Este mes, en Sopa de libros, vamos a hablar de clásicos que tienen como protagonista a una mujer. Hay muchísimos, y la mayoría de ellos tienen en el título el nombre de ella. Podríamos haber traído aquí a la rusa Ana Karenina, a la alemana Effie Briest, a la inglesa Jane Eyre, incluso a Marianela, a Emma o a doña Bárbara, todas diferentes y peculiares, todas grandes protagonistas, pero hemos traído a tres mujeres inolvidables.
Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia.
La novela es divertidísima, una novela innovadora, que se lee primero con sorpresa, luego con una sonrisa y, al fin, con un estremecimiento.
Tristana vive con don Lope porque es la hija de un íntimo amigo suyo a quien don Lope ha dado cobijo. Pero a los dos meses de vivir con él la pobre huérfana, don Lope ya la ha hecho su amante. Y es que don Lope, por dogma de su caballería sedentaria, no admite crimen ni falta ni responsabilidad en cuestiones de faldas. Está muy contento de su adquisición, porque la chica es linda, despabiladilla, de graciosos ademanes, fresca tez y seductora charla. Y para convencerse se dice que si la madre le pidió que la amparase, más amparo no cabe. En ningún momento se le ocurrió al caballero desposarse con su víctima, pues aborrece el matrimonio y lo tiene por la más espantosa fórmula de esclavitud que idearon los poderes de la tierra para meter en un puño a la humanidad.
Tristana acepta aquella manera de vivir. Pasa por momentos de corta y pálida felicidad, y en los primeros tiempos no da importancia al hecho de que la edad de su tirano casi triplica la suya. Hasta que un día, de repente, la fascinación de Tristana por don Lope termina, y empieza a verle, directamente, como un viejo.
El eje fundamental de la novela es la imposibilidad de romper el cerco y salir del papel que le está reservado a la mujer. Tristana, por haber sido seducida por su tutor, está incapacitada para el matrimonio y la sociedad. Tras su deshonor, percibe el vacío que se le hace y, de repente, es muy consciente de su situación y se le ocurre que quiere ser pintora o escritora.
Tristana encuentra el amor en brazos de un pintor, pero un día siente un dolor muy agudo junto a la rodilla, justo donde tiene un lunar. La cosa se complica y al final le tienen que cortar la pierna, después de muchísimo sufrimiento. Al año de la operación, el rostro de Tristana ha adelgazado tanto que apenas se la reconoce. Parece que tiene cuarenta años cuando apenas tiene veinticinco. Se aficiona a pasar las horas de la tarde en la iglesia y, para facilitar esta inocente inclinación, don Lope se muda desde lo alto del paseo de Santa Engracia al del Obelisco, donde tienen muy a mano cuatro o cinco templos, modernos y bonitos, y además la parroquia de Chamberí, y la afición de Tristana a la iglesia se le pega a don Lope. Es un final muy triste porque, encima, al final, don Lope y Tristana se casan, ante la indiferencia de ella.
En muchas de sus novelas, Galdós fue muy crítico con la sociedad española de finales del siglo XIX, señalando el limitado papel de la mujer. Emilia Pardo Bazán se lamentaba de que Galdós no hubiera podido desarrollar y concentrarse en lo que ella consideraba la preocupación central de la novela: la soledad y el aislamiento de Tristana (y, por tanto, de muchas mujeres españolas) debido a las limitadas opciones que tenía a su disposición. Doña Emilia Pardo Bazán decía que Galdós podría haber convertido a Tristana en una mujer de éxito, pero Galdós se mantuvo fiel a la vida real y mostró cómo las esperanzas, ilusiones y proyectos de una mujer terminan siendo cercenados.
Tristana tuvo una magnífica adaptación cinematográfica dirigida por Luis Buñuel, protagonizada por Catherine Deneuve y Franco Nero, junto a un soberbio Fernando Rey, en el papel que lo encumbró internacionalmente.
Es una novela muy brillante y muy moderna que sigue siendo sorprendente y triste.
La segunda novela protagonizada por una mujer sorprendente, inolvidable, es Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Emma Bovary es la mujer de los sueños imposibles. O mejor, la mujer que no renuncia a sus sueños.
Antes de casarse, ella había creído estar enamorada, pero como la dicha que debía resultar de ese amor no llegó, pensaba que tenía que haberse equivocado. Intentaba saber qué se entendía exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasión y ebriedad, que tan hermosas le habían parecido en los libros.
