El periodista Uwe Wittstock (Leipzig, 1955) indaga en su investigación Febrero de 1933 (Ladera Norte) cómo, en apenas cuatro semanas en el poder, Hitler convirtió Alemania en una férrea dictadura. Lo hace a través de la represión sufrida por el floreciente mundo cultural que emergió al calor de la República de Weimar. Agresiones físicas, persecuciones, boicots de actos culturales considerados perjudiciales, listas negras, campañas de prensa… acabaron con cualquier atisbo de creación artística que no comulgaba con el régimen.
La historia comienza el sábado 28 de enero de 1933. En los salones del Zoo de Berlín se celebra el Baile Anual de la Prensa, probablemente el mayor acontecimiento social de la ciudad. Asisten más de cinco mil personas, mil quinientos invitados VIP y el resto curiosos que pagan una cantidad desorbitada por compartir fiesta con los notables. Los extravagantes hijos mayores del autor de La montaña mágica, y sus parejas, son la gran atracción. La prensa rosa y la cultural no dejan de hablar de ellos. “Constituían el ménage à quatre más representativo de los salvajes, ávidos y volubles años 20”. Aquella fiesta —la última— marcó el fin de una época. Sólo dos días después, el presidente Hindenburg nombra a Hitler canciller.
Aunque Febrero de 1933 lleva por subtítulo “El invierno de la literatura”. Nos encontramos, además, con apasionantes y desconocidas historias de periodistas —con frecuencia también escritores— que sufrieron la misma persecución que los literatos. A continuación, unos pocos ejemplos del papel que jugaron las gentes de la prensa tanto como oposición al nuevo régimen como instrumentos de su defensa.
Joseph Roth, entonces reportero del Frankfurter Zeitung, ya había alcanzado notoriedad literaria con la publicación un año antes de La marcha Radetzky. El mismo lunes 30 de enero de 1933, se sube a un tren rumbo a París. Nada nuevo. Estaba acostumbrado a viajar continuamente. Pero esta vez sería una despedida definitiva de Berlín. Sabía que los nazis le perseguirían. Había arremetido contra ellos con dureza, pero tampoco más de lo que lo había hecho contra contra los comunistas.
Egon Erwin Kisch, judío de Praga y una celebridad mundial del periodismo, llega a Berlín. Quiere ser testigo del ascenso de Hitler al poder. Es miembro del Partido Comunista, pese a que en sus principios había proclamado: “El reportero no tiene tendencia alguna… No tiene puntos de vista”. Su ideología pronto le lleva a convertirse en un activista. Viaja con cuarenta cajas con cuatro mil libros. El 12 de febrero recibe una orden de expulsión del país por parte del jefe de policía de Berlín. Decide quedarse y provocar que le echen, lo que le proporciona un buen tema para sus próximos artículos contra los nazis.
George Grosz es pintor, dibujante y caricaturista. La publicación de sus trabajos en los periódicos le han dado una enorme popularidad. Sus ilustraciones satíricas contra Hitler y el nacionalsocialismo provocan que sea perseguido por la Sección de Asalto (SA) de los nazis. Sólo una semana antes de que Hitler se convierta en canciller, viaja a Nueva York. Allí se entera de que su estudio y su domicilio en Berlín han sido convertidos en astillas por los hachazos de los miembros de las SA. Grosz llegaría a ser uno de los maestros del dadaísmo y la nueva objetividad.
Alfred Rosenberg es el director de Deutsche Kultur-Watch, una popular revista que defiende los valores del nazismo. De hecho, Rosenberg es el principal ideólogo del partido nacionalsocialista y ha convertido la publicación en el órgano oficial de la Liga para la Cultura Alemana, una organización de intelectuales y artistas de extrema derecha. En sus páginas se pueden encontrar referencias a “obras de autores ajenos a la raza” o a “la bastardización y negrificación de la existencia”. Hans Jost, recién nombrado primer dramaturgo del Teatro Nacional prusiano, publica en sus páginas en febrero de 1933 un artículo en el que deja claros los postulados de la revista. “Thomas Mann, Heinrich Mann, Döblin (…) son escritores liberal-reaccionarios que en modo alguno deben entrar ya en contacto con la noción alemana de poesía a título oficial. Recomendamos que se disuelva este grupo del todo obsoleto y se convoque de nuevo según criterios nacionales, verdaderamente poéticos”.
Gustav Hartung, director de escena, está considerado como uno de los principales representantes del teatro expresionista. Mientras preparaba la representación de la Santa Juana de Bertolt Brecht en Hesse, fue víctima de una campaña del Hessische Landeszeitung, periódico simpatizante de los nacionalsocialistas. Acusó al prestigioso director teatral austriaco de llevar a escena “chapuzas de sangre extranjera y seudoarte trasnochado”, además de emplear a judíos en el teatro. Entre los 361 empleados del Teatro Estatal de Hesse, había trece judíos. Hartung acabó huyendo a Suiza.
Georg Kaiser, uno de los dramaturgos más críticos y vanguardistas de Alemania sólo logra mantener seis días en cartel en Leipzig su obra El lago de plata, pese al éxito de público. Aunque no es judío, el Leipziger Tageszeitung acusa a Kaiser de “hebrero literario”. Al Viejo Teatro de Leipzig, lo tacha de “patio de recreo de los literatos judíos. El diario se muestra escandalizado, además, de que a Kurt Weill, autor de la música, se le permita “usar un escenario de ópera alemán para sus sórdidos propósitos”. La prensa juega un papel fundamental en el boicot a los actos culturales. Las SA acaban irrumpiendo en el teatro insultando a los actores. Se suspende la función. La carrera de escritor en Alemania de Kaiser acaba aquí: ninguna de sus obras volverá a ser representada hasta 1945. Kurt Weill huye a París, y el director artístico Detlef Sierck, a los Estados Unidos, donde iniciará una prestigiosa carrera cinematográfica bajo el nombre de Douglas Sirk.
