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Galder Reguera: “Me hace muy feliz estar en un club de fútbol que entiende que los libros son importantes”

Galder Reguera: “Me hace muy feliz estar en un club de fútbol que entiende que los libros son importantes”

Foto de portada: Elena Blanco

Pocas veces he sentido tanto miedo. Quedaba todavía media hora para llegar a Chatham, de eso me acuerdo, pero no acierto a decir en qué estación se subieron. Eran muchos; cientos me parecieron. Gritaban, cantaban y hacían girar sus bufandas con una violencia que me intimidaba. De repente, se callaron. El más grande de todos ellos —aunque todos lo eran— se dirigió hacia mí. Recuerdo su cabeza rapada, sus múltiples tatuajes y la manera que tenía de escupir al hablar. Sólo repetía una frase, inteligible para mí. Cada vez estaba más cerca y yo quería estar más lejos. Me temía lo peor. Me imaginaba el titular: “Joven au pair español, atacado por violentos skinheads a las afueras de Londres”. Volvió a repetir la frasecita; esta vez en mi oído, acompañando cada letra con un hilito de saliva. Esta vez sí que lo entendí: “Are you a Millwall fan?” De repente, todo tuvo sentido: 1) sus camisetas y sus bufandas eran del Gillingham; 2) odiaban al Millwall como todos los aficionados al fútbol de Inglaterra —el cántico preferido de los seguidores del Millwall es “no gustamos a nadie, pero no nos importa”; años más tarde, en 2017, uno de sus aficionados se enfrentó con sus puños desnudos a los terroristas de los atentados de Manchester al grito de “Jodeos, soy ultra del Millwall”—; 3) Gillingham y Millwall acababan de jugar un partido; y 4) esos doscientos energúmenos se pensaban que yo era un hincha de “los leones”. Tenía que decir algo, pero no me salían las palabras. Por fin, balbuceé: “No. Yo… Español… Spanish. Barcelona… Barça“. El hooligan se echó unos pasos hacia atrás y dijo un “Barça” sorprendido y en voz baja; luego fue subiendo la voz mientras repetía el nombre de mi equipo de fútbol como si fuera un mantra: ¡Barça, Barça, Barça! Sus compañeros le siguieron y todos comenzaron a cantar y a bailar. Me uní a la fiesta. No me quedaba otra. Todos me abrazaban y me daban golpes, que quise creer que eran amistosos. Cuando el tren paró, me bajé sin mirar atrás. “Esta es mi estación”, mentí. Todavía hay días que me acuerdo de aquello y un sudor frío recorre mi espalda. Si a mí el Barça me había salvado la vida, a Galder Reguera fue el Arsenal el que acudió a su rescate. Cuando tenía diecinueve años, el escritor vasco pasó un año en Irlanda. En uno de los primeros días de su estancia, estaba sacando dinero en un cajero de Dublín, cuando varios chicos —vestidos con camisetas del Arsenal— que estaban esperando detrás suyo comenzaron a increparle. A Galder le entró el miedo, no hablaba muy bien inglés y sólo pudo farfullar: “Sorry. No speak English”. El idioma universal del fútbol vino a su auxilio cuando comenzó a recitar los nombres de los jugadores que formaban la defensa del Arsenal de aquella época: Adams, Keown, Winterburn y Dixon. Asunto solucionado. Esa noche se fueron de farra para celebrar la nueva amistad que había muñido el amor al balón. Años más tarde, conoció a Dixon y le dio las gracias por salvarle la vida; el defensa inglés no podía parar de reír. En el título de su último libro, Galder Reguera —autor de Hijos de fútbol y Vida y obra (Seis Barral) y director de Estrategia y Operaciones de la Fundación Athletic Club— se hace una pregunta: Por qué el fútbol (GeoPlaneta). Una cuestión de fácil respuesta para los que no encontramos mejor forma de explicarnos que con un balón de reglamento. Esta recopilación de textos y columnas balompédicas trasciende el ámbito del deporte rey para transitar las veredas de la filosofía, siempre con un tono íntimo, reflexivo y lúcido; como sólo puede tenerlo quien ha tenido amarrada la gabarra cuarenta años y cada día se levantaba pensando que quizá ese día podría salir del puerto de una maldita vez.

Hablamos con Galder Reguera de lo afortunado que es el Real Madrid por perder con el Recreativo de Huelva, sobre la complicidad que genera saberse la alineación del Sheffield Wednesday de Chris Waddle y acerca del filósofo Sócrates, el que jugó en el Corinthians.

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—¿Qué queda de ese chico malhumorado por tener que ir a un compromiso familiar a La Rioja y perderse el debut de Ziganda con el Athletic de Bilbao? 

"Me sorprendió mucho llorar en Sevilla cuando ganamos la Copa. Creo que nunca había llorado de alegría"

—Sigue estando ahí. Al hacernos mayores, te das cuenta de que esas cosas a las que pensabas que habías dado un portazo en la infancia siguen presentes. Cuando eras pequeño creías que los miedos iban desapareciendo a medida que crecías, pero luego te das cuenta de que se sustituyen unos por otros. Ocurre como en la canción “Sueño con serpientes” de Silvio Rodríguez: “La mato y aparece una mayor”. Ese proceso de descubrimiento de ti mismo me interesa mucho. De hecho, mi narrativa literaria va por ahí: niños mirando a los mayores y mayores mirando a los niños; los niños soñando que, al ser mayores, desparecerá toda la mierda de la infancia, y los mayores echando de menos cuando eran pequeños. Y para mí el fútbol es el escenario en el que acontece eso: sigo siendo el niño que lloraba cuando perdía el Athletic. Aunque, en realidad, no lloraba porque perdiera el Bilbao; ese texto —con el que se abre el libro— es muy importante para mí, sobre todo el cierre, cuando viene mi madre y me dice que no me preocupe, que las cosas van a ir a mejor. Ella me está hablando del partido, pero no me está hablando del partido. Yo me sigo descubriendo en esa historia, y pienso que ya va siendo hora de que me deje de llevar disgustos con estas cosas del balón. Disgustos y también alegrías. Me sorprendió mucho llorar en Sevilla cuando ganamos la Copa. Creo que nunca había llorado de alegría. Tampoco sé si fue un llanto de alegría porque fue un partido tan jodido. No nos podíamos creer que se nos fuera otra vez… Y luego los penaltis. Mi hijo me decía: “Aita, me va a dar un mal”. No sé si lloré de alivio o de alegría (Risas).

Cuco Ziganda

—A los que nos gusta el fútbol, quizá de forma inconsciente, relacionamos los acontecimientos de nuestra vida con un partido, con un mundial, con un campeonato de liga. Esto es algo que puede resultar enfermizo para otras personas.

—Leí hace poco que los pájaros al atardecer y al amanecer cantan para recordarse unos a otros que están ahí. Y las conversaciones futboleras son un poco así. Esto es algo que me pasó con un compañero del club, Barry, que es inglés, con el que suelo comer. En un almuerzo, le dije que a lo mejor me hacía socio del Sheffield Wednesday, un histórico que ahora está en segunda y en quiebra económica. Me preguntó por qué, y le contesté que adoraba a Chris Bart-Williams, un futbolista que estuvo en ese club a principios de los noventa. Y entonces Barry recordó lo bueno que era ese equipo, que perdió dos finales con el Arsenal en la misma temporada. Y empezamos a hablar de los jugadores del Sheffield: Mark Bright, John Sheridan, Chris Waddle…

—¡Chris Waddle! Uno de mis favoritos.

"Yo les digo a mis hijos que es una gozada tener pasiones por cosas que en realidad no tienen importancia"

—Sí. En esa época Chris Waddle estaba en el Sheffield Wednesday. También estaban el lateral sueco Nilsson y Paul Warhurst… Estuvimos diciendo nombres, y, de repente, me preguntó quién era el portero, y yo le contesté que Kevin Pressman —aunque en las finales contra el Arsenal jugó Chris Wood de titular—. Entonces, Barry me sonrió, y con esa sonrisa percibí que me estaba tratando como un igual. Los que somos muy frikis —también los de los cómics, la literatura…— enseguida nos reconocemos. Yo les digo a mis hijos que es una gozada tener pasiones por cosas que en realidad no tienen importancia. Los que somos frikis estamos buscando siempre esas conversaciones. A mí me encanta que alguien me diga “a mí me gusta Astérix”, y entonces yo le pregunto: “¿Cuál es tu favorito?”. Y es una gran decepción que te conteste que no sabe decirte, que los leía de pequeño.

—Entonces no te gusta Astérix. 

—Claro. Y al revés, cuando alguien te dice que su favorito es Astérix y el caldero y empiezas a hablar de ello. Y a los futboleros nos pasa eso. Nos gusta estar en una cena, y que, de repente, alguien diga “Oye, ¿os acordáis cuando Tamudo le quitó el balón a Tony en la final de Copa del 2000?”, y en ese momento se genera una comunidad. A veces exagero y digo que separo a la gente entre los que conocen a Gordon Strachan y los que no.

Chris Bart-Williams

—Lo cuenta en el prólogo, haciendo referencia a Eduardo Sacheri, pero explíqueselo a nuestros lectores. ¿Por qué escribir de fútbol?

"Sacheri estaba harto de ser el escritor de las historias de fútbol y quería reivindicarse como autor. Pero luego se da cuenta de que el fútbol es lo suyo"

—Esa es una pregunta abierta. Un profesor mío, Javier Petrina, de la carrera de filosofía, decía que todo tiene que estar acompañado de “por qué” y “por qué no”. Esto se aplica al método científico. Una de las grandes preguntas de la Evolución, según la idea de que todo órgano de nuestro cuerpo tiene una función, es para qué sirven los pezones masculinos. Este es un tema que obsesionó a los biólogos en un determinado momento. ¿Por qué los hombres tienen pezones? Son unos elementos que no tienen ningún uso. Y una de las preguntas que se hizo después de los debates fue: “¿Y por qué no?”. Esa es la cuestión, por qué todo debe tener una finalidad. Cuando escribes, hay un momento en que dices: “¿Por qué no hacer una novela sobre un niño que pierde su bolsa de canicas?”. En ocasiones, gracias a lo más pequeño podemos trascender y llegar a la universal. A mí me gusta mucho la anécdota de Eduardo Sacheri. Él va a escribir una novela, El secreto de sus ojos, en la que no va a aparecer su mayor pasión, el fútbol. Sacheri estaba harto de ser el escritor de las historias de fútbol y quería reivindicarse como autor. Pero luego se da cuenta de que el fútbol es lo suyo y se lamenta de haberlo evitado.

—Como licenciado en filosofía, ¿con qué Sócrates se queda? ¿El griego o el brasileño?

—Me quedo con el jugador sin ningún género de dudas (Ríe). Yo tenía un póster de Sócrates, con el brazo levantado, en mi habitación. La Democracia Corinthiana. Hace dos años fue la imagen del festival de cine y fútbol que organizamos en la Fundación Athletic Club, Thinking Football Film. Conozco a su hijo y le pide usar una imagen de su padre. Sócrates mostró cómo siendo un futbolista, teniendo un papel social, no se ocupaba sólo de sí mismo, iba más allá. Esto es algo que reivindico mucho, respetando mucho a los futbolistas que no se posicionan, porque no tienes que hacerlo obligatoriamente. Hay otras formas de estar en la sociedad. Pienso que es muy necesario que nos demos cuenta todas las profesiones de que todos tenemos una labor social, que trabajemos en comunidad dentro de nuestros apartados. También los escritores. Mis novelas no son políticas y me molesta mucho cuando oigo a algún compañero decir que la literatura es política o no es. Hay formas de hacer literatura política y una de ellas es no teniendo un posicionamiento explícito. Por ejemplo, el tema vasco. Yo soy vasco y creo que el tema vasco lo hemos superado en parte quitándolo del puto centro de todo. Es una victoria política que no esté, en el día a día, en todas las conversaciones. Creo que la literatura es política, siempre es política, pero no explícitamente política. Y con el fútbol pasa un poco lo mismo. A mí me gusta Sócrates porque él tuvo un posicionamiento muy claro dentro de la historia de Brasil, a favor de la democracia. Un futbolista de la actualidad no tiene por qué tener un posicionamiento político, pero en sus declaraciones no tiene que estar todo el rato el ego. No tienes que ser explícitamente ecológico, pero igual no es necesario que un futbolista tenga que conducir un coche con el que contamina más que nadie. ¿Por qué llevan ese coche? Porque en el vestuario, cuanto más grande es el coche, más jerarquía. Esas son las cosas que hay que cambiar. El otro día hicimos “fútbol pasillo”, con los jugadores y las jugadoras, en un hospital donde hay niños ingresados que no pueden salir de allí. Fue una experiencia muy bonita. A la salida le expliqué a un jugador que esas cosas sólo las pueden hacer ellos, yo no las puedo hacer. Cuando los jugadores preguntan cuál es el papel social que tienen, si ellos no son médicos, yo les contesto que ellos también son importantes, porque pueden hacer feliz a la gente durante una hora. Ese es un privilegio y hay que usarlo con responsabilidad.

