humano y encargarlo todo por Internet… con lo que el gremio de repartidores a domicilio se está convirtiendo en el “trabajo del futuro” …
Un mundo recluido y que no se relaciona más que con pantallas para todo… ¡Qué desgracia y qué desgraciados!