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El nacimiento del purgatorio, de Jacques Le Goff

El nacimiento del purgatorio, de Jacques Le Goff

Ya los primeros cristianos creían que había una forma de redimir ciertos pecados después de la muerte. Pero no fue hasta el siglo XII que apareció ese “tercer lugar”, situado entre el Cielo y el Infierno, llamado Purgatorio. En este clásico del medievalismo y la historia religiosa se cuentan los avatares de su gestación.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de El nacimiento del purgatorio (Akal), de Jacques Le Goff.

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El tercer lugar

Durante las ásperas discusiones entre protestantes y católicos en el siglo XVI, los reformados reprochaban vivamente a sus adversarios la creencia en el Purgatorio, al que Lutero llamaba «el tercer lugar». Porque este más allá «inventado» no se encontraba en la Escritura.

Mi propósito es seguir la formación secular de este tercer lugar a partir del antiguo judeocristianismo, mostrar su nacimiento al tiempo de la expansión del Occidente medieval en la segunda mitad del siglo XII y su rápido éxito en el curso del siglo siguiente. Y en fin, trataré de explicar por qué se halla íntimamente ligado a aquel gran momento de la historia de la Cristiandad y de qué manera funcionó, de forma decisiva, en la aceptación o, entre los herejes, en el rechazo, en el seno de la nueva sociedad surgida del prodigioso impulso de los dos siglos y medio que siguieron al año mil.

Lo que estaba en juego

Resulta infrecuente poder seguir el desarrollo histórico de una forma de fe aun en los casos en que —como en el del Purgatorio— se hallan reunidos elementos originarios de esa noche de los tiempos donde parece que tienen su fuente la mayoría de las creencias. No se trata sin embargo de un accesorio secundario, de un añadido menor al primitivo edificio de la religión cristiana, tal como evolucionó en la Edad Media y luego bajo su forma católica. El más allá es uno de los grandes horizontes de las religiones y las sociedades. La vida del creyente experimenta un cambio cuando piensa que no se lo juega todo con la muerte.

Un acontecimiento, una construcción secular como esta de la creencia en el Purgatorio supone y lleva consigo una modificación sustancial de los esquemas espacio-temporales de lo imaginario cristiano. Y sucede que estas estructuras mentales del espacio y el tiempo constituyen la armadura de la manera de pensar y de vivir de una sociedad. Cuando una sociedad así se halla toda ella impregnada de religión, como la Cristiandad de la vasta Edad Media que duró desde la Antigüedad Tardía hasta la Revolución industrial, cambiar la geografía del más allá, y por tanto del universo, modificar el tiempo de después de la vida, y por tanto la articulación entre el tiempo terreno, histórico, y el tiempo escatológico, entre el tiempo de la existencia y el de la espera, equivale a operar una lenta pero esencial revolución mental. Equivale, literalmente, a cambiar la vida.

Es evidente que el nacimiento de una creencia semejante se halla ligada a modificaciones profundas de la sociedad en que se produce. ¿Cuáles son las relaciones que mantiene con los cambios sociales esta nueva forma de lo imaginario del más allá, cuáles son sus funciones ideológicas? El estricto control que la Iglesia establece sobre ello, hasta convertirse en un reparto del poder sobre el más allá entre ella y Dios, prueba que es importante lo que se ha puesto en juego. ¿Por qué no dejar que los muertos yerren o duerman tranquilos?

Antes del Purgatorio

El Purgatorio se impuso efectivamente como «tercer lugar».