Como dijo Vargas Llosa en un libro maravilloso sobre la novela de Flaubert, titulado La orgía perpetua: “Un elemento dramático constante es que Emma sólo puede vivir la realidad ilusoriamente, o, más bien, vive la ilusión, trata de concretarla. Ilusión y realidad son en la novela versiones opuestas de una misma cosa, dos hermanas (una bella, la otra fea) inseparables”.
Y eso le pasa hasta a la hora de ser madre. ¡Qué gran personaje ausente es la hija de Emma Bovary! Emma quiere gozar, no se resigna a reprimir esa profunda exigencia sensual que Charles no puede satisfacer porque, de hecho, el pobre no sabe ni que existe. Y quiere, además, rodear su vida de elementos superfluos: la elegancia, el refinamiento. Quiere materializar en objetos el deseo de belleza que han hecho brotar en ella su imaginación, su sensibilidad y sus lecturas. Emma quiere conocer otros mundos, otras gentes, no acepta que su vida transcurra hasta el fin dentro del horizonte obtuso de Yonville y quiere, también, que en su existencia figuren la aventura y el riesgo, los gestos teatrales y magníficos, el sacrificio.
La rebeldía de Emma nace de esta convicción, raíz de todos sus actos: no me resigno a mi suerte, la dudosa compensación del más allá no me importa, quiero que mi vida se realice plena y total, aquí y ahora. Y entonces empieza a tener amantes.
Emma representa y defiende de modo ejemplar el derecho al placer: un lado de lo humano brutalmente negado por casi todas las religiones, filosofías e ideologías, y presentado como motivo de vergüenza. Y más en el caso de una mujer.
Emma quiere realizar sus deseos, y su represión ha sido la causa de su infelicidad. La represión de la mujer, tan extendida como la explotación económica, el sectarismo religioso o la sed de conquista entre los hombres. La historia de Emma es una ciega rebelión contra la violencia social que sofoca el derecho al placer de la mujer.
Emma es traicionada por sus amantes, se mete en préstamos que jamás podrá devolver, se dirige hacia un callejón sin salida, rodeada de un pueblo gris que la juzga y que la encorseta cada vez más. Cuando no encuentra la salida se suicida, tragando a puñados veneno que le proporciona el ayudante de botica, que la admira y la desea.
Gustave Flaubert escribió Madame Bovary en cinco años Se publicó en 1856 en la Revue de Paris y terminó siendo prohibida en 1858. Flaubert tuvo que ir a juicio para defenderse de las acusaciones de “ofensa a la moral religiosa” y “ultraje a las buenas costumbres”. Flaubert escribe una obra genial porque se inventa una forma de contarla, lo primero, y porque lo hace con tal precisión, con tal cuidado, con tal perfección al elegir cada palabra, cada coma, que todo está en su sitio, en un artefacto literario genial. Y esa forma de contar que se inventó Flaubert es el estilo indirecto libre. Y cambió la forma de escribir (y de leer). Escribió desde un punto de vista desde el que nadie había escrito hasta entonces. Básicamente consiste en una forma de narración en la cual el narrador está tan cerca del personaje que el lector tiene la impresión de que quien está hablando es el propio personaje. La raíz del estilo indirecto libre es la ambigüedad, esa duda o confusión del punto de vista, que ya no es el del narrador, pero no es todavía el del personaje, y que evolucionará hacia el flujo de conciencia de Virginia Woolf y el monólogo interior de Joyce.
Flaubert decía que toda literatura con moraleja es intrínsecamente falsa. Y por eso narra todo manteniendo una inexpugnable neutralidad respecto de lo que ocurre, sin opinar, sin sacar enseñanzas morales. Lección fundamental de la literatura. Y la novela que pone ante nuestros ojos es inolvidable, maravillosa, una de las grandes obras maestras de la literatura universal.
La tercera novela es La Regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”. Ana Ozores es la mujer aburrida en la sociedad de provincias.
Se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez, a la que ya estaba llamando… y no había gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de comedias, novelas y hasta de la historia. El amor es lo único que vale la pena de vivir, había ella oído y leído muchas veces. Pero, ¿qué amor? ¿Dónde estaba ese amor? Ella no lo conocía.
