Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) lleva más de dos décadas construyendo un cine personal que ha sabido dialogar con el gran público y con la historia reciente de España. Desde el misterio gótico de Los otros hasta la reflexión política en Mientras dure la guerra, su filmografía está marcada por personajes que enfrentan dilemas morales y sobreviven gracias a las ideas, la palabra o la búsqueda de libertad.
Nos recibe el director amablemente, en mitad del ajetreo de la promoción, sacando tiempo de donde no hay. Habla despacio pero apasionadamente, y cada tanto se permite una sonrisa, rompiendo así la solemnidad que impone la responsabilidad de dar vida a una leyenda casi intocable.
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—Ahora que ya han salido a la luz muchas críticas, ¿cómo ves el cúmulo de opiniones que han aparecido en la prensa?
—Con los años uno aprende a marcar distancia con la crítica. Fundamentalmente porque he asumido que mis películas las hago de cara al patio de butacas. Al final lo que propongo es que la gente haga un viaje desde el sofá de su casa hasta la butaca del cine, pagando por ello. Los críticos ven mis películas gratis en pases de prensa; yo respeto mucho su trabajo, pero lo que me interesa es la gente que paga por las historias que quiero contar.
—Yo fui al estreno y pagué mi entrada, que conste en acta.
(Risas)
—¿Qué te atrajo de Cervantes y por qué en ese momento?
—Primero me atrajo la peripecia, o mejor dicho, la sucesión de peripecias, que me hacía pensar en una ficción. Al principio incluso lo planteé como una serie de aventuras. Luego me cautivó al darme cuenta de que ese periodo era fundamental para entender al Cervantes que acabaría convirtiéndose en escritor. Me interesaba conocer al ser humano, y de alguna manera también encontrarme a mí mismo como narrador de historias. A través de Cervantes descubrí una conexión inesperada para hablar de mí mismo.
—Una persona que escribe y dirige, ¿no se siente cautiva de sus propias obsesiones?
—Yo intento ser libre. Mis proyectos rara vez se parecen entre sí, al menos en la forma. Pero quizás soy cautivo de mi búsqueda de la libertad. Sí. La libertad está muy presente en mi cine y en mi carrera.
—Todos tus personajes están asediados por algo externo y se salvan con el intelecto o con la verdad.
—Sí. Todos enfrentan un dilema moral. En Los otros, Grace, al conocer la verdad, debe enfrentarse a lo que supone y renunciar a sus creencias. En Mientras dure la guerra, el dilema de Unamuno era rotundo: hablar o no hablar en el Paraninfo, con todo lo que eso implicaba. En El cautivo también se presenta un dilema: no sé cuánto pesó aquel cautiverio en su carrera futura como escritor al volver a España, pero quise jugar con esa hipótesis. Mis protagonistas son, en general, personas que se defienden de las hostilidades que les rodean con ideas y con palabras.
—En esta película parece que has dado un giro hacia la emoción más que hacia las ideas. ¿Fue voluntario?
—Yo asocio mucho las ideas al sentimiento. El Cervantes guerrero me interesa menos que el Cervantes creador; el que trabaja con la ficción y maneja ideas. Ese es el que me emociona. He intentado conocer al hombre que acabaría escribiendo el Quijote. Y lo que destila ese viaje es emoción: un ser empático, que intenta liberar a los suyos a través de la invención, la imaginación, los cuentos.
—Algunos críticos señalan que la homosexualidad en tu película cubre al personaje con un velo. ¿Qué respondes?
—Primero, puntualizar: el sexo existe desde que existe la humanidad. Pensar que no se puede hablar de la intimidad sexual de Cervantes sería absurdo. Nuestro asesor histórico decía que era como hablar de sexo con tus padres: algo incómodo pero obvio. En el siglo XVI, como es natural, existía el sexo y Cervantes seguramente comía, bebía, reía, meaba y follaba. El término “homosexualidad” no existía, pero sí comportamientos amorosos o sexuales entre personas del mismo sexo, igual que existían fenómenos trans. No lo inventamos en el siglo XXI: lo que hemos hecho es ponerle nombre. En los libros de historia estaba planteada la hipótesis de una relación de favor intelectual, homoerótica, entre cautivo y captor. Dramáticamente me parecía imprescindible explorarla. Habría sido absurdo relegarla. Y además, desde mi punto de vista enriquece el personaje. No es una película “sobre eso”: es una película sobre el arte de contar historias. Pero ese elemento añade profundidad.
—¿Cómo se prepararon los actores para interpretar a Cervantes?
—El proceso de Julio Peña fue parecido al mío desde el guion: mostrar a un Cervantes humano, de carne y hueso. Al principio pesaba mucho la losa de la estatua. Julio me dijo: “Olvidémonos de que va a ser un genio; en este momento es un hombre joven con problemas reales”. Desde ahí empezó a construirse todo.
—Y sobre el casting del jesuita, interpretado por Fernando Tejero, ¿cómo fue la elección?
—Ni siquiera le hice prueba. Vi que iba a lanzarse sobre el personaje y a intentar “robarle el plano” a Julio Peña, como hacen los grandes actores. El reto fue que Julio no se dejara, y lo logró. Pero es que creo que todos están soberbios, porque Alessandro Borghi ha hecho un trabajo magnífico, incluido su esfuerzo lingüístico, que resulta absolutamente natural. Y bueno, qué decir del gran Miguel Rellán. Está, desde luego, extraordinario en el papel del clérigo, teólogo y escritor Antonio Sosa.
—¿Sientes que tu cine ha pasado de explorar ideas a explorar sentimientos?
—Los sentimientos siempre han estado ahí. Pero me doy cuenta de cómo reacciona la gente: en los pases hay aplausos, incluso lágrimas. Eso no se puede calcular. En Ágora, que es una película de ideas, yo veo mucha emoción, aunque otros la ven fría. Nunca sabes cómo llegará la emoción al público.
—¿Qué peso ha tenido para ti enfrentarte a Cervantes y, de alguna manera, derribar el mito?
—Al principio era casi un personaje más, el protagonista de una serie de peripecias, casi una figura de película de aventuras. Pero poco a poco fue transformándose en otra cosa, en una especie de alter ego. Alguien que sobrevive a través de la ficción, que es lo mismo que hacemos muchos narradores, los que nos dedicamos a contar historias.
—En España y en el mundo entero Cervantes ha sido estudiado, interpretado y convertido casi en mármol. ¿Cómo se lidia con esa herencia?
—El hecho de que apenas existan películas de ficción sobre él me liberó la conciencia. Soy consciente de que hay personas que no han visto la película y se sienten ofendidas por este retrato tan humano, tan cercano, incluso por la dimensión sexual que planteamos. Pero tengo la tranquilidad de haberme tomado la molestia de acercarme a esa estatua con la que llevo veinte años conviviendo. Antes apenas la miraba; ahora me levanto cada mañana y lo primero que hago es mirarle a la cara.
—Hemos mencionado en esta conversación, de pasada, también a Shakespeare, con quien tantas veces se le compara.
—A Shakespeare lo transformaron en carne en el cine, en un personaje con matices, complejo. Me gustaría pensar que con Cervantes he hecho algo parecido: quitarle el polvo y las telarañas de ciertos retratos y devolverlo a la vida.
—¿Qué es lo que más ilusión te produce de este trabajo?
—Que ahora se hable de él, aunque sea por la polémica. Que Cervantes esté en la conversación, que sea transversal, que los jóvenes lo nombren y lo discutan. Eso me emociona.
—Y personalmente, ¿qué te ha dado Cervantes?
—La ironía y el sentido del humor. Me ha enseñado a mirar las cosas con cierta distancia.
—¿Te tomarías un vino con Cervantes?
—Amenábar (sonríe ampliamente, casi con complicidad): Sí. Estoy seguro de que sería alguien muy divertido.






Qué entrevista tan buena realizó la polifacética María José Solano al reconocido cineasta Alejandro Amenábar. Felicitaciones a ambos.
Entrando en el tema polémico que trata la película, la supuesta homosexualidad de Cervantes, pienso que es un elemento de la estrategia para asegurar un éxito de taquilla y no creo relevante para conocer la Obra de Cervantes sí fue o no homosexual, bisexual o heterosexual, una banalidad de moda, lo bueno es que Cervantes está de moda, en los libros y en el cine, así tenemos más libros para leer y más películas para ver y esto es magnífico.
No la he visto aún, pero me temo lo.peor, después de lo que hizo con Ágora. Una pena, su ideologilización empaña la labor de un buen director.
Atravesé la eternidad
Y descubrí tras de una nube alguien
Un caballo con alas viene hacia mí…
Rocinante. Asfalto.
V
La vida de los soldados del Tercio de Galeras era tan dura, qué creo que a un sensible en el buen sentido de la Palabra, homosexual jamás se le habría ocurrido sentar plaza.