Todo parece indicar que la victoria de Marx en el congreso socialista es al mismo tiempo la derrota de los que la lograron. En los pasillos, el último día, los mismos que le habían aplaudido les acusaban de haber querido matar al padre y, cuando apenas estaba herido, de haberse puesto a llorar su orfandad.
Ganar suele ser perder, como va demostrando la historia. Y los vencidos se regodeaban de la pírrica victoria de sus adversarios. Les llamaban los «búlgaros» y prometían alancearlos en las agrupaciones, darles lecciones de marxismo no exclusivista. Revelaban que su radicalismo estaba en razón inversa de su pertenencia a la clase obrera.
A Felipe, aclamado hasta el último minuto del congreso, todos le reconocían el gran servicio que con su sincero discurso de renuncia había hecho al partido y a la democracia española, el freno que con sus razonamientos supo poner al radicalismo verbal, la eficacia de su esfuerzo por destruir el «complejo pecero» que anida en la conciencia de algunos socialistas.
En la lista de los «vencidos vencedores», junto a Paco Bustelo, que ayer anunciaba su «alternativa», a Pablo Castellano, a Luis Gómez Llorente, se citaba al profesor Tierno, quien, según se decía, había movido los hilos en la sombra. «¡Pérfido carrozón!», le llamaba uno de sus vencedores vencidos.
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Artículo publicado en Diario 16 el 23 de mayo de 1979.


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