Sócrates y la Democracia Corinthiana

—En uno de los artículos se despacha a gusto contra los que dicen eso de “a mí me gusta el fútbol, pero no lo que le rodea”.

"El amateurismo es lo que permitía a los aristócratas mantener los espacios del deporte cerrados a la gente que quisiera vivir de esa forma"

—Ese es otro de los tópicos del fútbol. El fútbol es un coñazo muchas veces, y lo que te gusta es la grada. Tú habrás visto partidos infames a nivel de juego, pero en los que el espectáculo es bestial; como en la final de Copa de la que hablábamos antes. Ese fue un partido entre un equipo al que no le salían las cosas y otro que intentaba que le salieran menos todavía. Y aquello fue maravilloso. Partidos así hemos vivido muchos. Una vez estuve en una mesa redonda —yo iba en representación del Athletic—, y la persona que estaba a mi lado empezó a decir que el fútbol se había estropeado desde el momento en que habían llegado a los clubes gente que no había sido futbolista. Entonces me giré y le pregunté si estaba hablando de mí; y me dijo que no, que le disculpara. Ese es otro de los tópicos: el fútbol, al profesionalizarse, es peor. No es verdad. Es mucho mejor porque permite al obrero jugar. Ahí tenemos una historia mal contada. Como eso de que el rugby es mejor porque tiene más valores. Todo eso viene de esa idea de que el amateurismo es un valor. No lo es. El amateurismo es lo que permitía a los aristócratas mantener los espacios del deporte cerrados a la gente que quisiera vivir de esa forma. ¿Por qué el profesionalismo permite jugar a los obreros? Porque si te rompías la rodilla jugando y eras un aristócrata, no pasaba nada por estar un año inmovilizado, te sirven el té, pero si eras un obrero estabas jodido. Desde la profesionalización del fútbol, los equipos de las élites inglesas dejaron de ganar. Fue una venganza.

—En uno de los artículos cuenta que vio un partido del St. Pauli en directo. Hay pocos clubes con la implicación social de este equipo alemán.

"No se dan cuenta de que para el Real Madrid es bueno perder en una ocasión con el Recreativo de Huelva"

