Transcripción de la entrevista a Nuria Badal por Fernando Gamboa, con relación al thriller de reciente publicación titulado ELLA.
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Estoy sentado con ambos brazos apoyados sobre una amplia mesa de madera oscura, con una taza de café humeante al alcance de mi mano izquierda, una libreta de notas y una pequeña cámara grabando desde un trípode.
Tiene su pelo rubio atado en una cola de caballo hecha con descuido, un corte en la frente, los brazos sembrados de arañazos, el bulto de un aparatoso vendaje bajo su camiseta blanca y unas profundas ojeras subrayando unos cansados ojos verdes.
Parece que se haya caído por un barranco y lleve una semana sin dormir.
—Hola, Nuria —la saludo con una sonrisa—. Hacía tiempo que no hablábamos ¿Cómo te encuentras?
—¿Que cómo me encuentro? —rezonga, abriendo los brazos— ¿A ti qué te parece?
—Ya, claro —me excuso, sospechando que esto no va a ser fácil—. Intentaba ser amable.
Nuria recibe mi disculpa con indiferencia y mira a su alrededor con extrañeza.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunta con suspicacia.
—Hablar un poco sobre tu último caso. ¿Te parece bien?
—¿Me vas a meter en un lío? Sabes que hay cosas de las que no puedo decir una palabra.
—No quiero meterte en ningún lío. Solo saber qué te ha pasado y cómo estás.
—Pues jodida, ¿cómo quieres que esté? Eres tú quien está dirigiendo mi vida últimamente y, perdona que te lo diga, pero eres un asco de director.
—¿Tan mal lo estás pasando?
—Llevo meses con pesadillas, estoy a punto de perder el trabajo y cada dos por tres alguien intenta matarme.
—Seis.
—¿Qué?
—Dos por tres, seis.
Nuria resopla sonoramente y pone los ojos en blanco.
—Joder, Fernando. ¿Para eso me preguntas? ¿Para hacer chistes malos?
—Perdón. A veces no lo puedo evitar.
—Ya. Como tampoco puedes evitar meterme en problemas constantemente, ¿no? ¿Por qué no puedo tener casos de gente civilizada en plan Agatha Christie, de esos que resuelve una abuelita a la hora del té?
—A ti no te gusta el té.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Tampoco eres una abuelita, Nuria. A ti te va la marcha.
—No me fastidies. La marcha te va a ti, que estás escribiendo tranquilamente en tu casa mientras a mí me disparan, me acuchillan, me lanzan por acantilados y termino hecha un cristo después de cada libro.
—Bueno, es tu trabajo, ¿no? Y no me puedes negar que te gusta. Al menos un poco.
—Me gusta ser policía y me gusta investigar. Que me hagan agujeros, ya no tanto.
Asiento comprensivo, haciendo como que tomo nota en mi libreta.
—De acuerdo. Lo tendré en cuenta para la próxima novela. Nada de agujeros. Pero, hablando de libros… ¿no hay nada que puedas contar de este último?
—No sé. Déjame pensar… —se lleva la mano a la barbilla—. ¿Que eres un cabrón retorcido y sin escrúpulos?
—Entiendo… y ¿algo bueno que decir al respecto?
—Eso era lo bueno.
Echo un vistazo a mis notas como si las necesitara para hacer memoria, pero en realidad aprovecho para tomar aire y cambiar de tercio.
—Tu jefe te envió al remoto pueblecito de Cadaqués, en la Costa Brava, para resolver un caso aparentemente irresoluble —leo al cabo de un rato—: La inexplicable desaparición, como si se hubieran evaporado, de varios militares de una base de alta seguridad del ejército del aire —levanto la vista de la libreta—. ¿Qué me puedes decir de eso?
—Prefiero no hablar de los militares —reniega, masajeándose el puente de la nariz—. Tratar con ellos ha sido un dolor de muelas.
—¿Quieres hablar entonces del aspecto del caso más… cómo decirlo… extraño?
—Todo en este caso ha sido extraño de narices —sentencia.
—Me refiero a la vertiente sobrenatural que tomó en algún momento.
—Tampoco.
—Creo que tuviste alguna experiencia relacionada con los mitos y leyendas locales, ¿no? —insisto, ignorándola—. Algo sobre el demonio de la tramontana, creo recordar.
—Te he dicho que tampoco quiero hablar de ello —responde secamente.
