A estas alturas el que más y el que menos ya sabrá quién es László Krasznahorkai, el húngaro que ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Las revistas y periódicos dominicales les habrán dejado claro que su premio se lo ha ganado por «reafirmar el poder del arte en medio del terror apocalíptico». Terror apocalíptico, como si no estuviésemos ante el fin del mundo todo el tiempo. Sin duda ustedes lo sospechan, pero yo se lo confieso: hasta la semana pasada no sabía siquiera de la existencia de este escritor y, en consecuencia, no lo había leído nunca. ¿Me pondré con ello? Puede ser. El Premio Nobel literario, desde 1901, solo ha sido concedido a dieciocho mujeres. Por supuesto, el porcentaje femenino es mucho más notable en los últimos lustros. Vaya por delante que me manifiesto en contra de la discriminación positiva en general y de todos los premios que no son objetivos en particular.
¿Y por qué esta suspicacia? ¿Quizás —se preguntarán— porque yo misma apenas dispongo de títulos ni honores? No, frío. ¿Es que, entonces, me atrevo a cuestionar la honorabilidad de los premios? Tampoco. Pero sí me cuestiono, en el caso del Nobel, cuáles son los criterios del comité que decide quiénes son los candidatos cada año. Dicen que nadie puede recibir el premio si no ha estado en esa lista, al menos, en dos ocasiones. ¿Será cierto? Y por otra parte y en relación con los criterios selectivos: ¿obedecen de forma estricta a los artilugios literarios creados por los candidatos o manejan aspectos parciales, temporales, sociales y políticos?
Me estoy tomando la molestia de leer a los premiados cada año, y tengo que decir que mi decepción va in crescendo. A lo mejor es que no estoy lo suficientemente formada ni soy lo bastante lista como para adentrarme en alta literatura, y lo digo con total franqueza, sin ápice de ironía. Annie Ernaux escribe bien, es indudable, pero ¿es brillante? No me lo parece; sin embargo, es valiente: escribió sobre asuntos complejos y reprobables cuando era prácticamente «pecado» hablar de ellos, y en consecuencia merece reconocimiento. Con Han Kang tengo sentimientos encontrados, porque su narrativa poética es una delicia, pero su trama en La vegetariana, por ejemplo, parece producto de un viaje psicotrópico donde no alcanzo a ver el mensaje metafórico: lo sobreentiendo, pero al final estoy deseando que se muera la protagonista de una santa vez.
En una ocasión me pronuncié sobre el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan y me llovieron piedras, pero me reitero: ¿qué tendrá que ver la composición musical con la estructura narrativa y literaria? Me podrán decir que el trabajo de Dylan es incluso más complejo, al tener que conciliarlo con la música, y hasta les daré la razón, pero no se puede juzgar cuál es la playa más bonita del Mediterráneo para después darle la medalla a la Sierra de Madrid. Digo yo.
Estos pensamientos alocados míos me llevan a nuevas conclusiones: ¿y si al leer todos estos autores y autoras premiados con criterios que no son los míos me estoy perdiendo algo? Me refiero a esos escritores que no están en las listas, pero que al leerlos notas un hachazo en la cabeza. ¿Se escurrirán en el olvido? ¿Necesitarán escribir una nota de esperanza ante el mundo apocalíptico para que alguien pose su mirada sobre su triste figura?
De momento, y consciente de mi ignorancia infinita, leeré al nuevo premiado por si fuera yo quien estaba perdida durante todo este tiempo.


Hola. No soy escritor. Soy ingeniero. Intento ser científico y lector. Y me queda claro cuando alguien escribe bien. Estos comentarios inesperados me abren los ojos. Borges merecía el Nobel pero un apretón de manos a quien no debía le negó el premio. Por qué lo merecía? Por qué no lo merecía? En ambos casos habrán mil razones. Después de todo, el Nobel , o el Oscar, no son sino ruido alrededor de algo.
…para su información y disfrute. Aprenda con Alberto olmos:
https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2025-10-09/lazslo-krasnahorkai-el-escritor-transcendental-que-nadie-leia-en-espana_4225265/