—Fue una experiencia muy chula. A mí me gusta mucho el St. Pauli, el pacto que tienen con el barrio. Ahora están divididos por la polémica sobre el posicionamiento en la cuestión de Gaza. Nos pasó algo muy curioso: nos paró un coche en un paso de cebra y el conductor nos saludó; resultó ser el jugador del St. Pauli que había metido el gol. También estuve viendo al Union Berlín en su momento. Y lo mismo, una experiencia de comunidad bestial. También vi al Celtic un par de veces. Son vivencias más allá del campo. Lo realmente bello de este deporte es lo que se genera alrededor. Ten en cuenta que es un deporte que se juega con los pies. Juan Villoro dice que los futbolistas son los grandes olvidados de la Evolución —el ser humano es humano por la mano prensil—, que se juega con una pelota de caucho que bota anárquicamente y que hay que controlar con las extremidades. La pelota bota, y tú instintivamente intentas ver hacia dónde va. Nuestra mente funciona con patrones y hay algo que nos seduce de ese bote anárquico, que hace que, de vez en cuando, no siempre, sólo en alguna ocasión, el Real Madrid pierda con el Recreativo de Huelva por uno a cero. Una catástrofe tremenda. Eso es lo que hace bello al fútbol. Por ese motivo me jode que las megacorporaciones estén intentando acabar con eso. No se dan cuenta de que para el Real Madrid es bueno perder en una ocasión con el Recreativo de Huelva; mantener la posibilidad de una ficción que es muy difícil que pase. Bill Buford, norteamericano residente en Gran Bretaña, publicó Entre los vándalos (Anagrama), donde cuenta cómo unos aficionados del Liverpool destrozaron una estación de tren donde él estaba a finales de los ochenta. Al día siguiente lo contó sorprendido en una cena y a todos les pareció algo normal. Él no entendía cómo una sociedad tan pomposa permitía esos ejercicios de violencia gratuita. Buford empezó a escribir, después de su experiencia, su reportaje sobre los hooligans en el fútbol inglés. Hay un capítulo del libro que me interesa mucho, cuando él comprende el fútbol. Buford es estadounidense y viene del béisbol y el fútbol americano, y después de ver un partido de mierda de la FA Cup empieza a entender el fútbol. Se va a dar cuenta de dos conceptos claves de este deporte: 1) la improbabilidad de que el balón entre en la portería, no hay una orgía de puntos como en el baloncesto, y 2) el movimiento en la grada, el concepto de estar viendo algo en una masa y de que en cualquier momento todo se puede torcer.

Roger Milla

—Pelé dijo que antes del final del siglo XX habría un campeón del mundo de África; se equivocó. Usted se enamoró del fútbol de este continente por culpa de Camerún en el Mundial de Italia 90.

—Primero, por esa cuestión experiencial. Yo tenía 15 años, era la inauguración del Mundial 90 en Italia y al día siguiente tenía un examen de latín. Me fui a estudiar a casa de mis abuelos y puse la tele de fondo. Pero, poco a poco, el partido se impuso al rosa rosae (Risas). Y luego vino la explosión con el gol de Omam-Biyik, saltando por los aires, que se comió Pumpido y fue totalmente imprevisible. De repente, la Argentina de Maradona, Caniggia y Ruggeri, que venía de ganar el Mundial de México, perdía contra una banda de desconocidos con unos nombres rarísimos. Fue una especie de milagro. Desde ese día me gusta mucho el fútbol africano y lo sigo mucho. Siempre empiezo los mundiales con ganas de que gane un equipo africano. En una ocasión, nos hizo una visita una oenegé que venía con un jugador del Ajax, Eyong Enoh. Me lo presentaron y le dije que sabía quién era y que seguía mucho el fútbol africano y a Camerún. No me creía. Y le reté: “¿Te digo tus compañeros de selección?”. Entonces, le empecé a hablar de Pierre Womé, Alex Song, Samuel Eto’o por supuesto, Allan Nyom… Me cogió la mano, muy agradecido. Eso es algo que tiene especial el fútbol, la unión que genera entre personas de diferentes países.

—¿Cómo ha sido la experiencia de juntar fútbol y literatura a través de la Fundación Athletic?

"Mi idea cuando empecé a trabajar en el Athletic fue reivindicar la parte cultural del fútbol con charlas y encuentros"

—Es una experiencia muy bonita. Yo entré a trabajar en el club hace dieciocho años. Desde el principio, teníamos la idea de hacer cosas en el mundo de la cultura, que era un terreno virgen en ese momento. A mí me sorprendía mucho la poca producción literaria que había en España sobre fútbol en aquella época, hace unos veinte años. En Inglaterra no sólo hay novelas; cualquier futbolista con un medio peso tiene su autobiografía. No te hablo del libro de Lamine Yamal. Eso es otra cosa: una editorial que piensa que ahí puede haber una venta. Tú piensa en un jugador… Te voy a decir uno: Pedri. En una sola temporada pasa de jugar en segunda división a ser finalista de la Eurocopa. Ahí tienes una historia. No es una biografía, pero tienes una historia. No hay un libro de ese año de Pedri. Y tampoco un documental. Mi idea cuando empecé a trabajar en el Athletic fue reivindicar la parte cultural del fútbol con charlas y encuentros. Hablar de literatura en un sentido muy amplio. A esos primeros eventos vinieron unos cuantos jugadores de la primera plantilla motu proprio, como Gurpegui e Iraola. A partir de ahí, fuimos creciendo, poco a poco, con actividades paralelas como los clubes de lectura. Lo que hicimos fue darle una vuelta: el jugador —que participaba como voluntario— se comprometía a leer un libro que le proponían. Se llamaba el Athletic Club de lectura. Esta ha sido una gran experiencia. Lo que tenemos ahora son una serie de lecturas obligatorias para las divisiones inferiores: juveniles, alevines, infantiles… Cada tramo de edad tiene un libro obligatorio. El otro día tuvimos a Amets Arzallus Antia, que es el autor de Hermanito (Blackie Books), que cuenta la historia de Ibrahima Balde, un migrante que lo pasó muy mal, en un club de lectura, y funcionó muy bien. Es el mejor libro escrito en euskera en treinta años. Estoy muy orgulloso de estas experiencias que se han metido dentro de la tradición del club. Ya nadie lo pone en duda. Me hace muy feliz estar en un club de fútbol que entiende que los libros son importantes.

La Cervantina

—Otro de los grandes proyectos que une fútbol y literatura es La Cervantina, la selección española de escritores futbolistas. Háblenos de ella.

"Con la Cervantina he entendido lo que es un equipo, un grupo de personas que se apoyan unas a otras"

—Con la Cervantina he entendido lo que es un equipo, un grupo de personas que se apoyan unas a otras. Hay un texto del libro que es inédito, que se llama “El mejor míster del mundo”, sobre la experiencia de jugar con este equipo en la Eurocopa de Berlín. Poco antes de ese campeonato, les dije a Carlos Marañón, Nacho Carretero y Pedro Zuazua que no estaba preparado para ir, que estaba muy mal. Hay épocas en las que me cuesta todo un mundo: tenía un volumen de trabajo bestial y muchas dudas sobre mis libros. Siempre estoy pensando en dejar de escribir. La verdad es que soy un afortunado: tengo dos hijos maravillosos, trabajo en el club que amo, mis amigos… Pero hay momentos en los que la vida me pasa por encima, y antes de ir a Alemania estaba en uno de esos momentos. Les escribí a los tres y les dije que no estaba preparado anímicamente para participar en la Eurocopa. Pedro me llamó y me dijo: “Tienes que venir. Te prometo que te voy a sacar de ese agujero en el que estás. Yo estuve allí y sé cómo se sale”. Me pareció una frase tan bonita… Al final, fui y disfruté la hostia. Fallé un gol terrible (Ríe). Con toda la portería para mí solo y la tiré fuera.

—Como el otro día Lewandowski cuando falló el penalti contra el Atlético de Madrid, que pareció que tiraba a palos.

—Sí. Pero es que Lewandowski marca muchos, y yo todavía no he metido ninguno (Reímos). Te voy a contar otra historia. Me llama un día Miguel Aguilar y me dice: “Galder, ¿quieres jugar en la selección española de fútbol de escritores?”. Y le respondo que me dé contexto, que me lo explique. Miguel me cuenta que España es el país invitado de ese año en la Feria de Fráncfort y que quieren hacer un partido. Le digo que sí, que cuente conmigo. Entonces le pregunté quién más estaba en el equipo y me respondió que solo yo. Me encargué de llamar durante dos semanas a gente para que se unieran a la Cervantina. Fue una experiencia superdivertida. No conocía a la mayoría de esos autores; ahora les quiero con locura. Cuando sacan un libro soy su mejor embajador. Y al revés, cuando presenté el libro en Madrid, acudió media Cervantina. Es una oportunidad de volver a ser niños.

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