El cristianismo había heredado de las religiones y civilizaciones anteriores una geografía del más allá; entre las concepciones de un mundo uniforme de los muertos —como el sheol judío— las ideas de un doble universo después de la muerte, uno de ellos de horror y el otro de dicha, como el Hades y los Campos Elíseos de los romanos, había optado por el modelo dualista. Incluso lo había reforzado de un modo singular. En vez de relegar bajo la tierra los dos espacios de los muertos, el malo y el bueno, durante el período que se extendía entre la Creación y el Juicio Final, había situado en el Cielo, desde el momento de la muerte, la morada de los justos —al menos de los mejores de entre ellos, los mártires, y luego los santos—. Incluso había localizado sobre la superficie de la tierra el Paraíso terrenal, otorgando así hasta la consumación de los siglos un espacio a aquella tierra de la Edad de Oro a la que los antiguos se habían contentado con concederle un tiempo, nostálgico horizonte de su memoria. Puede verse en los mapas medievales, en el Extremo Oriente, más allá de la gran muralla y de los pueblos inquietantes de Gog y Magog, con su río de cuatro brazos que Yahvé había creado «para regar el jardín» (Gén. 2, 10). Y sobre todo se extremó hasta el colmo la oposición Infierno-Paraíso, basada en el antagonismo Tierra-Cielo. Aunque subterráneo, el Infierno era la Tierra, y el mundo infernal se oponía al mundo celeste del mismo modo que el mundo ectónico era lo opuesto, según los griegos, al mundo uranio. A pesar de hermosos impulsos celestiales, los antiguos —babilonios y egipcios, judíos y griegos, romanos y bárbaros paganos— habían temido mucho más las profundidades de la tierra que aspirado a los infinitos celestes, por otra parte habitados con frecuencia por divinidades de cólera. El cristianismo, al menos durante los primeros siglos y el tiempo de la barbarización medieval, no llegó en cambio a infernalizar por completo su visión del más allá. Lo que hizo fue empujar la sociedad hacia el Cielo. El propio Jesús había dado el ejemplo: después de haber descendido a los Infiernos, había ascendido al Cielo. En el sistema de orientación del espacio simbólico, en el que la Antigüedad grecorromana había concedido un puesto preeminente a la oposición derecha-izquierda, el cristianismo, sin dejar de darle un valor importante a esta pareja antinómica presente por lo demás tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento2, se apresuró a prestigiar el sistema arriba-abajo. Y a lo largo de la Edad Media habrá de ser este sistema el que oriente, a través de la espacialización del pensamiento, la dialéctica esencial de los valores cristianos.

Ascender, elevarse, subir más arriba, en esto estaba el acicate de

la vida espiritual y moral, mientras que la norma social consistía en mantenerse en su lugar, allí donde Dios había puesto a cada cual sobre la tierra, sin ambicionar escapar a la propia condición poniendo gran cuidado en no descender, en no decaer.

Cuando, menos fascinado ya por los horizontes escatológicos, el cristianismo se puso a reflexionar, entre los siglos II y IV, en la situación de las almas entre la muerte individual y el juicio final y los cristianos cayeron en la cuenta —opinión mantenida, con los matices que más adelante se dirán, por los grandes Padres de la Iglesia del siglo IV, Ambrosio, Jerónimo y Agustín— de que las almas de ciertos pecadores podían tal vez salvarse durante este período pasando probablemente por alguna prueba, la creencia que así se perfilaba y que dará origen en el siglo XII al Purgatorio no alcanzó sin embargo a localizar con precisión semejantes situación y prueba.

La palabra purgatorium no existe como sustantivo hasta finales del siglo XII. ffl Purgatorio no existe.

Es curioso que los historiadores, y sobre todo los historiadores de la teología y la espiritualidad, hayan dejado a un lado la aparición de la palabra purgatorium, que expresa la toma de conciencia del Purgatorio como lugar, el acta de nacimiento del purgatorio propiamente dicho. Es indudable que los historiadores siguen sin atribuir suficiente importancia a las palabras. En cambio, los clérigos de la Edad Media, ya fuesen realistas o nominalistas, sabían muy bien que entre las palabras y las cosas existe una unión tan estrecha como la que media entre el cuerpo y el alma.

Para los historiadores de las ideas y las mentalidades, las palabras —algunas palabras—, como fenómenos de amplia duración, ve- nidos lentamente de las profundidades de los tiempos, tienen la ventaja de aparecer, de nacer y de aportar así elementos de cronología sin los cuales no hay historia que merezca ese nombre. Es cierto que no se fecha una creencia lo mismo que un acontecimiento, pero hay que rechazar la idea de que la historia de los períodos de larga duración sea una historia sin fechas. Un fenómeno lento, como la creencia en el Purgatorio, se estanca, palpita durante siglos, se mantiene en ángulos muertos de la corriente de la historia, y luego, de súbito o poco menos, la masa del flujo le arrastra, pero no se pierde en él, sino que, por el contrario, emerge y se convierte en un testimonio. Quien hable del Purgatorio —aunque sea con erudición— desde el Imperio romano hasta la Cristiandad del siglo XIII, desde san Agustín hasta santo Tomás de Aquino y borre así la aparición del sustantivo entre 1150 y 1200, dejará escapar aspectos capitales de esta historia si es que no se pierde lo esencial. Dejará escapar, al mismo tiempo que la posibilidad de poner en claro una época decisiva y una profunda mutación de la sociedad, la ocasión de determinar, a propósito de la creencia en el Purgatorio, un fenómeno de gran importancia en la historia de las ideas y las mentalidades: el proceso de espacialización del pensamiento.