Gabriele Tergit es reportera de tribunales para algunas de las principales cabeceras de Berlín. Es famosa, y muy leída, por su estilo divertido y mordaz. Cada vez más a menudo ha de escribir sobre procesos de carácter político. Se refiere a la Corte de lo Penal como un “consejo de guerra” y denuncia que los nacionalsocialistas han ocupado los tribunales. Goebbels la insulta públicamente llamándola “miserable judía”. Tergit acude a la redacción el 25 de febrero a entregar un artículo. Tanto ella como su director en el Weltbühne, Carl von Ossietzky, hablan sobre el gran número de periodistas que han abandonado el país. Ellos creen que deben quedarse para dar fe de lo que ocurre. Pocos días después, tras fortificar la puerta de su casa, la reportera recibe la visita de los hombres de la SA, que dicen tener una orden de arresto. Los asaltantes no consiguen derribar la puerta, mientras ella resiste al otro lado con su marido y su hijo. Entonces comprende que no le queda más remedio que marcharse. Emprende viaje a Checoslovaquia.
Hans Sahl, a sus 30 años, es un periodista y un crítico reconocido. Escribe para varios periódicos, entre ellos el diario liberal de izquierdas Berliner Börsen-Courier y revistas semanales como Die Weltbühne. El 17 de febrero acude a una conferencia de su ídolo, Carl von Ossietzky, uno de los periodistas más famosos del país. Cuando ya están todos sentados, alguien entra exaltado y agitando un diario de la tarde. Publica algunos extractos del decreto en el que, entre otras cosas, Göring autoriza a la policía a disparar contra cualquier supuesto enemigo del Estado. “Mejor una bala de más que una de menos”.
Carl von Ossietzky, varias veces mencionado, es director de Die Weltbühne, semanario de política, arte y negocios, y activo luchador por la libertad de expresión. Tras el incendio del Reichstag (27 de febrero de 1933), numerosas publicaciones son cerradas, entre ellas su magazine. Ossietzky tiene tras de sí una exitosa carrera. Él fue quien publicó la exclusiva de que Alemania se estaba rearmando y por lo tanto estaba transgrediendo el Tratado de Versalles, por lo que fue encarcelado. En 1933, tras negarse a abandonar Berlín, fue de nuevo detenido y recluido en campos de concentración durante tres años. Enfermó de tuberculosis y murió en 1938 en el hospital de una prisión. Fue galardonado con el Nobel de la Paz, lo que provocó la indignación de Hitler y la orden de que ningún alemán aceptara el premio.
Alfred Kerr, el crítico teatral más influyente e implacable de Berlín. Escribe para Berliner Tageblatt y Frankfurter Zeitung, dos de los periódicos más prestigiosos del país. Es judío y, en sus artículos y sus seguidas intervenciones radiofóficas, siempre se ha mostrado implacable con los nacionalsocialistas. No solo los reprueba, sino que además polemiza con ellos y se burla de sus postulados. El 14 de febrero de 1933 se encuentra en cama con 39 grados de fiebre. Una llamada le advierte de que al día siguiente le quitarán el pasaporte. Sabe lo que eso significa. Pese a la fiebre, hace que le lleven a la estación, donde toma un tren a Praga sin dinero ni apenas equipaje. Deja atrás a su mujer y sus dos hijos. No volvería a Berlín hasta catorce años después.
Vicki Baum, redactora del potente conglomerado mediático Ullstein, publicaba reportajes y reseñas en varias de las publicaciones del grupo. La aparición en 1929 de su novela Grand Hotel le reporta un enorme éxito. El 14 de febrero de 1933 se celebra en Berlín por todo lo alto la premier de su versión cinematográfica, con Greta Garbo, Joan Crawford y John Barrymore. En la prensa alemana afín al nuevo régimen se ha empezado a publicar artículos contra la escritora, a la que los nazis consideran una “típica literata judía del asfalto”, a la que hay que “apartar” cuanto antes, porque “con sus triviales novelas sensacionalistas desprestigia la cultura alemana”. En el estreno hay mucha expectación sobre su posible presencia, pero Baum ha decidido que era más seguro quedarse en EEUU e instalarse allí. No volvería a Alemania.
Estas son las historias que cuenta Uwe Wittstock sobre algunos periodistas durante ese fatídico mes de febrero de 1933, tras el que nada fue igual. El libro, con una excelente traducción y notas de Berta Vias Mahou, también detalla las medidas tomadas por el nuevo régimen para amordazar a la prensa y a la sociedad. Sólo una semana después de llegar al poder, Hitler presentó a la firma del presidente Hindenburg, que por supuesto firmó, el decreto para la Defensa del Pueblo Alemán. Su aplicación quedaría en manos del ministro del Interior, cargo que, desde dos días después, está previsto que ocupe un militante del partido Nacionalsocialista.
Además de las historias individuales y las artimañas legales, Febrero de 1933 también recoge las acciones violentas contra los periódicos que se sucedieron incluso más allá de ese mes. Así, el ocho de marzo, sobre las cuatro de la tarde, hombres de las SA ocupan la redacción de Dresdner Volkszeitung, próximo al partido socialdemócrata. Izan la bandera nazi, sacan del edificio documentos, ejemplares de periódicos y libros, y forman una gran hoguera. Escenas parecidas se sucederían a diario en librerías y redacciones de todo el país. La libertad de expresión ardería así entre las llamas y ya nadie podría contar las atrocidades que vendrían después.
—————————
Autor: Uwe Wittstock. Título: Febrero de 1933: El invierno de la literatura. Traducción del alemán: Berta Vias Mahou. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: