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Los rugidos de la Tierra

Los rugidos de la Tierra

Tras el enorme éxito que esta novela ha tenido en su versión catalana, llega la traducción al castellano de esta distopía que reflexiona sobre la maternidad, el mundo ultraliberal y la crisis espiritual. Una novela digna de nuestra atención.

En este Making Of, Elisenda Solsona recuerda qué le llevó a escribir Mammalia (Lava).

***

Era una tarde de verano de 2016 y el viento hacía danzar las hojas de los abedules.

Mis sandalias pisaban el sotobosque espeso. A pesar del calor sofocante, sentía una brisa fresca que me agitaba el cabello. Aquel frío brotaba del interior de una cueva que íbamos a visitar. Estábamos recorriendo el sur de Francia y nos habíamos apuntado, días atrás, a una excursión por sus grutas.

Nos adentramos en el vientre de la Tierra en una pequeña barca con un guía. Navegábamos por los túneles oscuros y húmedos. Éramos diez personas desconocidas, en un silencio sepulcral.

El sonido del remo rompiendo el agua subterránea se nos incrustaba en los oídos. Observaba las paredes rocosas, brillantes por un goteo incesante.

¿Quién sabe desde cuándo?

La cueva se iba estrechando, volviéndose más densa, más sombría.

"Me desprendía del derecho y me quedaba solo con el deseo: feroz, instintivo, animal. Tantos años de espera me habían ayudado a desmenuzarlo, a diseccionarlo"

Sentía la necesidad de acariciar aquellas piedras milenarias, de impregnarme de su fuerza, de su absurdidad, de su abismo, de su majestuosidad atemporal.

Llevaba tres años intentando quedarme embarazada, y a veces sentía que era demasiado diminuta para intentar dominar la inmensidad y el azar de una galaxia.

Había llorado mucho, mientras aprendía a distinguir el deseo del derecho a ser madre en salas de espera impersonales de clínicas de fertilidad, repletas de cuadros de bebés.

Los diferenciaba y, conscientemente, me despojaba de un derecho que creía mío. Una obstinación que me hacía gritar hacia dentro, exigiendo a mi cuerpo que cumpliera con su supuesta función.

Me desprendía del derecho y me quedaba solo con el deseo: feroz, instintivo, animal. Tantos años de espera me habían ayudado a desmenuzarlo, a diseccionarlo. Tal vez no lo hubiera hecho si el embarazo hubiese llegado pronto.

Ahora tenía tiempo para preguntarme: ¿De dónde nacía ese anhelo? ¿Era impuesto? ¿Era realmente mío? ¿Por qué resultaba tan irrefrenable? ¿Por qué sentía esa presión exterior que me asfixiaba? ¿Por qué tanta violencia, explícita e implícita, hacia mi cuerpo durante todo aquel tiempo de búsqueda?

Eran experiencias que necesitaba exteriorizar.

Exorcizar.

"Deberían pasar tres años antes de poder comenzar Mammalia. Y tras ese tiempo de duelo y reconstrucción, el primer paso fue aquel final transcrito en una página de Word mientras mi hijo mamaba"

Encontraba muy poca literatura al respecto. Pocos personajes femeninos con los que sentirme reflejada ahora que navegaba entre la maternidad y la no maternidad. Ahora que habitaba ese territorio de terror. ¿Qué historia podría escribir con todas esas vivencias y sensaciones?

Necesitaba un final.

Desde que me sé escritora, los finales son mi motor creativo. Un desenlace inesperado. Desde allí se me activa la trama, son mi faro hacia el que avanzar.

Todo esto me recorría por dentro mientras navegaba por los laberintos de las vísceras de la Tierra. Y, de repente, se me aparecieron unas visiones: una mujer que bramaba, una pintura, una clínica con prácticas oscuras, un tatuaje, un túnel que desembocaba en un mar lleno de respuestas y ceniza.

Ya tenía el final de la historia que quería escribir. Pero todavía no era el momento.

Deberían pasar tres años antes de poder comenzar Mammalia. Y tras ese tiempo de duelo y reconstrucción, el primer paso fue aquel final transcrito en una página de Word mientras mi hijo mamaba. El segundo, una primera estructura que me condujera hacia esa última página. Y el tercero: la banda sonora de la historia. Las melodías que marcarían el pulso de las escenas, de los diálogos, de los paisajes grises de ceniza, de los pensamientos de los personajes.

Sin música, me habría sido imposible imaginar ese mundo de volcanes en erupción, de clínicas enigmáticas, de secretos ocultos entre abedules, de ríos cargados de sangre y memoria.

Alberto Iglesias, Harold Budd, Kirzeniowski. Las notas movían mis dedos: yo solo transcribía la película que se proyectaba tras la pantalla del ordenador.

Así comenzaron los cinco años más bellos y terribles de escritura. Escribir y borrar. Crear y destruir y rehacer. Dar vida a personajes secundarios que, de pronto, se fortalecían hasta enamorarme.

Sabía hacia dónde me empujaba ese viaje. Sabía qué página de Word me estaba esperando.

"Para resolver este rompecabezas, para unir todas las piezas, necesitará un conjunto de personajes y paisajes que le revelen respuestas fragmentadas, hasta conducirla a enfrentarse al monstruo final"

Y también sabía qué quería volcar en esa historia: la denuncia de las múltiples formas de opresión sobre los cuerpos femeninos, la violencia sexual, las maternidades deseadas y las que no lo son, las subversivas, la violencia obstétrica, el deseo de maternidad que cuando se confunde con derecho absoluto, puede derivar en la mercantilización del cuerpo femenino.

La novela fue tiñéndose de terror psicológico, doméstico, corporal y social. Y, sobre ese escenario, bajo ese telón de fondo y con mi propia banda sonora de acompañamiento, fue emergiendo el engranaje de la historia: Cora, la protagonista, a partir del hallazgo de unas pinturas enigmáticas, inicia la búsqueda de sus orígenes. Necesita saber quién fue su madre, desvelar los secretos más ocultos y perversos de su padre, descubrir qué ocurrió con su madrastra desaparecida cuando ella era una niña. Solo conociendo todo eso, Cora podrá construir su identidad, comprender qué desea realmente.

Pero para resolver este rompecabezas, para unir todas las piezas, necesitará un conjunto de personajes y paisajes que le revelen respuestas fragmentadas, hasta conducirla a enfrentarse al monstruo final.

El más bello de todos.

La última página de Word.

El giro final.

Aquello que imaginé mientras atravesaba el útero de la Tierra sin saber aún que, mucho tiempo después, con mi hijo mayor en brazos y embarazada de mi hija pequeña, escribiría una novela para transformar en ficción todo lo que estaba viviendo. Para convertir todas aquellas experiencias en una historia sobre la búsqueda de la identidad y los orígenes en un mundo donde, por fin, los volcanes, colmados de ira, han entrado en erupción.

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Autora: Elisenda Solsona. Título: Mammalia. Editorial: Lava. Venta: Todos tus libros.

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