El acierto de la noción de espacio

Numerosos estudios acaban de poner de relieve la importancia en el terreno científico de la noción de espacio. Ha servido para remozar la tradición de la historia geográfica, y para renovar la geografía y el urbanismo. Pero sobre todo ha manifestado su eficacia en el plano simbólico. Tras las huellas de los zoólogos, los antropólogos han puesto en evidencia el carácter fundamental del fenómeno del territorio. En su obra La dimensión oculta, ha puesto de manifiesto Edward T. Hall que el territorio es una prolongación del organismo animal y humano, que semejante percepción del espacio depende en alto grado de la cultura (tal vez resulte en exceso culturalista al respecto) y que el territorio es una interiorización del espacio, organizada por el pensamiento. Hay en todo ello una dimensión de los individuos y las sociedades que es fundamental. La organización de los diferentes espacios: geográfico, económico, político, ideológico, etc., en que se mueven las sociedades es un aspecto muy importante de su historia. Organizar el espacio de su más allá fue una operación de vasto alcance para la sociedad cristiana. Cuanto se aguarda la resurrección de los muertos, la geografía del otro mundo no es un asunto secundario. Y cabe suponer que no dejen de darse relaciones entre la manera como semejante sociedad organiza su espacio de acá abajo y su espacio del más allá. Porque ambos espacios se ligan entre sí a través de las relaciones que unen a la sociedad de los muertos con la de los vivos. La Cristiandad se entregó, entre 1150 y 1300, a una gran remodelación cartográfica, lo mismo sobre la tierra que con respecto al más allá. Para una sociedad cristiana como la del Occidente medieval las cosas viven y se mueven al mismo tiempo —o casi al mismo tiempo— en la tierra y en el cielo, lo mismo acá abajo que allá arriba.

Lógica y génesis del Purgatorio

Cuando el Purgatorio se instala en la creencia de la Cristiandad occidental, entre 1150 y 1250 aproximadamente, ¿de qué se trata con exactitud? Nos hallamos ante un más allá intermedio en el que algunos muertos sufren una prueba que puede llegar a acortarse gracias a los sufragios —a la ayuda espiritual— de los vivos. Para llegar hasta aquí, se necesitó un largo pasado de ideas e imágenes, de creencias y actos, de debates teológicos y, probablemente, de movimientos en las profundidades de la sociedad, que solo con dificultad podemos percibir.

La primera parte de este libro se consagrará a la formación secular de los elementos que habrán de estructurarse en el siglo XII hasta convertirse en el Purgatorio. Puede ser considerada como una reflexión sobre la originalidad del pensamiento religioso de la Cristiandad latina, a partir de las herencias, las rupturas y los conflictos externos e internos en medio de los cuales se ha formado.

La creencia en el Purgatorio implica ante todo la creencia en la inmortalidad y en la resurrección, una vez que se admite que puede haber algo nuevo para un ser humano entre su muerte y su resurrección. Es un suplemento de condiciones ofrecidas a ciertos humanos a fin de que alcancen la vida eterna. Una inmortalidad que se gana a través de una sola vida. Las religiones —como el hinduismo o el catarismo— que creen en perpetuas reencarnaciones, en la metempsicosis, excluyen lógicamente un Purgatorio.

La existencia de un Purgatorio reposa a su vez sobre la concepción de un juicio de los muertos, idea muy extendida en los diferentes sistemas religiosos, pero «las modalidades de este juicio han variado enormemente de una civilización a otra». La variedad de juicio que comprende la existencia de un Purgatorio resulta ser muy original. Se apoya en efecto en la creencia de un doble juicio, el primero en el momento de la muerte y el segundo al fin de los tiempos. Instituye en esta situación intermedia del destino escatológico de cada ser humano un complejo procedimiento judicial de mitigación de penas, así como de abreviación de estas penas en función de diversos factores. Y supone por tanto la proyección de un pensamiento de justicia y de un sistema penal muy sofisticados. La idea del Purgatorio se halla también vinculada a la de responsabilidad individual, de libre albedrío del hombre, culpable por naturaleza, en razón del pecado original, pero juzgado de acuerdo con los pecados cometidos bajo su responsabilidad. Hay una estrecha relación entre el Purgatorio, más allá intermedio, y un tipo de pecado intermedio entre la pureza de los santos y los justos y la imperdonable culpabilidad de los pecadores criminales. La idea durante mucho tiempo imprecisa de pecados «ligeros», «cotidianos», «habituales», percibida con claridad por Agustín y más tarde por Gregorio Magno, a la larga desembocará en la categoría de pecado «venial» —es decir, perdonable—, un poco anterior a la creencia del Purgatorio y que fue una de las condiciones de su nacimiento. Aunque, como ya se verá, las cosas han sido algo más complicadas, en lo esencial el Purgatorio hizo su aparición como lugar de purgación de los pecados veniales.