—¿Y qué me dices de la gente que has conocido? Habría alguien interesante.
—Claro —sonríe torcida—. Estaba el que quería sacarme los ojos —comienza a enumerar levantando los dedos—, la psicótica asesina, los matones de gatillo fácil, el chalado que quería ahogarme, el que…
—Vale, vale —la interrumpo—. Pero también ha habido cosas buenas, ¿no? Por ejemplo, descubrir lo que le pasó realmente a tu padre.
Nuria se inclina sobre la mesa con semblante sombrío.
—Hubiera preferido no saberlo.
—No lo creo. Y además, a los lectores les va a encantar.
—Me importan un bledo tus lectores, Fernando. Eres tú el que te estás forrando, mientras a mí me haces pasar un calvario en cada caso. Especialmente en este último.
—No es mi intención que lo pases mal.
—¿Que no es tu intención? —repite con un gesto de incredulidad—. ¿Me estás vacilando?
—Yo solo trato de hacer mis novelas emocionantes, Nuria. Entiendo que en esta última pasas por momentos complicados, pero son necesarios para el desarrollo de la historia y alcanzar ese final que nadie espera.
—No me jodas, Fernando. Un momento complicado es que se te rompa un tacón en la calle, no estar a punto de palmarla cada vez que salgo de casa.
—Bueno, pero aquí estás, ¿no? Vivita y coleando.
—No gracias a ti, desde luego.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Vaya, veo que sigues tan perspicaz como siempre.
—¿Serviría de algo pedirte disculpas?
—Serviría de algo que dejaras de meterte en mi vida, enfrentándome a terroristas, sicarios y psicópatas.
—Admite que lo de perseguir a criminales en el fondo te encanta.
—No, si aún querrás que te dé las gracias.
—No hace falta. Pero te recuerdo que yo solo pongo el escenario y los personajes. La forma en que suceden los acontecimientos tiene más que ver con tu forma de ser y tus elecciones que con las mías.
—O sea, que me merezco lo que me pasa.
—Yo no he dicho eso, Nuria. Eres inteligente, valiente, honesta y compasiva, pero a veces tomas unas decisiones… digamos que algo temerarias.
—Hago lo que tú me empujas a hacer, no escurras el bulto.
—Yo no te empujo a nada. Te planteo una situación y tú eliges qué camino tomar.
—Cuando me pones al borde de un abismo con una pistola en la nuca, no es que me dejes demasiada elección.
—Siempre hay elección, Nuria. Lo que no significa que alguna sea buena. A veces solo queda escoger la menos mala y aceptar las consecuencias.
—Vaya, ¿ahora te vas a poner filosófico? ¿Me vas a sugerir que mire el lado positivo y esas mierdas de autoayuda?
—¿Serviría de algo?
—Ya sabes que no.
—Pues te haría bien.
—Lo que me haría bien es que dejen de intentar matarme.
—Creo que si no lo hicieran te aburrirías. Te guste o no, eres una mujer de acción.
Nuria resopla y menea la cabeza con fastidio.
—¿Sabes? —exhala—. Ya me he cansado de esta entrevista o lo que sea que estemos haciendo.
—Aún tengo muchas preguntas que hacerte. Los lectores quieren saber lo que ha pasado y lo que va a suceder a partir de ahora.
Nuria se pone en pie, dispuesta a marcharse.
—Pues que se lean el puñetero libro. Yo ya he terminado con esto. Tengo muchas cosas que hacer.
—¿Qué cosas? No me digas que estás trabajando en un nuevo caso.
Nuria me apunta con el índice, amenazadora.
—Ni se te ocurra, ¿me oyes? Deja de meterte en mi vida, Gamboa.
Que use mi apellido es señal clara de que se le está acabando la paciencia y, como para confirmarlo, planta ambas manos en la mesa y mira hacia la cámara con el ceño fruncido.
—Y tú… Sí, tú, que estás leyendo esto. Deja de animar a este cabrón para que escriba más sobre mí. Lee ELLA si te apetece, o no, a mí me importa un cuerno. Pero dejadme descansar una temporada.
Dicho esto, Nuria se da la vuelta encaminándose hacia la puerta y, un segundo antes de que propine un sonoro portazo, la oigo gruñir una última vez:
—Necesito unas jodidas vacaciones.
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Autor: Fernando Gamboa. Título: ELLA.


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