Es de sobra conocida la anécdota de la magdalena que estimuló a Marcel Proust el denso proceso de recuperación del pasado, ese rescatar las circunstancias del ayer que los psicólogos denominan memoria reintegrativa. Algo así, aunque sin ninguna dependencia de fuentes ajenas, lleva a cabo Esther L. Calderón en Pipas. El propio título remite de forma nada equivoca al impulso seminal de una historia que es toda ella una pura rememoración, una convocatoria general del recuerdo que rescata no solo unos hechos sino la coyuntura en que se produjeron.
Nada especialmente llamativo, ni siquiera original, se refiere en el arranque de una novela que, ante todo, manifiesta una absoluta claridad expositiva y estructural. En expeditivo resumen, Esther Calderón cuenta cómo eran aquellos tiempos adolescentes preñados de un futuro incógnito. Y cuenta, explaya más bien, cuál fue el futuro de aquellos bachilleres, de modo que al final un relato abierto al porvenir termina ofreciendo una estructura circular. La historia empieza con las dichosas pipas y termina con el cierre de un ciclo vital entero siempre bajo el estro de la memoria punzante de aquellas apáticas jornadas juveniles. O, si se quiere, del tiempo entero que abarca desde el proceso de descubrimiento del mundo, una especie de relato iniciático, hasta que el mundo es una realidad insoslayable, determinada, forjada para el resto de la vida y convocada por la memoria.
Tal trama anecdótica no tiene en sí misma mayor peculiaridad. Nada de verdad no ya insólito sino ni siquiera sorprendente nos cuenta la autora. No está la novedad en un anecdotario curioso, sino en su mirada sobre la realidad. Y esta novedad se asienta en dos pivotes. El primero es la fecha externa de la historia, los años noventa del pasado siglo. Parece un dato insignificante y, sin embargo, está preñado de sentido. En las vidas de los jóvenes no ocurrió nada excepcional entonces, nada insólito aconteció, y el relato se carga de datos corrientes: amoríos iniciáticos, alguna disputa entre camaradas, fisuras en las relaciones familiares, el mito de la nueva vida en la ciudad, los estragos de la droga, más un dato definitorio, la espada de Damocles, tan temida como ansiada, del inicio al año siguiente del próximo ciclo de su preparación profesional, la universidad. En realidad, se trata, sin embargo, del primer y máximo elemento determinante de la novela, según esta se encargará de especificar, quizás con algún exceso explicativo. Son los jóvenes de los años noventa, la primera promoción adolescente nacida en democracia.
El otro pivote de esta estampa un tanto perediana —la autora me disculpará si aprecio en su novela un aroma tradicionalista-conservador no del todo alejado del modo de sentir el tiempo y la tierruca propios de su decimonónico antecesor— se ancla en el minutísimo emplazamiento de la acción en un lugar exacto, en Maliaño, en el otro margen de la rutilante bahía santanderina, en su zona industrial, antigua reserva ganadera, objetivo antaño de la emigración, más tarde polígono fabril y al fin víctima de los terribles ajustes productivos y laborales de los años de la reindustrialización. Es imprescindible señalar, por otra parte, el hondísimo sentimiento del paisaje que inspira a Esther Calderón, y que debe de ser algo muy vivenciado por los narradores de la tierra, y no de quienes cultivan un explícito amor al terruño, según lo demuestra en buena medida otro destacado narrador cántabro de nuestros días, Manuel Gutiérrez Aragón, algunas de cuyas mejores y más hondas páginas novelescas están transidas por la emoción retrospectiva de sus predios familiares en la Vega del Pas, donde el padre ejerció su oficio veterinario.
No debe un reseñista cuidadoso dar cuenta de las peripecias en diversos lugares de la pandilla de adictos a las pipas después de que emprendieran los diversos caminos que les abocaron a la vida profesional. No ha de hacerlo porque le hurtaría al lector una materia anecdótica en sí misma interesante, que es gustosa de conocer y que proporciona la satisfacción de vivir en el papel existencias ajenas. Bastará con indicar que se presentan trayectorias variadas que abarcan múltiples actitudes intelectuales, profesionales y emocionales. Caso por caso van encarnando ilusiones y desilusiones, ambiciones y fracasos, optimismo y desaliento, certezas y perplejidades, alegrías y pesares… En suma, un retrato múltiple de las actitudes y retos con que gente en proceso de maduración afronta la realidad. La novela es ni más ni menos que un coral relato de maduración. En el que, eso sí, nunca falta el cordón umbilical que les une a su patria chica, al territorio casi sagrado de la infancia, al cual se producen emotivos regresos circunstanciales.