Creer en el Purgatorio —lugar de castigos— supone aclaradas las relaciones entre el alma y el cuerpo. En efecto, la doctrina de la Iglesia sostuvo enseguida que, al morir, el alma inmortal abandonaba el cuerpo y que ya no habrían de volver a encontrarse hasta el fin de los tiempos, con ocasión de la resurrección de los cuerpos. Pero la cuestión de la corporeidad o incorporeidad del alma no me parece que haya constituido un problema a propósito del Purgatorio, o de sus esbozos. Se dotó a las almas separadas de una materialidad sui generis y las penas del Purgatorio pudieron de esta forma atormentarlas algo así como corporalmente.

Pensar lo intermedio

Lugar intermedio, el Purgatorio lo es desde muchos puntos de vista. En el tiempo, en la etapa intermedia entre la muerte individual y el Juicio final. El Purgatorio no llegará a fijarse en este particular espacio temporal sin muy prolongadas vacilaciones. A pesar del papel decisivo que jugó a este propósito, san Agustín no llegará a amarrar de manera definitiva el futuro Purgatorio en esta almena del tiempo. El Purgatorio seguirá oscilando entre el tiempo terreno y el tiempo escatológico, entre un comienzo de Purgatorio acá abajo que habría que definir entonces en relación con la penitencia y una demora de purificación definitiva que se situaría tan solo en el momento del Juicio final. Se superpondría entonces al tiempo escatológico y el Día del Juicio acabaría siendo no un momento sino un espacio de tiempo.

El Purgatorio es también un intermedio propiamente espacial que se desliza y se extiende entre el Paraíso y el Infierno. Pero la atracción de los dos polos se ha ejercido por largo tiempo también sobre él. A fin de llegar a existir el Purgatorio, tendrá que reemplazar a los pre-paraísos del refrigerium, lugar de refresco imaginado en los primeros tiempos del cristianismo, y del seno de Abraham aludido por la historia de Lázaro y del rico epulón en el Nuevo Testamento (Luc, 16, 19-26). Tendrá sobre todo que despegarse del Infierno, del que seguirá siendo durante mucho tiempo un departamento poco distinto, la gehenna superior. En esta tirantez entre Paraíso e Infierno se adivina que la puesta en juego del Purgatorio no fue para los cristianos desdeñable. Antes de que Dante otorgara a la geografía de los tres reinos del más allá su más alta expresión, la puesta a punto del Nuevo Mundo de ultratumba fue larga y difícil. Al final, el Purgatorio no llegará a ser un intermedio verdadero ni perfecto. Como reservado a la purificación completa de los futuros elegidos, se inclinará hacia el Paraíso. Un tanto dislocado, no se situará en el centro, sino en una posición vacilante desviada hacia lo alto. Se inscribe así en esos sistemas de equilibrio descentrado que tan característicos son de la mentalidad feudal: desigual en la igual- dad que encontramos en los modelos contemporáneos del vasallaje y el matrimonio, en los que, dentro de un universo de iguales, el vasallo sigue estando a pesar de todo subordinado al señor, y la mujer al marido. Falsa equidistancia del Purgatorio entre un Infierno al que se ha escapado y un Cielo al que se está ya referido. Y también falso intermedio, porque el Purgatorio, transitorio, efímero, carece de la eternidad tanto del Infierno como del Paraíso. Y no obstante, difiere del tiempo y el espacio de acá abajo, obediente a otras reglas que hacen de él uno de los elementos de ese ámbito imaginario que en la Edad Media se llamaba lo «maravilloso».

Lo esencial pertenece tal vez al orden de la lógica. Para que nazca el Purgatorio es preciso que la noción de intermedio adquiera consistencia, encaje en el pensamiento de las gentes de la Edad Media. El Purgatorio se vincula a un sistema, el de los lugares del más allá y solo posee existencia y significación en relación con esos otros parajes. Ruego al lector que no lo olvide, pero como, de los tres lugares principales del más allá, ha sido el Purgatorio el que más tiempo ha tardado en definirse y su papel el que más problemas ha suscitado, he creído posible y deseable ocuparme del Purgatorio sin entrar en pormenores a propósito de las cuestiones del Infierno y el Paraíso.

Como estructura lógica, matemática, el concepto de intermedio, de lo intermediario, se halla ligado a mutaciones profundas de las realidades sociales y mentales de la Edad Media. No dejar por más tiempo solos frente a frente a los poderosos y a los pobres, a los clérigos y a los laicos, sino tratar de buscar una categoría medianera, clases medias o tercer orden, constituye una misma empresa y tiene que ver con una sociedad en cambio. Pasar de unos esquemas binarios a otros terciarios equivale a dar en la organización del pensamiento social ese paso cuya importancia ha subrayado Claude Lévi-Strauss.

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Autor: Jacques Le Goff. Título: El nacimiento del purgatorio. Traducción: Francisco Pérez Gutiérrez. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros.

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