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El poeta Marcial triunfa contra todos

El poeta Marcial triunfa contra todos

Se llamaba Marco Valerio Marcial y fue un poeta extraordinario, omnívoro y feroz que escribía con un gladius barnizado con salfumán. Volcó su inteligencia y su sulfúrica y deliciosa mala leche en quince libros de epigramas —muy bien reunidos en Epigramas completos (Ed. Cátedra, 1991, en edición de Dulce Estefanía)— que, en su momento, o sea, en torno al último tercio del siglo I d.C., triunfaron como Los Chichos. “He aquí a quien lees”, se anunciaba nuestro bardo, “a quien buscas, a ese famoso Marcial conocido en todo el mundo por sus picantes libritos de epigramas: la gloria que le diste, lector aficionado, cuando vivía y la disfrutaba, pocos poetas la consiguen después de incineradas”. Y luego dicen del ego de Loquillo.

Marcial vino al mundo en la hispana Bílbilis, sita a tiro de piedra de Calatayud, en torno al año 40. Como tantos escritores de provincias, quería triunfar en la metrópoli, y se plantó en Roma en el 64, cuando el incendio de Nerón. En la capital del mundo, se rodeó de paisanos ilustres: abogados, poetas, filósofos. Como un tal Séneca. Posiblemente, por mediación del estoico cordobés, metió el hocico en círculos políticos sin demasiada fortuna. Se chupó el quilombo padre que se inició con el suicido del emperador que magistralmente encarnó Peter Ustinov en Quo Vadis y que concluyó con la instauración de la dinastía Flavia. Tito y, sobre todo, el tiránico Domiciano le tuvieron en palmitas. “Valerio Marcial”, arranca en el Libro VIII, “saluda al emperador Domiciano César Augusto Germánico Dácico. Ciertamente todos mis libritos, Señor, a los que tú diste fama, es decir vida, se acogen a tu protección; y creo que por eso serán leídos”. Es de bien nacidos, etcétera.

"Los epigramas de Marcial no son, en absoluto, aptos para hipersensibles, puritanos y/o apologetas de la corrección política"

Los epigramas de Marcial no son, en absoluto, aptos para hipersensibles, puritanos y/o apologetas de la corrección política. Emplea tanto el pincel fino como la brocha gorda y, aunque predomina la segunda, para qué engañarnos, sus libros están sembrados de reflexiones agudísimas, más certeras que las viñetas de El Roto, de las que te ponen el cerebro a centrifugar. Véase, por ejemplo, el epigrama 37 del Libro III: “Lo único que sabéis hacer, felices amigos, es indignaros. No obráis bien, pero si eso os agrada, hacedlo”. Cuántos políticos y cuántos periodistas contemporáneos se verían reflejados en él. O el 69 del Libro VIII: “Admiras, Vacerra, solamente a los viejos poetas y no los alabas más que después de muertos. Te pido que me perdones, Vacerra. Para agradarte, no vale la pena morir”. Esto nos suena en el Reino de España, ¿verdad?

Me llama mucho la atención la fobia que el poeta hispano tiene a las diversas especies de exhibicionistas. En el Libro I, no para de ciscarse en ellos. “No llora Gelia la pérdida de su padre”, reza el epigrama 33, “cuando está sola; si alguien está presente, le caen unas lágrimas provocadas voluntariamente. Todo el que busca ser alabado, Gelia, no siente dolor. Sufre de verdad el que sufre sin testigos”. El 64 parece como inspirado en Cristiano Ronaldo: “Eres bonita, lo sabemos, y joven, es cierto, y rica ¿quién puede, pues, negarlo? Pero, cuando te alabas en exceso, Fábula, no eres ni rica, ni bonita, ni joven”. Quizá, el mejor de todos sea el 34: “Siempre haces el amor, Lesbia, con las puertas sin guardar y abiertas y no ocultas tus deslices, y te agrada más un espectador que un amante y no te resulta grato ningún placer si se mantiene secreto. (…) Prohíbo que se te sorprenda, Lesbia, no que se te joda”.

"Luego están los epigramas que parecen salidos de la primera temporada de South Park o de una canción de Puta España Musical"

Luego están los epigramas que parecen salidos de la primera temporada de South Park o de una canción de Puta España Musical, en plan: “Zoilo, ¿por qué contaminas el agua de la piscina lavándote el ano? Para que quede más sucia, sumerge la cabeza” (Libro II, 42); “¿Por qué depilas, Ligeya, tu vetusto coño? (…) Si tienes vergüenza, Ligeya, no arranques la barba a un león muerto” (Libro X, 90); “Ordenas, Lesbia, que mi pene esté siempre a tu disposición: créeme, una minga no es como un dedo. Aunque tú la estimules con manos acariciadoras y con palabras, tu rostro imperioso actúa en contra tuya” (Libro VI, 23), o esta diatriba despiadada contra los pedos vaginales (Libro VII, 18): “Teniendo un rostro del que no podría hablar mal ninguna mujer y no estando marcado tu cuerpo por ningún defecto, ¿te extrañas de que tan pocos intenten joderte y quieran volver a hacerlo? Tienes un defecto no leve, Gala. Siempre que me acerqué a ti para hacer el amor y nos movemos con nuestros sexos unidos, tu coño no calla, tú misma callas. ¡Ojalá los dioses hiciesen que tú hablases y él callara! Me molesta la charlatanería de tu coño. Preferiría que tirases pedos: pues eso dice Simmaco —un médico famoso de la época— que no es perjudicial y esa situación provoca al mismo tiempo la risa. ¿Quién puede reírse de los chasquidos de un coño tonto? Cuando éste suena, ¿a quién no se le caen la minga y las ganas? Al menos di algo y acalla con tu voz tu gritón coño y, si hasta tal punto eres muda, aprende a hablar incluso por allí”. Quien lo probó lo sabe. Supongo, quiero decir.

Asesinado Domiciano, Marcial puso su barba en remojo, regresó a Bílbilis como un capital general y murió en torno al 103, añorando a Roma. Su obra, milagrosamente, nos ha llegado casi íntegra. Sobrevivió a la Edad Media y a las asociaciones hembristas contemporáneas. Por ahora.

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Manuel Queimaliños Rivera
Manuel Queimaliños Rivera
3 meses hace

¿Asociaciones hembristas?