Leer La Regenta es sumergirse en la pasión y en el deseo. Pocas novelas han contado de esa forma tan brutal el poder esos sentimientos que se lo llevan todo por delante. Pero La Regenta tiene muchas otras cosas. Cuenta maravillosamente una ciudad, Oviedo, que es Vetusta. Tiene una primera frase gloriosa: “La heroica ciudad dormía la siesta”. Y una primera escena con el magistral, Fermín de Pas, vigilando la ciudad desde la torre de la catedral, que es un prodigio absoluto de la literatura. Pero también cuenta, como pocas, la gente que puebla esa ciudad. No se recrea en la descripción, sino que explica, a través de la gente, cómo es, cómo piensa, cómo siente esa ciudad. Y así, cuando ya conocemos esa mentalidad y ese territorio, podemos entrar un poco más allá y conocer las almas, o más bien los cuerpos, que tiemblan bajo la ropa, que se buscan, se encuentran, se niegan y se castigan. Porque por encima de todo, vigilándolo todo, empapando todo, están la iglesia y la aristocracia, bastiones intocables de la moral y las costumbres.
Pero, igual que hizo Flaubert, Clarín busca la comprensión, conocer más, saber más. Y no juzga. El interés que le produce el ser humano se impone. Ahonda tanto en los personajes que la moral de la sociedad, aunque está siempre presente, queda en un segundo plano. Y, como Flaubert, utiliza el estilo indirecto libre y el monólogo interior. La Regenta se publicó casi treinta años después de Madame Bovary.
Hay escenas maravillosas que definen por sí solas a los personajes, hay deseos que lo incendian todo, hay personajes inolvidables. Es una novela agotadora por la intensidad que tiene, por las idas y venidas de los personajes, que no terminan nunca de decidir y le dan vueltas a las cosas, atormentados por la culpa, y todo es sórdido pero todo es voluptuoso, y esa mezcla es explosiva. Todos los personajes tienen una parte oscura que en algún momento les lleva a comportarse de forma indigna.
Cuenta la historia de Ana Ozores, una mujer joven, casada con un hombre mayor, mortalmente aburrida, que vive controlada por la sociedad, representada por su confesor, Fermín de Pas, que está oscuramente enamorado de ella. En realidad aquí hay un tema de control, de posesión, porque Fermín de Pas empieza a comportarse con Ana como un hombre y no como un confesor cuando ella se plantea tener una aventura con el galán de la novela, Álvaro Mesía. Y asistiremos al nacimiento del deseo, a la represión, a la respuesta de la sociedad y de la iglesia, al arrepentimiento de Ana, para que todo vuelva a empezar poco después.
Y al final salta el escándalo. Todo el mundo se da por enterado de lo que ya todos sabían (salvo el marido) pero nadie decía. Hay un duelo, una forma muy aristocrática de solucionar las cosas, entre Víctor Quintanar, el marido de Ana, y el amante, Álvaro Mesía. La bala del galán le entra al marido en la vejiga, que está llena. Muere. Tres días después de la catástrofe a Ana le entregan una carta en la que Álvaro Mesía explica, desde Madrid, su desaparición y su silencio. Ana está ocho días entre la vida y la muerte y un mes entero en cama. Dos meses más convaleciente, padeciendo ataques de nervios. No sale de casa. Nadie va a verla. Vetusta la noble está escandalizada, horrorizada. Ella ni siquiera quiere pedir la pensión de viudedad, pero se queda sin recursos y tiene que hacerlo al fin. La primera salida que hace es para confesarse. Allí espera la venganza el despechado Fermín de Pas. La escena con la que cierra Clarín la novela es inolvidable.
El magistral está en su sitio, pero al entrar la Regenta en la capilla, la reconoce. Deja de oír a la beata de turno en confesión y solo escucha los rugidos de su pasión vociferando. La catedral está sola. Empieza la noche. Ana espera sin aliento la llamada a la celosía. Pero aunque no queda nadie para confesar, nadie la llama. Entonces se levanta para ir hacia el confesionario y cuando lo hace, el magistral sale como un basilisco. Extiende un brazo, da un paso de asesino hacia la Regenta, que, horrorizada, retrocede hasta tropezar con la tarima. Cae sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos extendidas hacia el magistral, al que le tiembla todo el cuerpo. Cae de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro, y se desmaya. No hay nadie en la Catedral. Solo Celedonio, el acólito, afeminado, alto y escuálido, que va cerrando todas las capillas. De pronto, Celedonio reconoce a la Regenta, desmayada. Y vencido por su perversión y su lascivia, la besa en los labios.
Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
Tres mujeres extraordinarias, protagonistas de tres novelas maravillosas. Tristana, Emma Bovary y Ana Ozores, la Regenta, tres mujeres que quisieron ser libres y la sociedad no se lo permitió a ninguna.




“hay deseos que lo incendian todo”
“quisieron ser libres y la sociedad no se lo permitió a ninguna”.
La represión como respuesta.
Martínez Asensio
Es Literatura, lo sé.
¿Escapa mucho de la realidad actual?