Lo que sí tienen, además, y es imperativo resaltarlo, es la vivencia arraigada de un grupo que comparte una conciencia generacional. Un recuento léxico de la novela daría como resultado una abundancia extraordinaria del término “generación” y colindantes. Y he aquí el rasgo definitorio de la novela. Pipas es una novela generacional, con todo lo que ello entraña, sobre todo con lo que implica de recreación desde la invención novelesca de la trayectoria de una promoción lanzada al mundo en un preciso y determinante momento histórico. La historia, el marco cronológico que arranca, como he dicho, a finales de los noventa significa solo una ambientación temporal. Es la pura esencia, la razón misma de ser de la obra. Y quizás por la edad de la autora, nacida en su inexcusable Santander en 1981, la razón de que Esther Calderón escriba la novela, su novela, la novela de aire autobiográfico —no en el detalle de las cosas que hace la protagonista y narradora— a que ella se ha visto abocada a escribir para explicarse a sí misma, para dejar constancia de su visión del mundo. Si se me permite abusar de las rutinarias y abusivas taxonomías generacionales, Pipas es la novela por excelencia de la generación llamada millennial. Pipas es la novela que faltaba de los millennials, la que de verdad rinde tributo a la ambición de la también tildada, aunque con menos fortuna, generación Y.
El meollo de esta inquisición generacional se centra en un planteamiento en esencia ideológico. La novela plantea el futuro esperanzador que se abría a los millenials y aborda cuánto lo marcó la resignación y el fracaso. De ahí la mirada lúcida de Mada, la narradora, quien, en representación de todo su grupo, acoge tanto las ilusiones como las derrotas. Lo hace, además, con una intuición narrativa muy afortunada porque compagina la evocación sentimental, cierto grado de arrebato poemático y el enjuiciamiento analítico. Mada hace balance un cuarto de siglo después de las vivencias adolescentes. Y eso le lleva a lo más personal del relato, a la construcción de una fábula que muestra formas de vida y las compagina con un intenso componente especulativo.
Lo de verdad original de Pipas está en la mezcla de invención y de ensayo. Toda buena novela suele tener un trasfondo analítico que incluye en los casos más singulares una lección, o, si se quiere, una ideología. Esther Calderón da un paso más allá y no disocia lo narrativo y lo especulativo. En todo momento analiza y pondera la relación entre los personajes y el contexto histórico político. Dicho de otra manera, añade a la ficción una glosa ensayística, comentarios especulativos. De tal modo, la novela es tanto el relato coral del devenir de unos muchachos como un breve tratado o una síntesis divulgativa del pasado reciente de nuestro país. Que lo haga al hilo de las peripecias de los personajes no resulta demasiado llamativo (si bien en literatura siempre es preferible sugerir o insinuar que explicar), aunque en Pipas sobreabundan más de lo deseable las referencias directas a las clases sociales, en especial a la situación de la clase media. Pero sí es de verdad curioso que haya momentos de la novela en que el análisis socioeconómico, la denuncia o la simple divulgación histórica le roben el corazón al contenido novelesco. Así ocurre en el muy político capítulo 12, La música.
Esther Calderón ha querido someter su mundo novelesco, su trasfondo vital no poco autobiográfico, creo, a este torcedor de lo ensayístico, y con ello ha obtenido una opera prima de notable personalidad narrativa. No creo que este sendero tenga mucho recorrido en el futuro, pero en esta ocasión sí demuestra la actitud literariamente vigilante y meritoria de una novelista nueva que ha querido romper con los caminos de sobra trillados de nuestra narrativa actual.
—————————————
Autora: Esther L. Calderón. Título: Pipas. Editorial: Pepitas de Calabaza. Venta: Todos tus libros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: