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Balada de los inoperantes

Desconozco si la literatura nos hace mejores. Tal vez sí. O tal vez no. Lo que parece seguro es que a muchos nos ha empujado a una suerte de limbo entre la realidad y la ficción que nos vuelve inoperantes ante el mundo comunitario y práctico. Juan Carlos Onetti, hombre tímido por demasía y aborrecido de cualquier tipo de contacto social, confesó que hacer una entrevista en la mañana de hoy era un quebradero de cabeza en la noche de ayer. Algo bastante paradójico: será que habitar las palabras, gozar de su estancia de significados y posibilidades, no va ligado irremediablemente al don de la comunicación. El propio escritor uruguayo, tras recibir el Premio Cervantes, apuntó: «Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada». Ilustrativo y poco extraño. Existen egregios ejemplos sobre la ineficiencia sobrevenida por las letras: el de Borges dejándose vivir para que el otro Borges pueda tramar su literatura, ese que admitió, en el poema «El remordimiento», el infortunio de haber morado una vida lejos de valor y entregada al arte y sus naderías, o el de Bolaño, señalando el equívoco patetismo de la escritura: un oficio mísero aun en su tenacidad de parecer admirable.

Quizás lo real a veces resulta leviatánico y no hay páginas arponadas que consigan darle caza. Ni siquiera cuando nuestro Ahab se obceca en ello. Es el caso de Charles Bukowski, quien por boca de un ingenuo y adolescente Hank, declara en La senda del perdedor que uno podía vivir sin dolor, con esperanza y sin importar lo que pudiera ocurrirle mientras leyera —en su caso a Hemingway—. Sin embargo, decenas de capítulos más adelante, justo cuando lo mundano le impone los términos y sus miserias, declara con pesar: «Los libros podían reblandecerte. Cuando los apartabas a un lado y realmente salías fuera, entonces necesitabas saber lo que jamás te enseñaron».

"Quizás, a estas alturas, ya haya surgido la pregunta de si la inoperancia es consecuencia de la literatura o si, más bien, son los inoperantes los que tienden a operar dentro de ella"

No hay que dudar de los beneficios innegables de la lectura, pero tampoco eludir algunas de sus obviadas consecuencias; esas que nos llevan a estar más cómodos en la venta de Juan Palomeque y entre sus genuinos huéspedes que en reuniones familiares o en la presentación del último libro que publicamos. Militar en un mundo estético, como lo hacía el joven Cortázar, nos conjuga sólo para existir en pasivo. Cada página, cada párrafo, cada línea y cada palabra nos sume en un estado de quietismo que se perturba fácilmente con las exigencias naturales que se le presuponen a un ser humano adulto y útil. Por ello, los días cotidianos que reclaman nuestra participación nos causan pavor y nos bloquean. En mi caso, una simple llamada de teléfono me origina una estereotipia molesta que me hace deambular entre habitaciones como un tigre enjaulado. Extrañezas. Singularidades. Fobias. Crisis. Manías. La reclusión de Proust. Los guijarros en el bolsillo de Virginia Woolf. El silencio de Harper Lee. La huida de Rimbaud. Leopoldo María Panero hablando a través de citas, esperando el Nobel. O Vila-Matas sintiéndose venido del mundo subterráneo de la Atlántida y concluyendo en que «la literatura nos permite comprender la vida pero, precisamente por eso, nos deja fuera de ella».

Quizás, a estas alturas, ya haya surgido la pregunta de si la inoperancia es consecuencia de la literatura o si, más bien, son los inoperantes los que tienden a operar dentro de ella. Sea como sea, poco importa: la simbiosis es un lugar común y la parasitación mutua. Yo ya no puedo mirar a los niños del tiovivo sin ver a Phoebe, sin oír «Smoke Gets in Your Eyes», sin creerme demasiado mayor para montar sobre aquel caballo marrón y bastante tronado. A veces sólo miro al cielo y espero la lluvia.

"Mientras escribía esto, pensé que J. D. Salinger y Peter Pan eran la misma persona, el mismo personaje"

No es de extrañar que El guardián entre el centeno se haya convertido en la voz de millones de inoperantes en todo el orbe que comparten con Holden Caulfield el mismo enfado, las mismas dudas, el mismo cansancio y la misma incapacidad de encajar en el exigente tiempo de los adultos útiles y su eficacia, su rendimiento y disciplina. Pero ¿acaso leer no reclama también esfuerzo y voluntad? No sé. Todo deriva en confusión.

Si bien es cierto que la vida es demasiado estrecha, como decía Savater, y que la literatura la amplía y le da espesor y consistencia al espíritu, no pueden negarse sus implicaciones menos seductoras. Otra de mis taras más comunes consiste en la tendencia absurda de relacionar lo irrelacionable, de buscar el mínimo contacto en lo que aparentemente no tiene nada que ver. Mientras escribía esto, pensé que J. D. Salinger y Peter Pan eran la misma persona, el mismo personaje. El primero escribió: «Soy un completo analfabeto, pero leo muchísimo». Y el segundo, que nunca había pisado una escuela ni sabía cuentos, solía apostarse en la ventana de los Darling, ávido de historias y codicioso por escucharlas.

Estas rarezas propias de los letraheridos enrarecen a menudo las relaciones. El inoperante tiende a la desyoificación, a la referencia, a ocultarse tras un murmullo de citas que lo protegen. Bajo el escudo de Perseo y por temor a petrificar al otro, se pliega al interés del interlocutor con la docilidad de quien sabe que su universo interior es un idioma extranjero. ¿Cómo decir que todas las liebres de la sierra te parecen la de Marzo? ¿Cómo decirlo en voz alta sin atentar contra el sentido del ridículo?

"La ficción multiplica por mucho las experiencias vividas, haciendo que reconozcamos los hechos incluso antes de que ocurran"

A propósito del tema, recordé una entrada de los diarios de Alejandra Pizarnik y fui a comprobarla. La escribió el 12 de febrero de 1958, un miércoles cualquiera: «No sé qué extraño proyecto tienen algunos de mis yos que están haciendo tentativas para desasirme absolutamente de la amistad y de la comunicación. Siento desde mi sangre que no quiero ver a nadie, ni conversar con nadie, y que nada me importa salvo el aprender a interesarme obsesivamente por la literatura. Yo sé que esto es locura. Yo sé que es un atentado a mi vida. Yo sé muy bien. Pero estoy ciega y muda para todo, como si tuviera algodón en las venas, como si me hubiera tragado nieve».

Es probable que, tras lo expuesto, se determine que la literatura no nos hace mejores, que los inoperantes, como apuntó la poeta argentina, alguna vez encontraremos refugio en la realidad verdadera. O puede que no. Después de todo, si se piensa bien, vivir en las palabras no está tan mal. Aquí el pulso es menos hostil y más humano. La ficción multiplica por mucho las experiencias vividas, haciendo que reconozcamos los hechos incluso antes de que ocurran y provocándonos emociones que la vida real no siempre concede. Por tanto, a pesar de los pesares, los libros sí que merecen la pena. Lo aseguro con la convicción de quien —gracias a ellos— ha estado aquí desde tiempos anteriores a Homero hasta el presente banal de nuestros días.

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Fran García
Fran García
2 meses hace

Una vez más lo has vuelto a hacer, Ismael… Impresionante. Leer tus textos es como subirse a uno de esos cochecitos que te llevan de tour: viajas por la literatura, por antiguas lecturas, descubres otras que aún quedan pendientes y, sobre todo, no dejas indiferente a nadie. Hay reflexión, incomodidad, sonrisas, generas preguntas… Gracias por regalarme un café mañanero distinto, lejos del ruido y de la realidad, y permitirme vivir en tus letras. Aquí, por suerte, todavía no llegan notificaciones.

Merino
Merino
2 meses hace

Creo que leer de manera compulsiva al final te va generando intereses bien distintos a los de la mayoría, y eso igual te hace desconectarte un poco. Si te sirve de consuelo, yo tampoco me siento del todo cómodo en grupos grandes.

Juanma
Juanma
2 meses hace

Si que es cierto que “la ficción multiplica por mucho las experiencias vividas, haciendo que reconozcamos los hechos incluso antes de que ocurran y provocándonos emociones que la vida real no siempre concede”, pero también nos proporciona a veces momentos magicos que parecen reproducir nuestras propias experiencias, explicarlas, hacerlas compartidas: se ha dicho, descrito o explicado lo que aparentemente nos incumbe. Y eso solo hace darnos alas para enfrascarnos en la lectura y en consecuencia ….. en la inoperancia. Yo no creo que la literatura proporcione “argamasa” social hoy día y tampoco tengo claro que me hago mejor persona. Pero, cómo sería un mundo sin ficción?

FM2
FM2
2 meses hace

Gracias por este texto tan conmovedor. Me impacta profundamente esa idea de cómo la ficción no solo amplifica la experiencia vivida, sino que también puede ayudarnos a reconocer los hechos antes de que ocurran. Esa dualidad entre refugio y revelación me resuena intensamente. Además, la cita de Alejandra Pizarnik —“Siento que… nada me importa salvo el aprender a interesarme obsesivamente por la literatura”— aporta una dimensión íntima y dolorosamente bella. Finalmente, concluir afirmando que ‘vivir en las palabras no está tan mal’ me dejó con una sensación de paz y gratitud. Un texto que, sin duda, llega al corazón.

Eugenio
Eugenio
2 meses hace

Muy bueno.

Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas

Nunca he sabido hablar ni bien ni regular. Desconozco si la literatura nos hace mejores. Tal vez sí. O tal vez no. No sé. Todo deriva en confusión. No hay que dudar de los beneficios innegables de la lectura, uno podía vivir sin dolor, con esperanza y sin importar lo que pudiera ocurrirle mientras leyera Los libros podían reblandecerte. Cuando los apartabas a un lado y realmente salías fuera entonces necesitabas saber lo que jamás te enseñaron. La literatura nos permite comprender la vida pero, precisamente por eso, nos deja fuera de ella. Si bien es cierto que la vida es demasiado estrecha y que la literatura la amplía y le da espesor y consistencia al espíritu «Soy un completo analfabeto, pero leo muchísimo».
Yo sé que esto es locura, he estado aquí desde tiempos anteriores a Homero hasta el presente banal de nuestros días.
Ya no puedo mirar al cielo, sin oír la Balada de los inoperantes…
No lo digo yo, que lo has dicho tú. Muchas gracias Ismael y un fuerte abrazo.